Ilustración: Mauricio Gómez Morín

Intercambios

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Víctor tiene una tía que vende fayuca. La hermana de su madre. En la familia, la tía fayuquera tiene fama de mala suerte, de atraer desgracias. Se le fugó el marido. La dejó con cuatro chilpayates. Le embargaron la casa. Al perro le dio parvovirus tres veces. Cuando el negocio de la fayuca comenzaba a irle a bien, firmaron el Tratado de Libre Comercio. Por si fuera poco, y dicen que nomás para chingarla, los bancos y los grandes almacenes se aliaron para ofrecer crédito hasta para comprar un par de calcetines en doce plazos. La tía de Víctor, cómo no, se pasó a la imitación china. Ya sabemos que la lealtad familiar se erige sobre todas las cosas: a pesar de ser el jefe, pasando por encima de su prestigio, Víctor le compra a Paula un perfume falso con su tía la fayuquera. El resultado de la cadena de desgracias –fuga del marido, TLC, alianza bancos-grandes almacenes, industria china de la falsificación, misericordia necia de Víctor– es que a Paula y a Carolina Herrera acaban de hacerles una chingadera mayúscula.

Paula es la contadora responsable de ingresar las facturas en el sistema. Este año cambiaron el sistema y su vida se ha convertido en un infierno. Un infierno de repetir tareas odiosas hasta el absurdo. ¿Se merece Paula un perfume falso chino después de semejante tortura? Pero esperen: Paula ha extirpado de la urna el papelito de Soledad. A Soledad en la oficina le dicen Sol, para corregir a sus padres. De esta manera, al nombrarla parece que le dijeran: “Eres un sol, qué linda.” Y no: “Te vas a quedar sola, para que se te quite lo cabrona.” A pesar de ser diciembre, Paula y el sistema siguen sin entenderse. Las facturas desaparecen. Hay que ingresarlas de nuevo. Paula no tiene tiempo para ir a buscar regalitos. Aprovecha la hora de la comida para comprar por internet una bufanda. Muy práctica, Paula, muy moderna. El problema: han clonado la página de la tienda de bufandas. Se llama bufandasmuybonitas.com, cuidado. En enero, Paula va a recibir un regalo de Navidad atrasado: el recibo de su tarjeta de crédito. Compras en Las Bermudas (una caminadora y un jet ski). Compras en Bosnia (un home theater). La tarjeta al límite. Peor aún: el día del intercambio, Sol se queda sola sin regalo, con la promesa de Paula de una bufanda preciosa que debe estar a punto de llegar. Para mayor dramatismo, durante la ceremonia de intercambio, Paula se queda en la puerta mirando hacia la calle, a ver si aparece el mensajero, corriendo, sudando, con la bufanda.

Lo que quería Paula era que le tocara Héctor. Entonces sí que se hubiera esmerado. Los regalos que Paula le habría hecho a Héctor: una montaña de mierda humana o una gonorrea. Adivinen: Héctor es el informático que decidió cambiar el sistema. En casa de Paula, entre su marido y ella, incluso en presencia de los niños, Héctor no se llama Héctor, se llama “el muy pendejo hijo de la chingada”. Pero es Luana quien va a comprarle un regalo a Héctor. Lu-a-na. Tranquilos, no se alebresten: Luana es una chica bajita con inquietudes intelectuales. ¡Con ese nombre! Anticlímax. ¿Y qué hace Luana? Comprarle un libro a Héctor. Un libro de Paulo Coelho. (Se lo tiene merecido, piensa Paula.) Esta es la escena: Héctor abre el regalo y su mente reacciona: “¿Un libro, en serio?”, pero dice: “Gracias, no lo he leído.” Luana se siente aliviada: “Qué bueno, de todas maneras podemos cambiarlo, si ya lo leíste.” Acto seguido realza el valor del regalo, porque no se trata de un libro cualquiera, aquí va Luana: “Ese libro me cambió la vida.” ¡Toma! Pregunta: ¿Luana cree que Héctor necesita cambiar su vida? Y, más importante: ¿Luana se interesa especialmente por Héctor, al grado de querer cambiarle la vida? Luana compró el libro en un tianguis, es pirata. Todo indica que es imposible festejar la Navidad sin infringir la ley de la propiedad intelectual. Por su parte, Carolina Herrera y Paulo Coelho, sin saberlo, pobrecitos, son los grandes perdedores de esta historia.

Entremos de lleno en el morbo del asunto: lo más difícil era regalarle a Alejandra. Era el tigre de la rifa, digamos. Ale. Aleja. Alejandra. Guapísima, Alejandra. Y con montones de buen gusto. Tiene dinero, Alejandra, trabaja por puro –buen– gusto. O sea: cabronsísimo escoger el regalo. La chica de marketing, Alejandra. He aquí una costumbre perturbadora: Ale no pone el seguro en la puerta del baño. Lista de personas que la han visto sentada en la taza: Carmen (exportaciones), Luana (secretaria del jefe), Daniela (ventas, quien nunca está en la oficina, ¡imagínense la constancia del mal hábito de Alejandra!), Soledad (pago a proveedores) y Paula (contabilidad). Eso porque el baño es femenino, que si no… Daniela opina: muy guapa, pero caga apestosísimo. Soledad dice: usa pantaletas de señora de los años cincuenta. Pura envidia. El papelito de Alejandra lo eligió Paco, Francisco para los enemigos. Paco es el asistente de Héctor en las labores de sembrar el caos y la desestabilización mediante la informática. Hagámonos una idea de Paco: vino disfrazado a la oficina el día de Halloween. De caballero medieval. Le gustan los juegos de rol. No se ha enterado de que Alejandra es guapa. No se ha enterado, para acabar pronto, de que la realidad existe y es verdadera. Felizmente, la madre de Paco aún vive y controla sus andanzas por el mundo de lo concreto. La comida, la ropa, la higiene, las apariencias, esas minucias. La madre de Paco compra un artilugio ingeniosísimo: un estuchito minúsculo, para guardar en el bolso, donde se incluyen: a) un gancho para colgar el propio bolso, ideal para aplicar en la mesa de un restaurante, por ejemplo; b) una bolsita de gamuza para guardar un cambio de zapatos; y c) un espejito desplegable, de cuerpo entero. La madre de Paco triunfa por todo lo alto: Aleja besa de manera efusiva a Paco, sin importarle la cantidad de niños chinos que han sido explotados nomás para ponerla contenta. Es un beso con un altísimo costo humanitario.

En contrapartida, todos pensaban: ojalá que me regale Alejandra. Un buen regalo asegurado. No respetará el valor máximo de compra. Supermagnánima, Alejandra. Se imaginaban todo esto sin ningún tipo de evidencia, dado que la susodicha es nueva en la empresa y no hay, en consecuencia, registros históricos sobre su comportamiento. Ilusos. Contra la opinión de Daniela, lo peor de Ale no es que sus esfínteres estén trabajando maravillosamente bien: lo peor es que esté pasando por una época confusa. Vuelve a casa después del trabajo y se dedica, de manera exclusiva, a llorar, encerrada o al aire libre, en el jardincito trasero. No responde a las llamadas de sus pretendientes. Es soltera por puro –buen– gusto. Fue al psicoanalista y el psicoanalista le diagnosticó un verso: tienes sed de infinito, le dijo. O sea que por eso tiene ganas de irse a vivir a otro país, cambiar de nombre, teñirse el pelo, matar a su madre y a su padre y al perro, acostarse con todos los hombres que se le cruzan en el camino, entre otras aventuras. Pero es una farsante perfecta, Alejandra. Nadie en su familia, no digamos en la oficina, se ha percatado de su crisis. Por eso la sorpresa es gigantesca cuando se dirige a Héctor, quien, confuso por contagio, rasga el papel de regalo para descubrir un mouse pad  con el escudo del Atlas. ¿Héctor?, se preguntan todos, pero si Luana ya le dio un regalo a Héctor. Encima, Héctor es de las Chivas. Luana se defiende, “Yo no me equivoqué”, y utiliza una prueba irrefutable: el papelito que sacó de la urna y en el que puede leerse “Héctor”. Luana había guardado el papelito. (Otra que debería ir al psicoanalista.) Confirmado: la confusión existencial de Aleja se ha trasladado a la fiesta navideña. Se impone una reconstrucción de la red de intercambios, para determinar a quién debería haberle regalado Alejandra. Comienza el recuento: si yo te di a ti y tú le diste a fulano y fulano le dio a zutano, etcétera. Ale piensa que es mucho más sencillo encontrar al destinatario de su regalo mediante un examen de idoneidad futbolística: ¿alguien le va al Atlas?, pregunta insistentemente. ¡Era Paco! Típico, el montón de combinaciones posibles y la probabilidad eligiendo el aburrido intercambio recíproco: Paco le da a Alejandra y Alejandra le da a Paco. Si Paco no fuera Paco, si fuera Héctor, o Nacho, o Víctor, sobre todo Víctor, sabría sacar provecho de la situación. Rico delicioso provecho. Pero Paco es Paco, ni modo, nos quedamos sin escena erótica navideña. (De acuerdo: habrá quien considere erótico imaginar a Alejandra sentadita en la taza del baño, con las pantaletas en los tobillos.) Por cierto, el mouse pad también es made in China.

Teoría de la conspiración: la Navidad se inventó para que los chinos coman.

Aprovechemos la confusión existencial de Aleja para organizar el resto de intercambios: Soledad le da a Daniela, Daniela le da a Luana y, para finalizar, Héctor le da al jefe, es decir, a Víctor, el sobrino de la tía fayuquera. ¿Y Nacho, el abogado de la empresa? El jefe no lo invitó, a pesar de que se pasa todo el día en la oficina. Es externo, hay que tratarlo como a un proveedor más. No se debe incluir a los proveedores en el intercambio, porque habría conflictos de intereses. Nacho se vería obligado a quedar bien y tendría que comprar un regalo auténtico. ¡Y nadie quiere molestar a los chinos! ¿O sí? Bueno, la verdad sí: Carmen, la de exportaciones. No quiso participar, la muy amargada. Que no hay nada que festejar, dice. Millones de niños muriendo de hambre. Un montón de injusticia en el mundo.

Segunda teoría de la conspiración: Carmen tiene prejuicios contra los chinos.

Olvidemos a los aguafiestas y volvamos a lo que de verdad interesa: los paquetes de regalos. El emparejamiento Sol-Daniela representa la unión de los opuestos. Pagos a proveedores y ventas. La que gasta el dinero y la que lo cobra (en teoría, al menos). La que nunca sale de la oficina y la que se la pasa en la calle. La estabilidad y la aventura. El arraigo y el exilio. Imaginemos por un momento el regalo que habría comprado Daniela para Soledad, si fuera el caso inverso: seguro que habría sido un objeto para su mesa de trabajo. Un portarretratos. Una figurita de adorno, con cierto simbolismo (¿uno de esos gatos chinos que mueven la manita?). Un bote para poner las plumas y los clips. Un calendario. Imaginemos ahora qué haría Daniela con semejante regalo: ¿colocarlo sobre el tablero del coche?, ¿cargarlo en su maletín? Así de diferentes son los mundos de Sol y Daniela. Y sin embargo, o precisamente por eso, quién sabe, Soledad, que de veras es un sol, compra el regalo perfecto para Daniela. Un odorama. Es un frasquito que al activarse atrapa los olores del medio circundante. Al lograr el aroma deseado se desactiva y el olor permanece en el frasquito durante veinticuatro horas. Daniela podrá capturar el olor de las sábanas después de una de sus noches fogosas con su marido. El aroma de la cocina al despertar, cuando el café humea y el pan sale disparado del tostador. O el olor de su niño de dos años, tierna mezcla de orines y vómito de chocolate. (Incluso, si quisiera, podría llevarse consigo el apestosísimo aroma que deja tras de sí Alejandra en el baño de la oficina.) Un recurso inmejorable para evadirse del caos del tránsito, la desesperación de las salas de espera, los controles de seguridad aeroportuarios o los trayectos de elevador.

Y Daniela, claro está, quien ha recibido el mejor regalo del intercambio, demuestra su ingratitud entregándole a Luana el mencionado gato chino. Es para la buena suerte, le dice Daniela a Luana. Por lo visto, todo lo relacionado con Luana despierta preguntas y especulaciones: ¿Daniela cree que Luana necesita buena suerte? Es decir, ¿al comprarle la figura del felino pensó “A ver si así se le quita lo pinche salada”? La figura es dorada y en una mano ostenta un ideograma, el símbolo de la fortuna. Lo perturbador, ya se sabe, acontece en la otra mano, que no se queda quieta nunca. Hagamos apuestas sobre el periodo de tiempo que el gato chino sobrevivirá sobre la mesa de Luana, considerando que el jefe tendrá que verlo cada vez que entre y salga de su despacho. ¿Una semana? ¿Quince días? Cruelmente, Daniela le especifica a Luana sus buenos deseos: “Da suerte para el dinero.” O sea, que en la empresa hay clases sociales, entérate, muerta de hambre.

Ya solo falta un regalo, el del jefe. Así funcionan las cosas en esta empresa: el jefe es el primero en dar y el último en recibir. Al menos durante el día del intercambio de regalos las cosas funcionan al revés que el resto del año. Este emparejamiento también tiene lo suyo, Héctor y Víctor, el desestabilizador contra el jefe, la anarquía contra el orden. ¡Otro libro! ¡Va a resultar que esta es una oficina de intelectuales! Es un libro de actualidad, el libro de moda en las mesas de novedades de las librerías, el libro del que todo el mundo está hablando y que tienes que leer para no quedarte fuera de las conversaciones en las posadas, en la cena de Nochebuena, en la comida navideña. Al autor le dijeron en febrero: escribe un libro de actualidad para regalar en las fiestas de diciembre. Y el autor se despachó con un relato semidocumentado sobre los nexos entre los políticos, los empresarios y el mundo del crimen organizado. ¡Estaba bien papita! Víctor dice que ya lo leyó y que está cabronsísimo, ¡todo el mundo está metido!

Un segundo, ¿qué pasa?

¿El jefe se ha puesto nervioso? ¿Qué le está haciendo al libro? ¿Por qué lo agarra de esa manera? ¿El jefe cree que Víctor le está insinuando algo con este regalo? ¿Será que el jefe lava lana? Víctor tiene acceso al servidor de mail de la empresa, ¿querrá chantajearlo? Por cierto, es el momento indicado para preguntarse un detalle: ¿a qué se dedica esta empresa?

¡Nadie sabe!

La gente se dedica a sus cosas, Víctor y Paco a cambiar el sistema, Paula a registrar facturas, Alejandra hace unos power points  muy coloridos, Daniela se la pasa en la calle, Carmen habla inglés por teléfono, Soledad prepara cheques, Luana organiza la agenda del jefe y le transmite llamadas, ¿pero qué hace el jefe? ¿Alguien sabe qué hace el jefe? ¿Por qué necesita un abogado? ¿Por qué Nacho está allí todos los días? Mejor no preguntar, si queremos seguir cobrando.

Los chinos, por su parte, hay que decirlo en su descargo, no incluyen la Navidad en su calendario de festejos. ~

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(Guadalajara, 1973) es escritor. Es autor de la novela Fiesta en la madriguera (Anagrama, 2010).


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