En septiembre de 1910, como uno de los momentos culminantes de los festejos por el primer centenario de la Independencia, fue inaugurada la Universidad Nacional de México. En la solemne sesión fundacional, el secretario de Instrucción Pública, Justo Sierra, afirmó que la naciente institución no tenía “nada de común” con su supuesta antecesora, la Real y Pontificia Universidad de México,1 a diferencia de la cual la nueva institución debía ser “nacional y eminentemente laica”. La contundente aseveración de Sierra puede hoy reformularse como pregunta: ¿hasta qué grado la Universidad Nacional Autónoma de México de hoy procede de aquella universidad de 1910?
Para poder responder a esta pregunta es preciso conocer primero el proyecto sobre el que se estableció la Universidad Nacional de México ese año. Para comenzar, debe considerarse que su creación fue un proyecto largamente acariciado por Sierra, quien pretendió crearla desde 1881. Sin embargo, su propuesta se desechó entonces, alegándose que el sistema educativo adolecía todavía de graves deficiencias en los niveles previos, que debían ser superadas primero.2 El reto tomó treinta años; fue hasta las postrimerías del régimen porfiriano cuando las condiciones parecieron adecuadas para su constitución.3 Además de las mejoras en el sector, el proceso económico imperante exigía la formación constante y creciente de profesionistas.4 Sin embargo, sorprende que el proyecto universitario de 1910 de Justo Sierra, elaborado en buena medida por Ezequiel Chávez, su subsecretario,5 excluyera abiertamente el estudio de “carreras” industriales –como las ciencias químicas– y administrativas, por lo que difícilmente podría responder a las exigencias del sistema económico con respecto a ese tipo de profesionistas.
Aun aceptando las mejoras en el campo educativo y las exigencias del proceso económico, debe señalarse que la fundación de la Universidad Nacional de México no fue respuesta a una exigencia de los estudiantes y profesores que constituían las comunidades de las respectivas escuelas profesionales de Ingenieros, Jurisprudencia y Medicina, como tampoco era un reclamo de los estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria. Así, la no solicitada institución universitaria, ni por liberales ni por positivistas, fue creada porque Sierra, sagaz además de bueno y sabio, convenció a don Porfirio de que podría ser una de las ceremonias más solemnes y significativas dentro de los festejos del centenario de la Independencia. El vaticinio de Sierra se cumplió con creces: crear una institución, comprometerse con ella, era más benéfico para el país que cualquier construcción arquitectónica, ya fuera de carácter útil o simbólico. Se remediaba así un rezago imperdonable: a diferencia de muchos países americanos y de todos los de Europa, México tuvo una universidad moderna muy tardíamente, a principio del siglo xx.
Comprensiblemente, las potencialidades futuras superaban ampliamente a las realidades presentes. A pesar de la “severa grandeza” de la ceremonia inaugural, la fundación de la Universidad Nacional de México en septiembre de 1910 se limitó a la creación de una pequeña oficina rectoril, la que se ubicaría en las viejas instalaciones de la Escuela Normal,6 desde donde coordinaría, sin autonomía, las actividades de las escuelas profesionales ya existentes, a las que se sumaría una nueva, la de Altos Estudios, donde habrían de asentarse las labores de investigación y algunos cursos de especialización, pues hablar de posgrados sería prematuro.
Durante esos mismos días los estudiantes del país organizaron su primer Congreso Nacional,7 como aportación a los festejos del centenario. Sus propuestas respecto a la educación superior diferían notablemente de las de Sierra y Chávez. Para comenzar, en su reunión participaron representantes de escuelas explícitamente rechazadas como potenciales componentes de la Universidad Nacional de México, como lo fueron las de Agricultura, Comercio y, sobre todo, la Normal. Además, entre sus iniciativas afloraron las de crear instituciones dedicadas a la enseñanza agrícola e industrial, así como escuelas profesionales “libres” en provincia, a la vez que pidieron mayor participación en el gobierno de las instituciones de educación profesional, lo que iba en contra de lo que se les concedía en la legislación de la naciente universidad. Por tanto, lo emanado del Primer Congreso Nacional de Estudiantes era prueba de que el proyecto de Sierra y Chávez, por encomiable que fuera, resultaba centralista, restrictivo e insuficiente respecto a las exigencias socioeconómicas del país. En síntesis, la postura de aquellos jóvenes demostraba que el proyecto gubernamental nacía obsoleto, reflejando la decrepitud de todo el sistema porfiriano.
II.
La prueba del agotamiento del largo gobierno de Díaz se daría, apenas dos meses después, de manera irrefutable y dramática. La Revolución mexicana, que se prolongó durante casi diez años, afectó profundamente a la Universidad Nacional de México, a la que se identificaba como institución finalmente porfiriana. Durante el decenio revolucionario se produjeron, uno tras otro, varios desencuentros. El primero fue el desinterés –y hasta rechazo– de la comunidad universitaria por el movimiento de Madero, tanto el electoral como el armado –de mediados de 1910 y principios de 1911, respectivamente. A esto siguieron los embates de Francisco Vázquez Gómez, secretario de Instrucción Pública del gobierno provisional de Francisco León de la Barra y connotado ex reyista, contra la Universidad Nacional de México, por considerarla una institución vinculada a los “científicos”, grupo político contrario al suyo y del que era destacado miembro Justo Sierra.8
Los enfrentamientos entre reyistas y “científicos” se expresaron sobre todo en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, a la que fue enviado como director Luis Cabrera, conocido enemigo de estos últimos. Su llegada fue vista más como un agravio que como una amenaza. En respuesta, varios profesores, seguidos por un número considerable de los alumnos, se desligaron de Jurisprudencia y procedieron a crear, en 1912, la Escuela Libre de Derecho.9 Asimismo, en la Cámara de Diputados maderista se amenazó con retirarle el subsidio a la Escuela de Altos Estudios “por inútil y superflua”, además de elitista. La postura de los legisladores coincidía con la del secretario de Instrucción de Madero, el que siempre afirmó que el proyecto gubernamental implicaba favorecer a la educación elemental y popular. Por último, los estudiantes de las escuelas universitarias organizaron varias manifestaciones en apoyo del escritor argentino Manuel Ugarte, pues el gobierno de Madero intentó impedir que impartiera un par de conferencias, acusándolo de que deseaba generar conflictos entre el gobierno de Washington y el mexicano.
Seguramente el mayor desencuentro entre la comunidad universitaria y el grupo revolucionario se dio cuando la primera –profesores y alumnos– apoyó abiertamente al régimen usurpador de Victoriano Huerta. Su respaldo fue evidente. Para comenzar, varios profesores destacados participaron en sus gabinetes: Francisco León de la Barra, Rodolfo Reyes y Jorge Vera Estañol, en el primero, y Aureliano Urrutia,10 Carlos Pereyra y Nemesio García Naranjo en los subsecuentes. Obviamente, el listado de universitarios que apoyó y colaboró con Huerta crecería enormemente, incluyendo a subsecretarios, diputados, senadores, directores de periódicos oficiosos y cuerpo diplomático; los mejores ejemplos podrían ser Enrique González Martínez, Emilio Rabasa, José Juan Tablada y Victoriano Salado Álvarez, entre muchos otros. El respaldo fue mutuo: con el apoyo de Huerta, “científicos” y reyistas recuperaron el control de las instituciones universitarias, teniendo que abandonarlas las autoridades maderistas, como fue el caso de Cabrera en Jurisprudencia. Sobre todo, Ezequiel Chávez, el gran colaborador de Justo Sierra, fue designado rector en septiembre de 1913.11
La oposición universitaria al gobierno de Huerta fue aislada y minoritaria: hubo algunos jóvenes profesores que se incorporaron a las filas rebeldes, como Isidro Fabela, Martín Luis Guzmán, Alberto J. Pani y José Vasconcelos; también hubo algunos estudiantes que se sumaron a los ejércitos constitucionalistas, en el norte distante, como Gustavo Espinoza Mireles, Enrique Estrada, Manuel Pérez Treviño, Aarón Sáenz12 y José Siurob, así como Basilio Vadillo, de la Escuela Normal, y Luis León, de la de Agricultura, mientras que Gustavo Baz y Rafael Cal y Mayor se incorporaron a las fuerzas zapatistas, en las inmediaciones de la ciudad de México.13
Congruente con su perspectiva militarista de la sociedad y la historia, Huerta intentó imponer un orden estricto en todas las instancias del México que intentó gobernar y que aspiró a reorganizar. El ámbito educativo no fue la excepción y el dictador introdujo la disciplina militarista en la Preparatoria. Significativamente, la respuesta de la comunidad fue tibia, y más bien parecía estar entre resignada y complacida, acaso porque la militarización fue más bien protocolaria, sin afectar los aspectos académicos. Con todo, uno de los pocos profesores universitarios que criticó la medida fue Antonio Caso, quien sentenció que el país necesitaba “escuelas en los cuarteles y no soldados en las escuelas”. Otro aspecto que refleja el entendimiento entre el gobierno huertista y la comunidad universitaria fue el nacionalismo, expresado sobre todo en el respaldo de esta al gobierno a raíz del desembarco de los marines estadounidenses en el puerto de Veracruz, en abril de 1914. La verdadera amenaza, sin embargo, no venía del otro lado de la frontera, sino del norte del país. Al tiempo que los marines ocupaban Veracruz y los universitarios marchaban por las calles de la ciudad de México con expresiones de estridente nacionalismo, los ejércitos constitucionalistas apresuraron su marcha contra la capital del país, la que ocuparon en el mes de agosto.
III.
¿Cómo respondió la Universidad Nacional de México al triunfo de los revolucionarios? ¿Cuál fue la postura de la comunidad universitaria? ¿Cuáles fueron los costos políticos de su apoyo al gobierno huertista? ¿Cuáles los perjuicios padecidos por las actividades propiamente educativas, ahora que nuevas autoridades políticas gobernarían la capital del país? ¿Cómo le afectó a la educación universitaria la irrupción de la violencia y de los ajustes de cuentas políticos? Con una actitud más obvia que astuta, las autoridades universitarias demandaron que la Universidad Nacional de México fuera declarada autónoma, buscando que dicho estatus la protegiera de los cambios que habrían de sobrevenir con el triunfo de un nuevo proyecto de Estado. Para comenzar, tan pronto llegaron los revolucionarios a la ciudad de México cesaron a varios funcionarios y profesores abiertamente huertistas, “por exigirlo así la necesidad de moralizar el espíritu público”.14 Asimismo, las autoridades revolucionarias rápidamente designaron a nuevos responsables de las instituciones universitarias: Valentín Gama quedó como rector y José Vasconcelos fue hecho director de la Escuela Nacional Preparatoria.
El primer problema que enfrentó la Universidad Nacional de México al triunfo de la lucha contra Huerta fue la inestabilidad y la ingobernabilidad que padeció el país con el estallido de la llamada “guerra de facciones”, la que se prolongó hasta finales de 1915 y principios de 1916. Así, cuando Carranza huyó de la ciudad de México y se instaló en Veracruz, a la capital llegó el gobierno de Eulalio Gutiérrez, el que designó como su secretario de Instrucción Pública a Vasconcelos, quien seguramente traería grandes planes para la Universidad Nacional de México, pero los tuvo pronto que posponer, pues aquel gobierno duró alrededor de un mes. El año de 1915 fue una dura prueba para la Universidad Nacional de México,15 debido a las vicisitudes políticas y militares que padeció la capital, más preocupada por graves problemas de abasto alimenticio, higiene pública y seguridad que por el funcionamiento de sus instituciones educativas. De hecho, durante varios meses la rectoría estuvo acéfala, pues el gobierno de Francisco Lagos Cházaro nunca nombró un rector luego de la renuncia de Gama. Peor que la inexistencia de autoridades fue la parálisis, casi total, de actividades educativas.
Durante el caótico 1915 la comunidad universitaria llegó a dos conclusiones importantes: que el “antiguo régimen” había sido vencido definitivamente, por lo que el proyecto universitario de Sierra y Chávez, respetado durante el huertismo, no podría reactivarse, y que el proyecto universitario que se impondría tendría que ser nuevo, acorde con la propuesta de país de los revolucionarios. El triunfo de la facción constitucionalista y la estabilización de su gobierno en la ciudad de México permitió que se reanudaran las actividades universitarias. Sin embargo, aquellos años fueron poco felices para la Universidad Nacional de México: al frente de ella quedó José Natividad Macías, un político sin antecedentes intelectuales; además, los mejores docentes habían huido del país o habían sido cesados por haber trabajado durante el periodo huertista. Con todo, el carácter moderado y el origen clasemediero del gobierno carrancista permitió que paulatinamente mejorara su relación con la comunidad universitaria. Por ejemplo, varios funcionarios y profesores participaron en el Congreso Constituyente de 1916-1917, comenzando por el propio rector Macías, por el director de la Escuela de Jurisprudencia, Fernando Lizardi, y por el secretario de la Universidad Nacional de México, Alfonso Herrera.16
Por lo que respecta a los estudiantes, la “Expedición Punitiva”, en 1916, dio lugar a varias expresiones de nacionalismo estudiantil. A su vez, Carranza comenzó a diseñar entonces una política de acercamiento a los países latinoamericanos para contrarrestar el aislamiento diplomático que padecía su gobierno; a fin de desarrollar su latinoamericanismo contó con la colaboración estudiantil, y fue entonces cuando comenzó la estrategia de enviar jóvenes a los países sudamericanos como empleados menores de las legaciones.17
El entendimiento entre el gobierno de Carranza y la comunidad estudiantil tiene explicaciones cronológicas y sociológicas: para 1916 y 1917 ya no quedaban sobrevivientes de los años dorados del sierrismo; al contrario, eran jóvenes cuyas memorias se remontaban a los años del militarismo huertista o al caos de 1915. Sobre todo, los estudiantes ya no eran los vástagos de las familias porfirianas, muchas de ellas en el exilio; ahora había numerosos jóvenes pertenecientes a la clase media capitalina, y también a la clase media pueblerina que se había refugiado en la ciudad de México, huyendo de la violencia revolucionaria. Resulta entendible, por tanto, su apoyo al más moderado –pero también el más comprehensivo– de los proyectos revolucionarios. El plan educativo de Carranza privilegiaba el control y el orden. De hecho, desapareció la Secretaría de Instrucción Pública y suprimió a la Universidad Nacional de México, la que pasó a convertirse en el Departamento Universitario y de Bellas Artes; por si esto fuera poco, le fue cercenada la Preparatoria, mutilación que dio lugar a una movilización estudiantil encabezada por los entonces jóvenes Alfonso Caso, Vicente Lombardo Toledano y Manuel Gómez Morin.18
Con todo, a partir de 1918 fue evidente una normalización de las actividades docentes universitarias y una creciente estabilidad en los aspectos administrativos. De hecho, comenzaron a regresar algunos viejos profesores –incluidos algunos cesados en 1914 y 1915–, como Antonio Rivas Mercado y Ezequiel Chávez, aunque ello no implicaba, ni remotamente, la restauración del modelo sierrista.19 La universidad revolucionaria no pretendía ser para las élites, y se asignó como objetivo fundamental la preparación profesional de la clase media que había tomado el poder. Dado que el grupo revolucionario victorioso tuvo que desmantelar el aparato de dominio huertista, se vio obligado a establecer una nueva universidad donde se formaran los futuros sectores dirigentes del país, y donde se educaran las clases sociales que habrían de emerger con el Estado mexicano posrevolucionario.
IV.
¿Cuánto le debe el modelo universitario posrevolucionario al proyecto de Justo Sierra de 1910? En verdad, poco; casi nada. ¿Cumple entonces cien años de existencia la Universidad Nacional Autónoma de México el próximo mes de septiembre? Formalmente, sí, y sería necio negarlo. Sin embargo, en términos reales, más históricos e ideológicos que simplemente cronológicos, nuestra universidad cumplirá noventa años de vida. Podrá cumplir cien años de nacida, pero sólo cumplirá noventa años de existencia auténtica.
Fue de tal magnitud la renovación de la universidad hecha por José Vasconcelos en 1920, que es preciso concluir que la Universidad Nacional Autónoma de México de hoy se remonta al proyecto de Vasconcelos. Fue con este que la Universidad Nacional de México se convirtió en una institución para las clases medias, no para la élite. Fue con él que la Universidad Nacional de México adquirió sus grandes compromisos sociales: recuérdese al efecto la participación de los universitarios en las jornadas alfabetizadoras de principios de los años veinte. Fue con Vasconcelos que la Universidad Nacional de México adquirió su identidad latinoamericana: no se olvide que el escudo de la universidad sierrista20 fue afortunadamente sustituido por el escudo vasconcelista, cuyo lema, “Por mi raza hablará el espíritu”, está avalado por una águila mesoamericana y un cóndor sudamericano. Fue con Vasconcelos que la Universidad Nacional de México asumió su posición antidictatorial y antimilitarista: recuérdense las jornadas contra el “mandamás” venezolano Juan Vicente Gómez. Fue con Vasconcelos, finalmente, que la Universidad Nacional de México asumió su responsabilidad culturalista y civilizadora: no se olvide que en 1912 los jóvenes ateneístas simpatizantes de la revolución maderista –Martín Luis Guzmán, el dominicano Pedro Henríquez Ureña y José Vasconcelos– fundaron la Universidad Popular para ayudar al mejoramiento educativo y cultural de las clases populares de la ciudad de México,21 y que al llegar Vasconcelos a la rectoría se disolvió la Universidad Popular porque sus nobles propósitos fueron asumidos por la radicalmente transformada Universidad Nacional de México.22
Concluyo: desde una perspectiva de historiador, es obvio que la Universidad Nacional Autónoma de México cumplirá en breve cien años, y que debe reconocerse al gran educador que fue Justo Sierra la creación de dicha institución, la siembra de un ideal y la fijación de un compromiso estatal. Desde mi perspectiva de egresado –orgulloso y agradecido– y de mexicano de la segunda mitad del siglo xx, me apresto a celebrar los noventa años del proyecto vasconcelista, el que creó a nuestra entrañable universidad, acaso la institución que más hizo en el siglo xx en beneficio del ascenso social de las clases medias y de los sectores populares urbanos de nuestro país. En este año en el que coinciden el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución con el cumpleaños de la Universidad Nacional Autónoma de México, prefiero celebrar noventa años de una institución revolucionaria que cumplir cien de una institución porfirista. ~
1. Discurso de inauguración de la Universidad Nacional de México, el 22 de septiembre de 1910, en Justo Sierra, Obras Completas, Tomo v, Discursos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1948, pp. 447-462.
2. Considérese, por ejemplo, que fue hasta 1905 cuando se creó la Secretaría de Instrucción Pública, pues hasta entonces había sido sólo una subsecretaría de la Secretaría de Justicia.
3. Para ver los progresos logrados en materia educativa durante esos años, véase Mílada Bazant, Historia de la educación durante el Porfiriato, México, El Colegio de México, 1993.
4. Lía García Verástegui, Del proyecto nacional para una universidad en México, 1867-1910, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1984.
5. Juan Hernández Luna, Ezequiel Chávez, impulsor de la educación mexicana, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1981.
6. Durante las fiestas del centenario se inauguraron las instalaciones de la Universidad Nacional en el edificio que ocupaba la Escuela Normal para Maestros. Véase Genaro García, Crónica oficial de las fiestas del primer centenario de la Independencia de México, México, Museo Nacional, 1911, p. 205.
7. María de Lourdes Velázquez, Los congresos nacionales universitarios y los gobiernos de la revolución, 1910-1933, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002. Véase también Genaro García, Crónica oficial de las…, op. cit., pp. 226-227.
8. También eran miembros del grupo “científico” los doctores Manuel Flores y Porfirio Parra, directores de la Escuela Nacional Preparatoria y de la de Altos Estudios, siendo el primero de ellos removido de su puesto durante los meses vazquezgomistas.
9. Jaime del Arenal, “La fundación de la Escuela Libre de Derecho”, en Revista de Investigaciones Jurídicas, México, Escuela Libre de Derecho, núm. 11, año 11, 1987, pp. 555-805.
10. Recientemente se publicó una biografía sobre este denostado personaje. Véase Cristina Urrutia Martínez, Aureliano Urrutia / Del crimen político al exilio, 1872-1975, México, Tusquets, 2008.
11. A la llegada de Huerta, en febrero, había sustituido a Alfonso Pruneda en la dirección de la Escuela de Altos Estudios.
12. Para su biografía consúltese Pedro Salmerón Sanginés, Aarón Sáenz Garza / Militar, diplomático, político, empresario, México, Miguel Ángel Porrúa, 2001.
13. Jorge Prieto Laurens y otros compañeros preparatorianos intentaron sumarse a los zapatistas del Ajusco en abril de 1913, pero fueron descubiertos y castigados por las autoridades huertistas.
14. Entre muchos otros, fueron cesados Francisco Elguero, Enrique González Martínez, Rodolfo Reyes y Alfonso Teja Zabre.
15. Daniel Cosío Villegas aseguró que en 1915 “las clases se suspendían con frecuencia”. Cfr. Memorias, México, Joaquín Mortiz, 1976, p. 43.
16. Herrera era campechano y de oficio normalista, que había fundado la Escuela Pestalozzi en Mérida. Radicado luego en Puebla, había sido cercano a Aquiles Serdán. Posteriormente, al triunfo de la lucha constitucionalista, había sido secretario de Jesús Carranza, hermano de don Venustiano.
17. En 1918 el joven estudiante y poeta tabasqueño Carlos Pellicer fue designado por Carranza como agregado estudiantil en Bogotá y Caracas.
20. Ilustrativamente, el escudo de Sierra tenía un lema en latín y su emblema era la oficial águila republicana.
21. Morelos Torres Aguilar, Cultura y revolución / La Universidad Popular Mexicana (ciudad de México, 1912-1920), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2009.
22. Para una versión ampliada de estos argumentos véase mi libro Rudos contra científicos / La Universidad Nacional durante la Revolución mexicana, México, El Colegio de México, 1996. Pueden verse también las páginas que dedico a este tema en Cultura y política en el México posrevolucionario, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2006, pp. 11-161.