Han regresado a la carne y la sangre
de roedor todavía tibia se ha vuelto
su golosina favorita. Ya perdieron
las enzimas para esa digestión
y se dibujan anillos guindas
en torno de sus ojos y sus labios.
Cuando florea la pampa (estallido
imprevisible en cuanto a fechas,
duración, intensidad y desenlace)
dejan sus madrigueras por un mar
gris y muerto como el mercurio,
los montes por el delirio del polen.
Dejan atrás a sus crías con los poseídos
inmóviles. Entre sus miedos atávicos
(que se aprende a adivinar
por los gruñidos lastimeros) están:
oír motores en la lejanía, ver
flecos encarnados entre las nubes
(los ocasos violetas les inducen
desconcierto total), quedar últimas
en una fila de más de cinco,
que alguna ronque, hable dormida
o parezca estar soñando…
Pueden quedarse inmóviles por días
pareadas y mirándose a los ojos tenazmente,
de muy cerca, con expresiones lacias,
neutras, así… hasta que alguna pare. ~