Y que además resuene

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Julio Trujillo

La burbuja

México, Almadía, 2013, 96 pp.

La burbuja es una colección de 75 poemas pequeños. Trujillo, lo sabemos, suele gustar del trazo rápido y la miniatura destilada que intensifica el efecto. Ahora el poeta insiste en descascarar y minimizar sus destrezas para presentar con inusitada eficacia actos poéticos en un estado nítido, singular, casi atómico. Ya en El perro de Koudelka (2003) Trujillo iniciaba un poema llamado “Instantánea” con este fascinante símil: “Púa del alambre, / parece que me observa / el ave diminuta” pero terminaba ese poema rechazando ese microscopio analógico: “Vivo alejándome de aquellas instantáneas, / montado como estoy / sobre el lomo impaciente del planeta.” En La burbuja el autor decidió no huir hacia el planeta y reconcentrarse, para nuestra ganancia, en la púa y sus perturbadoras alas.

En el poema de La burbuja llamado “Bonsái” Trujillo parece describir su método: “Podarlo sin piedad / para ajustarlo a la escala: / que sea una lírica enana. / Torcer a voluntad / cada / palabra / y regarlo con miradas (…)” Pero si eso (decir su método) es lo que ahí intenta, creo que se equivoca. Lo sigo en eso de quitar sin miramiento lo que sobra y desborda y desequilibra. Pero cuando dice que tuerce “a voluntad cada palabra” mi sentido de lo que el poeta de este libro está haciendo salta, y niega. Al menos en La burbuja yo no encuentro palabras torcidas, o retorcidas a voluntad, sino por el contrario, encuentro palabras íntegras, cabales, liberadas, sueltas, echadas a vivir sin las ataduras que las ceñían. Palabras a las que se les permite crecer y explorar su entorno desplegando sus alas y sus disposiciones.

En La burbuja encontramos engarzadas islas o fragmentos de lenguaje separado en moléculas o átomos que constituyen pequeñas unidades de significación. No se trata de parcelas gramaticales, sino semánticas que forman campos o espacios de detonación, o de perturbación de los sentidos amaestrados del lenguaje común natural. Sitios en donde se inauguran cristalizaciones, se insertan musgos de sentidos alternativos, nuevos y sorprendentes, para muchas y conocidas palabras y expresiones de nuestra lengua. Con muy pocos vocablos, el sentido prolifera y se extiende por una diversidad de asociaciones latentes en el lenguaje mismo, pero usualmente amortiguadas. Empatía, gracia, espectros aurales o guturales, rimas, resonancias, requiebres. Todo ello encandilado y acomodado por lo que suena bien, y por lo que resuena bien.

Trujillo aplica métodos de máximos y mínimos. Configura actos verbales en los que se maximiza la capacidad de provocar efectos poéticos reduciendo a su mínimo tolerable el número de voces y referentes. Acarrea mucho con poco. Obliga a dar todo de sí a los poquitos jugadores que quedan. Como un equipo de futbol con varios expulsados. Al soltar el lastre solo se asegura de que esté dicha, sugerida o conjurada toda la promesa de la nuez del poema que encontró. El roble prefigurado en la piña ha de anunciar su sombra sin actualizarla.

Imagino cómo sería un “Instructivo para escribir un poema-burbuja” al estilo del Trujillo de este libro: cribar finamente el mundo y sus impresiones, sus más minúsculos detalles, con la mano izquierda, el ojo izquierdo, con todo lo izquierdo (es decir, con el hemisferio derecho del cerebro). Simultáneamente cribar el lenguaje, sus más minúsculos detalles, con la palma derecha, el ojo derecho, el oído derecho (o sea, con el hemisferio izquierdo). Y mientras se criba en paralelo permanecer atento a cualquier rareza, irregularidad, desajuste… en el mundo, o en el lenguaje; o si se da con oro, en ambos simultáneamente.

El mundo común, diario, sus cosas, sucesos, trayectos, roces, decursos, ocurrencias, objetos, tiliches, encuentros… suelen transcurrir (y nosotros vivirlos) cubiertos o imbuidos por una malla sobrepuesta e imperceptible de palabras encadenadas que nos los ubican y familiarizan. En la experiencia paraconsciente el lenguaje de la mente afinca y afianza la urdimbre de la vida en su malla de sujetos y verbos latentes. Eso hace que siempre, si somos neuronal y lingüísticamente competentes, seamos capaces de producir enunciados y frases que describen lo que estamos haciendo o viviendo casi inmediatamente (en situaciones normales, cómodas). Las nuevas tecnologías de la escritura/comunicación nos han hecho eso cada vez más evidente. El cerebro/mente humano vive y describe eso en su lenguaje paralelo. De ese modo podemos ocupar no solo con el cuerpo sino con la lengua nuestras experiencias. Y quien ocupa más suele ser el que más lenguaje y más palabras domina. Hay así un espacio doméstico entre el mundo y las palabras en el que surcamos sin percatarnos de sus irregularidades y desvíos. Trujillo explora con instinto cazador ese espacio, pues ahí encuentra la poesía. En esa criba el poeta detecta, palpa, intuye o crea las fallas o roturas que nos hacen entender el privilegio y la precariedad de nuestros sentidos (incluido el sentido de la vida). Ahí se afinca por un momento, saca sus herramientas, y se pone a aislar el evento poético con los intuitivos recursos de su sensorio poético. Una muestra de ese trabajo la tenemos en el poema “Faros”: “Papel arroz / par de palabras colosales, / binomio irrefutable que agoniza / si digo arroz papel. / ¿Por qué? / La oreja sabe la respuesta / pero jamás le sacarán su confesión.”

El detonador de cada poema es diferente. Puede venir de las palabras y sus rarezas (rimas, rasposidades) o de un gesto del mundo (unas ardillas, una nube) que suscita un extrañamiento y desubica al escritor. El látigo intuitivo del poeta inmediatamente asedia y aísla y explora el surco descubierto. Lo enmarca y visibiliza en su propio sitio (no lo traslada hacia ningún espacio poético o estilístico ajeno) hasta dar si acaso con el poema. Es Trujillo un poeta de la anomalía oculta, y de la indocilidad ante el mundo adormilado. Su esfuerzo nos ayuda a recordar que hasta lo más natural y asentado está precariamente anclado, y que la permanencia y estolidez (aun de las piedras, como en el poema “Ella y él”) son ilusorias; que todo está por rehacerse.

Trujillo no se va solo de excursión (ni de exclusión). No desacopla sus islas del terreno común. Se queda a departir con nosotros. Revela y asea el poema y con él señala su hallazgo. ¡Mira!, nos dice, a veces sin aguantase la risa, mira, toca, nota, atiende. ~

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