La naturaleza fugaz de la poesía nunca ha escapado al arte cinematográfico. El cineasta alemán Wim Wenders y el director suizo Alain Tanner abordan, en sendos filmes, la presencia fantasmal de Fernando Pessoa.
Fernando Pessoa es uno de los más seductores enigmas de la literatura del siglo XX. La personalidad múltiple del poeta, esa constelación de individuos concentrados en una sola persona, hacen de él una metáfora viviente, palpitante, de la identidad humana. Pessoa pertenece a la estirpe de los escritores que llevaron existencias borrosas de hombres sin atributos. Merced a una estrategia existencial perfectamente planeada, Pessoa logró aislarse para dejar que aparecieran esos otros que escribieron su obra portentosa, el “Drama en gente”, un conjunto de poemas escritos por sus heterónimos que dejó guardado en un legendario y mágico baúl destinado a la posteridad.
Fue Pessoa un hermano espiritual de Kafka. Como este, Pessoa decidió llevar una vida solitaria, acaso un poco gris, para darse el tiempo y la libertad de erigir una obra monumental y prodigiosa. Desde este punto de vista la personalidad del poeta de Lisboa es materia ideal para realizar filmes donde su ausencia se nos revela en toda su plenitud gracias a su poesía.
En su Historia de Lisboa de 1994 (obra que por cierto continúa la tetralogía de road movies iniciada con El estado de las cosas) Wim Wenders, a medio camino entre la ficción y el documental, cuenta la historia de un director de cine que llama a su sonidista para que lo ayude a realizar un filme en la capital de Portugal. Cuando el sonidista llega a la ciudad, el director ha desaparecido dejando tan sólo secuencias inconexas. En cierta forma el director desaparecido es como Pessoa: sólo quedan sus imágenes para comprobar su existencia. Decidido a continuar el trabajo del director, el sonidista se dedica, a lo largo del filme, a registrar los sonidos de la ciudad. Al mismo tiempo que va grabando el sonido, el protagonista asiste a un concierto de Madredeus y a lo largo del filme también pueden escucharse fragmentos de la poesía de Pessoa hasta que, en algún momento, aparece en un tranvía un hombre de sombrero, con un pequeño bigote y de gafas redondas que no es otro que el fantasma de Pessoa que deambula por la ciudad como su emblema.
El cineasta suizo Alain Tanner, por su parte, realizó, en 1998, el filme Réquiem, adaptación cinematográfica de la novela homónima de Antonio Tabucchi, una de las máximas autoridades en la obra del poeta portugués. En cierta forma, como en el caso de Wenders, Tanner continúa el camino abierto en su espléndido filme En la ciudad blanca de 1983, protagonizado por Bruno Ganz, un hermoso homenaje a la ciudad de Pessoa. La película cuenta la historia de un escritor que acude a una cita en Lisboa. Quien lo ha llamado es nada menos que el fantasma de Pessoa, que le ha pedido encontrarse con él al mediodía. Convencido de que los fantasmas sólo aparecen a la medianoche, el protagonista se dedica a deambular por las calles de Lisboa en busca del fantasma de Pessoa acudiendo a los diversos cafés y lugares por los que vagaba el poeta. En su vagabundeo, y mientras llega la medianoche, el escritor se encuentra con diversos amigos que ya han muerto hace tiempo. A medio camino entre lo fantástico y lo real, el filme se sitúa en esa frontera indefinible que separa a los vivos de los muertos, logrando, como el filme de Wenders, un ejemplo de lo que Pier Paolo Pasolini llamara cine de poesía.
Tanto Wenders como Tanner exploran la naturaleza huidiza de la identidad, la melancolía, el presentimiento, lo fantasmal, la memoria, enmarcados en la esplendorosa capital de Portugal, una ciudad que invita a la contemplación.
Habrá que esperar el milagro de que a alguien se le ocurra traer el filme del cineasta griego Stelios Charalambopoulos titulado La noche que Fernando Pessoa y Constantino Cavafis se encontraron de 2009, basada en el testimonio de un hombre que afirma que tal encuentro tuvo lugar en 1929.
En los primeros versos de “Tabaquería”, uno de sus poemas emblemáticos, Pessoa escribe:
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, llevo en mí todos los sueños
[de este mundo…
Acaso esos sueños sean los que el cine es capaz de otorgarnos. ~