Algunas joyitas del augusto arte de nombrar, inaugurado, como se sabe, por Adán que en el Jardín del Edén se atareaba nombrándolo todo. Vamos a ver.
Algunas sinfonías de Haydn tienen apodos, algunos geográficos como Oxford o Londres, poco interesantes, pero otros poéticos. Hay una, por ejemplo, a la que le dicen La gallina. Llamar a una sinfonía La gallina es ya una operación del espíritu de las que nos interesan.
Nadie ignora que Erik Satie llevó más lejos la noble tendencia. Su talento para los nombres era inagotable. Tres piezas en forma de pera es un hallazgo insuperado, verdadero modelo de nombrar poético. Pero hay muchos otros, como los Verdaderos preludios bofos, dirigidos a un perro, o la pequeña colección titulada ejemplarmente Descripciones automáticas. Su imaginación era febril: tiene tres piezas tituladas Embriones disecados, el tercero de los cuales, los Podophthalma son “crustáceos cuyos ojos están situados en sus móviles patas. Son cazadores incansables y astutos, y se encuentran en todos los mares. La carne de estos animales es muy sabrosa y buena para comer”. No hay que olvidar que lo que así describe el maestro es una pieza de música. Podríamos seguir, no se les olvide que estamos comentando invenciones de Satie, quien se describía miope por inclinación, autor de las Memorias de un amnésico, pero hay que pensar un poco en lo que hace.
¿Qué hace Satie? Juega, inventa, es irreverente. Digamos de esta práctica que es un juego del humorismo poético. Se trata, por supuesto, de jugar con palabras. De disfrazar la seriedad en la ligereza e irreverencia del juego. Pero, sigamos: nuestros paradigmas nos ayudan a entender. ¿Cómo nos ayudan? Nos ayudan porque nos permiten situarnos y, al situarnos, reducimos lo desconocido y enigmático a lo conocido y gustado.
Klee, el dulce y lúcido maestro suizo, es el ejemplo más acabado de humorismo poético en la pintura. Dicen que Klee pintaba sin nada en la cabeza que no fueran formas, colores y su maravillosa inteligencia pictórica. Terminado el cuadro realizaba una ceremonia a la que llamaba bautismo. Y ahí introducía el humorismo poético. Y con qué talento. Un cuadro de franjas horizontales se llama Momento en los límites de las tierras fértiles; otro, de cuadrados, La armonía de la flora del Norte. Otros, Ídolo para la casa de los gatos o Baila, monstruo, mi suave canción, o Revolución en un viaducto. Aquí, otra vez, el juego enmascara la grave seriedad de la invención artística. Hay un parecido de familia entre Satie y Paul Klee, ¿en qué consiste? En primer lugar, me parece, en la libertad de la fantasía frente a la severidad técnica y de la materia trabajada. Esa libertad, ese juego da como resultado una especie de antipedantería: el autor no se toma demasiado en serio (está jugando) y se comunica muy llanamente con nosotros, se sitúa a nuestro nivel, nos invita a participar. Y es humorístico porque es antisolemne, relajiento, pone en duda el odioso espíritu de seriedad, la rigidez de lo jerárquico y formal (el espíritu de seriedad esconde siempre estrategias de dominio, el humor en cambio es liberador). Es como una sonrisita que deforma y aligera la tensión. Una especie de guiño de inteligencia que dice algo como “no lo tomes tan en serio, estoy contigo, ándale, ven a jugar”.
Pasemos ahora a la casa de Wallace Stevens.
Stevens tiene un poema sobre la muerte, ¿cómo se llama?, se llama “El emperador de los helados”. Los títulos de los poemas de Wallace Stevens son poemas en sí mismos, de hecho son tan buenos que, a veces, el contenido del poema no alcanza a satisfacer la promesa del título. He aquí algunos nombres: “Extractos de discursos dirigidos a la academia de ideas elevadas”, “Hombre cargando algo”, o dos nombres que parecen de cuadros: “Dominación del negro”, “El hombre que toca la guitarra azul” (efectivamente inspirado en un óleo de Picasso); otro que podría ser de Satie, “Seis paisajes significativos”; uno se llama, casi como cuadros de Klee, “Sede prematura”; otro “Las cortinas de la casa del metafísico”; otros “De la superficie de las cosas” o “Un conejo en el papel del rey de los espectros” o “Metáforas de un magnífico”. No resisto la tentación de citar los primeros ocho versos de un poema:
Veinte hombres que cruzan un puente
Y entran a un pueblo
Son veinte hombres que cruzan veinte puentes
Y entran a veinte pueblos
O un hombre
Que cruza un solo puente y entra en un solo pueblo
Esta es una vieja canción
Que se niega a explicarse…~
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.