En la versión televisiva de su cuarto informe de gobierno, el presidente de México se dedicó a destacar, con desenfadado talante triunfalista, los que considera los avances más importantes en las distintas áreas de su gestión. Lo que reportan los medios indica que no se ajustó a lo que a diario dice la realidad. Sea cierto o no lo que aseveró, es claro que no consideró necesario hacer lo propio en materia de cultura. Tan solo, y con fines de ornato, le bastó situarse de espaldas al mural Epopeya del pueblo mexicano de Diego Rivera, para codearse a nivel simbólico con los héroes patrios. Sumemos tres referencias inconexas y un remate de falso postín.
En los varios panes en los que se multiplican sus anuales reportes a la Nación, el primer mandatario había vuelto una y otra vez a la Estrategia Nacional de Lectura, el Centro Cultural Los Pinos, el Proyecto Chapultepec, el Programa Cultura Comunitaria, el Parque Ecológico del Lago de Texcoco y la remodelación de los inmuebles dañados por los sismos de 2017. Eso, naturalmente, no es una política cultural, aunque fueron durante los tres informes previos los asuntos de su predilección. Ni decía mucho ni lo dicho cambiaba demasiado de un año a otro, pero al menos hacía el esfuerzo. Esta vez ni siquiera fue así, y sobran las razones.
Los tres ejes de la Estrategia Nacional de Lectura son un indiscutible chasco. Entre los cambios de titular en la SEP y los desvaríos de Marx Arriaga, más la puntilla de la pandemia, el eje “formativo” –el cultivo del hábito a nivel escolar– quedará pendiente para años donde no prive el grotesco vacilón actual. El eje “material” –los tirajes masivos a precios bajos de los desaseados folletines Vientos del pueblo y la colección 21 para el 21– acabó en las bodegas, en los postizos obsequios al que pasara por enfrente, y en los clubes de lectura para la formación de cuadros de Morena. El “persuasivo” –campaña en medios, bajo la responsabilidad del vocero Jesús Ramírez– no ocurrió.
Nada podía decirse acerca del Complejo Cultural Los Pinos, que no es sino un cacareado y resquebrajado cascarón. El programa de actividades de lo que fue residencia de los presidentes depende de las distintas dependencias de la Secretaría de Cultura, las que solo bajo la condición de llevar actividades relevantes a ese lugar consiguen la aprobación del recurso presupuestal. Ese es el modus operandi. Basta revisar los logotipos que rematan los promocionales de lo que sucede en esos recintos inhóspitos e inaccesibles para los capitalinos (a menos que sea por la vía del acarreo en autobuses) para advertir que acabó convirtiéndose en una desangelada pasarela cultural de lo que hacen los demás, con escasas iniciativas propias.
Respecto al Proyecto Chapultepec, de naturaleza urbano-vial y que no parece tener otro objetivo que incrementar la plusvalía de la zona para beneficio de constructoras e inmobiliarias, el presidente no aludió ni siquiera a lo único digno de mención a la fecha (a la espera, claro, del resultado final, si es que concluyen las obras): los avances en la construcción de la bodega para los museos del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, y la nueva sede de la Cineteca Nacional.
Tampoco dijo nada sobre el bochornoso Programa de Cultura Comunitaria –la “revolución cultural” de México, según los dichos de la secretaria de Cultura Alejandra Frausto–, que aspiró a llegar a los 720 municipios con los más altos índices de violencia y marginación social para reconstruir el tejido social a través de la cultura y las artes –lo mismo, por cierto, que se buscó, con magros o nulos resultados, durante el sexenio anterior. La “revolución” acabó en el clasemediero show anual “Tengo un sueño”, que se presenta en el Auditorio Nacional, avalado por creadores cercanos a la administración federal actual.
Pero algo tenía AMLO que decir.
Inició con el Tren Maya, sin aludir, claro, a lo que en verdad sucedió durante el cuarto año de gestión. De otra manera habría tenido que mencionar los juicios de amparo, de amplia resonancia mediática, en contra de la destrucción del patrimonio arqueológico y ecológico ocasionados por el Tramo 5, que avala el INAH con el “acompañamiento” de la UNESCO-México, y que lo orilló a dedicar varias matinés al supuesto salvamento arqueológico realizado por esa institución. Más bien habló de lo que sucederá después: “vamos a terminar” las vías, “en julio del año próximo” llegarán los 42 trenes hechos “por manos mexicanas”, a pesar “de varios obstáculos” se inaugurará la obra en diciembre de 2023”. Eso le tocaría para el quinto informe: ya nos lo adelantó.
Párrafos más adelante, luego de hablar de otras cosas sin conexión alguna, López Obrador informó de “la reconstrucción de seis mil 720 edificios públicos y mil 945 templos históricos e inmuebles culturales afectados por los sismos de 2007”. Se acordó del asunto, solo que lo incluyó dentro del paquete de la construcción de unidades deportivas, parques, malecones, espacios artísticos y culturales, escuelas, centros de salud, calles y redes de agua potable. Lo digno de recordar habría sido que, desde 2020, la Secretaría de Cultura y el INAH aseguran que ya casi acaban con la reconstrucción, pero cada año la posponen para el próximo. Ninguna novedad al respecto. Démonos por bien servidos si acaban con el remozamiento al conjunto escultórico de la ex glorieta de Colón.
Para disimular los destrozos que causa el Tren Maya, el Ejecutivo se refirió también a la declaratorias de “cinco sitios o zonas naturales para la protección de 127 mil 249 hectáreas de flora y fauna”, aunque no precisó dónde ni para qué. También mencionó otras 139 mil 749 “destinadas a ese mismo propósito, con la anuencia voluntaria de ejidos comunidades”. La defectuosa sintaxis llevaría a suponer que estas 139 mil aún no cuentan con la flora y la fauna correspondiente. Ese fue el contexto para informar que continúan las obras del Parque Ecológico del Lago de Texcoco, que por alguna razón desconocida incluía en informes previos en el sector cultural. Esta vez lo colocó donde debía, junto al “mejoramiento del Bosque de Chapultepec”, aunque sin hacer mención del proyecto cultural.
Para concluir, López Obrador manoseó una vez más la palabra “grandeza”, a la que acude a cada rato y que le sirvió para la exposición que se presentó de agosto de 2021 a agosto de 2022 en el Museo Nacional de Antropología, La grandeza de México, que inauguró y de la que tampoco se acordó: “Se está demostrando que la mayor riqueza de México es la honestidad de su pueblo y ahora, más que nunca, está presente que México es de los países con mayor riqueza cultural en el mundo, está más presente que nunca la grandeza cultural de México”. Los tropezones de la sintaxis, como siempre, son cortesía de las incompetentes áreas de comunicación social.
El cuarto informe de gobierno tiene su versión en pdf de 828 páginas. La cultura aparece en el apartado dos, “Política social”, que incluye las pensiones a los adultos mayores, las personas con discapacidad permanente y los niños e hijos de madres trabajadoras, así como a los jóvenes construyendo y escribiendo el futuro. El apartado agrupa también los programas Sembrando Vida, de desarrollo urbano y vivienda y de microcréditos, la atención a los ciudadanos en emergencia social o natural, a los migrantes en la frontera sur, la educación, la salud y el INSABI, entre otros. La política cultural figura en el inciso 2.7 y último, la “Cultura para la paz, para el bienestar y para todos”, de las páginas 307 a la 326.
La numeralia acerca de las actividades realizadas y la relativa a los públicos asistentes es desquiciante e inverosímil. La información tampoco está jerarquizada ni ponderada, por lo que se ofrecen indicadores generales relativos a instituciones y programas como actividades sueltas, sin coherencia en la exposición. Entre otras, se les da realce al Grito de la Independencia del 15 de septiembre y a la asistencia del presidente de la “República” de Cuba, Miguel Díaz-Canel, al desfile del 16. Salvo en contados casos, no hay contexto que permita valorar avances o retrocesos en relación con los años precedentes. No hay metodología ni validación. Acerca del dramático estatus de los trabajadores de la cultura y la por cuatro años pospuesta reforma del sector, ni un comentario.
Nos vemos para el quinto.
Ojalá nos muestre al menos otro de los murales de Palacio Nacional, vedados al público desde que inició su transformación.
Es autor del libro digital 80 años: las batallas culturales del Fondo (México, Nieve de Chamoy, 2014), de Política cultural, ¿qué hacer? (México, Raya en el Agua, 2001, y de La palabra dicha. Entrevistas con escritores mexicanos (Conaculta, 2000), entre otros. Ha sido agregado cultural en las embajadas de México en la República Checa y Perú y en el Consulado General de México en Toronto.