Ha fallecido, casi nonagenario, Kenzaburo Oé. Ha muerto vencido por la edad, se puede afirmar que de senectud. Fue premio Nobel en 1994 y de él escribió su antípoda Henry Miller: “Aunque profundamente japonés, el territorio de esperanza y desesperación que abarca Oé lo convierte en un legítimo continuador de Dostoievski”. Fue un narrador natural, o sea, un contador de historias, de ahí su producción abundante de novelas y de cuentos. En sus historias impresiona y seduce el encuentro sin fisuras de la realidad y el sueño; el dato duro, objetivo, y la fantasía que le da sentido. Su obra desmiente la osada y errónea afirmación de Paul Valéry de que en la literatura lo real no es concebible. Y es que la realidad dispara lo imaginario y lo imaginario acaba iluminando lo real. Me explico.
Kenzaburo Oé fue un hombre doblemente marcado y si por un lado era un preadolescente cuando la bomba atómica cayó sobre Hiroshima y Nagasaki, fue también un hombre que iniciaba la construcción de su vida, que se autodeterminaba en un proyecto de vida, cuando casi recién casado su esposa concibió a una criatura con una discapacidad severa. En su novela Cartas a los años de nostalgia, Oé escribe:
Como ya he dicho, dos años después de regresar a Tokio desde el valle nació nuestro primer hijo con una anomalía en la cabeza. Una radiante mañana de junio mientras caía una llovizna fina como la niebla que era arrastrada por el viento, fui en bicicleta al hospital pasando bajo las hojas verdes y rozagantes de los gingkos, y el médico me anunció que mi mujer, ingresada la noche anterior, había tenido un niño deforme.
¿Quién puede evadirse de vivir en un país humillado y lleno de cadáveres y de mutilados y él mismo, un sobreviviente al fin, cuando se sabe fuerte a pesar de todo para emprender con miedo y brío la existencia, asumirse padre de una criatura que le exigirá la huida o la permanencia a su lado con todo lo que ello implica?
En uno de sus libros más hondos, en realidad todos lo son, Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, el lector enfrenta una reconstrucción implacable de un mundo donde parece que no hay lugar para la piedad. Oé en sus historias responde a lo que Gide había advertido, no puede hacerse buena literatura con buenos sentimientos. Va a las raíces del mal y en lo profundo del abismo encontrará la luz pero no ha escamoteado nada, no ha mistificado nada. Se ha dejado impregnar por la complejidad de las personas y de los hechos, le ha dado, como buen novelista, un golpe mortal al ensimismamiento.
Si en lo social se acercó a los socialistas y aun a Mao, tuvo el valor de ver y de rectificar en lo que consideró necesario por su fidelidad a la verdad; en lo personal, asumió su situación y su hijo, autista, cuando él, su padre, descubrió que lo dulcificaba la música trabajó a su lado. El muchacho, Hikari, es hoy un compositor aceptable en cuyas obras se encuentran las influencias de dos autores contrapuestos, Schumann y Mozart: el Mozart encantador y lúdico de sus primeros años y el Schumann sombrío consciente del mal mental que lo atenazaba.
Pero el narrador nato Oé trabajó muchas historias producto de diversas circunstancias vividas, y consciente de las muy diversas respuestas que se pueden dar ante el hecho de tener un hijo con una discapacidad física escribió historias con personajes diferentes y soluciones de vida diferentes y muchas otras historias que nada tienen que ver con la incidencia de la aparición de un hijo que carga alguna discapacidad.
Antes del Nobel no fue un autor que vendiera muchos libros pero tampoco después. Mi hipótesis al respecto es que se trata de un novelista no solo de la condición humana, sino uno cuya experiencia poética nace de la entraña misma del dolor humano.
En suma, la obra de Kenzaburo Oé permanece viva. Es un autor para corazones sólidos o, quizá, para quienes tienen oídos para oír, ojos para ver y, sobre todo, capacidad para asombrarse, condolerse, asumir, también, la ternura acaso reprimida. Uno de los mayores novelistas de nuestro tiempo y su obra una comedia humana propia, intransferible, universal. ~
Francisco Prieto ha publicado catorce novelas, entre las que destacan "Caracoles" (Mortiz, 1975), "La inclinación" (Plaza & Janés, 1986), "Campo de Batalla" y "El calor del invierno" (Jus, 2008 y 2014 respectivamente). En teatro, su drama "Lutero o el criado de Dios", publicado por la UNAM, fue montado por José Ramón Enríquez y protagonizado por Jesús Ochoa en la Casa del Teatro.