Friedrich Katz y su patria adoptiva

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Hace pocos meses cumplió ochenta años Friedrich Katz, uno de los principales historiadores mexicanistas y autor de un par de libros reconocidos como “clásicos” (La guerra secreta en México y Pancho Villa, ambos publicados por Ediciones Era) y de una veintena de artículos académicos. Con tal motivo se le organizaron dos homenajes. El primero tuvo lugar en la Universidad de Chicago, a cuyo cuerpo docente ingresó hacia 1971. El segundo homenaje fue organizado por El Colegio de México y el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, en cuya sede tuvo lugar los días 13 y 14 de noviembre. El encuentro de Chicago reunió a colegas y discípulos de Katz procedentes de varias instituciones universitarias estadounidenses (Harvard, Columbia y Houston, entre otras, además de la misma Universidad de Chicago), así como de Europa y México. El tema por debatir fue “Land, Politics and Revolution”, lo que supone una mayor atención a dos de los temas recurrentes en la reflexión de Katz. En efecto, varias ponencias fueron dedicadas a la geografía villista o a algunos componentes de su ejército: una versó sobre la frontera entre México y Estados Unidos durante el Porfiriato y la Revolución; otra tuvo como tema la lucha agraria en Durango hacia 1915, y una más se dedicó a la administración villista en La Laguna. Asimismo, dos ponencias tuvieron como personaje central a Felipe Ángeles, su artillero, estratega militar y consejero político entre principios de 1914 y finales de 1915. De otra parte, varias ponencias fueron dedicadas a las rebeliones campesinas en la historia de México, tema que algún día se plasmó en un libro coordinado por Katz y que provocó un enorme replanteamiento historiográfico (Revuelta, rebelión y revolución / La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, también editado por Era).

En el coloquio mexicano predominaron Villa y Chihuahua, aunque también hubo ponencias sobre otros temas predilectos de Katz: acerca de los problemas internacionales durante la Revolución Mexicana y sobre los asilos políticos en la historia de México. Comprensiblemente, siendo ambos coloquios académicos en honor de un colega ilustre, en ninguno de los dos faltaron las semblanzas y las evaluaciones historiográficas.

Habría que agregar que, aprovechando la estancia de Katz en la ciudad de México a mediados de noviembre, el Instituto Mora se sumó a los festejos, organizando un diálogo entre Katz y varios colegas de esa institución.

El cariño de sus ex alumnos y colegas se lo ha ganado Katz por su gran generosidad y bonhomía: siempre busca en el trabajo escolar del alumno o en la publicación del colega, y por lo general siempre encuentra, alguna aportación historiográfica, alguna promesa de aportación futura. De otra parte, el enorme número de lectores se debe a que Katz es uno de esos historiadores con capacidad de comprensión y con vocación de explicación. Meticuloso investigador, constantemente encuentra datos desconocidos, los que devela con gracia y tino. Aunque monumentales, sus obras nunca son un amasijo de datos. Al contrario, en ellas siempre prevalece el afán explicativo. Enemigo de las jergas artificiales, tan petulantes como inútiles, Katz busca hacer comprensible el pasado. Nadie más contrario que él de la idea de escribir para un cenáculo de colegas.

Resumir sus aportaciones historiográficas puede resultar más difícil. Consignemos otra vez sus temas: historia prehispánica azteca, rebeliones campesinas, Porfiriato, Revolución Mexicana, Pancho Villa y relaciones México-Alemania. Hoy en día está interesado en los Científicos, aquel grupo político porfirista que aún conserva tantos misterios; en Madero, junto con su entorno familiar, y en la Decena Trágica. También está interesado en hacer un estudio sobre las complejidades internacionales de la historia de México durante los años del cardenismo y de la Segunda Guerra Mundial; esto es, la continuación de su guerra secreta. Precisamente este enfoque dio lugar a una de las principales aportaciones historiográficas de Katz. Con él se acabó la historia diplomática tradicional, bilateral y de cancillerías. Katz nos descubrió la honda complejidad que implica el término “internacional”. En el caso de la Revolución Mexicana no sólo era importante Estados Unidos, sino también Inglaterra, Francia, Alemania, España y algunos países latinoamericanos. Cada uno de ellos tenía sus propios motivos y sus diferentes estrategias y objetivos en su relación con nuestro país. Limitándonos al caso de Estados Unidos, no sólo importaba el gobierno de Washington sino también los gobiernos de los estados fronterizos y, sobre todo, los intereses de los muchos y muy diferentes inversionistas norteamericanos en México. Por si esto fuera poco, a Katz no le interesa nada más el impacto del factor externo en el gobierno nacional mexicano en turno: también le interesa el impacto que tuvo, y la manera en que respondieron a él, los otros grupos protagónicos en el México revolucionario, comenzando obviamente por el villismo. Katz nos enseñó a ver la Revolución Mexicana como un complejo caleidoscopio, conformado por elementos locales, regionales, nacionales e internacionales.

Esta perspectiva fue aún más explícita en su libro sobre Pancho Villa. Más que una biografía enciclopédica, se trata de una historia total en donde el hilo conductor es un personaje. Hoy sabemos de los motivos de su alzamiento, de las razones de sus proyectos y de sus potencialidades y limitaciones. Gracias al autor, Villa dejó de ser un mito para convertirse en un personaje histórico, el que debe ser ubicado en sus coordenadas temporales y geográficas: si el Villa del Porfiriato fue diferente al de 1910, y éste al de 1913 y 1914, y todos éstos al de los años subsiguientes, también es obligado atender los contextos local, regional, nacional e internacional para comprenderlo. Otra gran enseñanza de Katz radica en su permanente intento de hacer historia comparativa, único antídoto a nuestra tradicional forma parroquial de hacer historia en México.

Katz se interesó en la historia de México porque vivió en este país los años de su adolescencia y juventud. Austriaco de nacimiento, su padre era un opositor al nazismo, por lo que el ascenso de Hitler lo obligó a huir a Francia. Cuando el ejército alemán ocupó este país, el gobierno colaboracionista de Vichy expulsó a la familia Katz, la que se trasladó a Nueva York, donde les permitieron permanecer temporalmente. Fue entonces cuando se enteraron de las políticas de asilo del presidente Lázaro Cárdenas, por lo que se trasladaron a México, país al que llegó Friedrich Katz a sus trece años de edad. Como él ha dicho en varias ocasiones, fue el primer país del que no tuvieron que huir. Friedrich Katz estudió en el Liceo Franco Mexicano –vivían en la colonia Cuauhtémoc– y luego en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.

Derrotado el nazismo y concluida la Segunda Guerra Mundial, la familia Katz pudo regresar a Viena, pero Friedrich ya se había enamorado de la historia de México. De hecho, ya había decidido dedicarse profesionalmente a ella. Hizo sus estudios de doctorado en Viena, y los concluyó con una tesis sobre los aztecas. Luego trabajaría, durante doce años, en la Universidad Humboldt, de Berlín Oriental, donde publicó, en 1964, su Deutschland, Díaz und die Mexikanische Revolution / Die deutsche Politik in Mexiko, 1870-1920, que años después serviría de base para La guerra secreta en México. Volvería a este país como profesor visitante en la UNAM durante los años de 1968-1969, aunque el movimiento estudiantil redujo sus obligaciones docentes. Al año siguiente fue profesor en la Universidad de Texas, en Austin, de donde ya no regresó a Berlín, pues se incorporó a la Universidad de Chicago, en la que es profesor de historia de México desde entonces.

Desde que se afincó en Estados Unidos sus visitas a México han sido regulares y constantes. Como suele decirlo a los cuatro vientos, al estar aquí se siente “en casa”. Por eso el homenaje que le organizaron sus colegas y ex alumnos mexicanos se tituló “Del amor de un historiador a su patria adoptiva”, título de evidente raigambre o’gormaniana.* El nombre del coloquio no pudo ser más justo y atinado: el historiador Friedrich Katz ama, de verdad, la historia de México. Seguramente por eso sus obras resultan de tan grata lectura, porque, aunque siempre busca la objetividad, nunca niega la subjetividad que le impone su amor a México. Si él le debe a este país su vida y la de su familia, nosotros le debemos una de las obras historiográficas más enriquecedoras de los últimos cincuenta años. ~

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*“Del amor del historiador a su patria” fue el título del discurso de Edmundo O’Groman al recibir el Premio Nacional de Letras 1974, publicado ese mismo año por el Centro de Estudios de Historia de México-Condumex.

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