He leído y releído muchas veces la siguiente oración: “El miedo es la reacción natural al acercarse a la verdad.” La escribió Pema Chödrön en un libro de su autoría, Cuando todo se derrumba.
Algunas ideas impactan cuando su contenido refleja vivencias comunes. Ciertas oraciones representan el sentir de muchas personas. Pocas, muy pocas, modifican el destino de los seres humanos y sólo algunas imprimen brío y siembran dudas. La de Chödrön es una de estas últimas.
Aunque no siempre se verbalice, ni siempre se comparta, el miedo es una experiencia común y universal. Si no se le menciona con la frecuencia “debida” es porque la mayoría de las personas busca –buscamos– evadirlo. Todos somos capaces de diseñar sofisticadas máscaras y oraciones elocuentes para esconder nuestros temores; emular las mañas del avestruz es un ejercicio muy humano. La sentencia de Chödrön, monja budista, es una idea que se lee y se vive en cualquier rincón del mundo. Dependiendo de los tiempos del lector –paz, intranquilidad, duelo, enamoramiento– las frases adquieren diversos significados. Del miedo todos saben. Es una vivencia que inquieta a filósofos, médicos y sociólogos; los animales también son presa de ella. El miedo es una morada a la cual se debe entrar.
La frase de Chödrön ofrece muchos recorridos. Uno de ellos surge de la agobiante realidad y del insoportable peso de la realidad. Muchas veces los seres humanos no se acercan a la verdad por el temor que esta genera. La verdad siempre ha sido fuente de encuentros y desencuentros. Alejarse de ella es, con frecuencia, uno de los dogmas no escritos del poder y de la burguesía. Entre otras razones, las personas adineradas han construido una sociedad donde los logros materiales y los bienes físicos funcionan como antídoto contra la verdad y como pócima contra el miedo. Por razones similares, la inmensa mayoría de los políticos en el mundo comparten la cualidad de no reconocer lo falso de lo cierto. Con los pobres suceden otras cosas. Incapacitados de sustraerse de los significados de la realidad, sólo consiguen atenuar o postergar la cruda verdad de su existencia para así aplacar un poco sus miedos.
Lo que triunfa es el enajenamiento. Basta repasar los rostros de los usuarios de los nuevos aparatos de comunicación para comprender el significado de la ausencia. Esos aparatos, verdaderas placentas y ombligos, no sólo siembran distancia, también inmunizan contra la realidad y contra el miedo. No busco exaltar ni vindicar el miedo. Sólo pienso que es prudente estar ahí y luego salir.
El miedo es una reacción normal en el ser humano y en la mayoría de las especies animales. Aunque a nadie le gusta esa sensación, no siempre es negativa. Mucho se construye cuando se confronta el temor. Buen ejemplo de esa afirmación es la enfermedad. Los enfermos que padecen angustias o dudas desarrollan, a partir de la experiencia del miedo, armas para confrontar el mal y para mirar de otra forma su presente. Y no sólo su presente: la vida. La vida que pasa sin percatarse, sin saber que ahí estuvimos. La vida que no se habitó más allá de las fronteras del miedo.
Los enfermos fabrican historias y artilugios a partir del miedo para lidiar mejor con su realidad. En ocasiones se refugian en notas que sirven como pócima para entender y menguar sus angustias: “Una herida que nace del dolor y expone el temor permite regresar al pasado, hablar con los seres queridos y encontrarse con uno mismo.” Otras veces modifican algunas conductas para saldar cuentas personales o con otras personas. Algunas veces las ideas generadas a partir del miedo son terapéuticas para las personas y en ocasiones para la sociedad. Más de un sátrapa –es lamentable que no sean más– ha sido colgado o ejecutado cuando la humillación vence el miedo. Lo mismo les sucede a algunos pacientes: aunque la muerte sea el destino inmediato, confrontan mejor su realidad.
En el mismo libro de Chödrön, en la contraportada, se lee: “El término chino para la palabra ‘crisis’ consta de dos ideogramas: uno significa dificultad, el otro, oportunidad.” Algunos conflictos, cuando se confrontan, devienen nuevas fuerzas. La palabra miedo puede sustituir la palabra crisis: los miedos, cuando se desmenuzan, modifican conductas y generan cambios benéficos. Esa noción es universal. No se limita a las personas. Incluye a las sociedades. Muchas preguntas surgen cuando se cambian las actitudes frente al temor.
El miedo da miedo. El miedo es preámbulo de mutación. Todos nos vemos atrapados durante algún tiempo en sus redes. Modificar atenaza: vencer el miedo es antesala de la libertad. Al mirarlo de frente se abren nuevos caminos, se siembran posibilidades diferentes. Aunque nada compite con la libertad, no siempre es cómoda. La libertad amedrenta: enfrenta a quien la tiene con su alter ego, con lo que lee y dice el espejo.
Como en otras circunstancias los trinomios son complejos. El de miedo, verdad y libertad es un círculo vicioso; es menester deshacerlo para alcanzar la libertad. Dialogar con el miedo es la única vía para entenderlo. El miedo da miedo. La única forma de romper esa ecuación es confrontando la verdad. De ahí sigue la libertad.
“El miedo es la reacción natural al acercarse a la verdad”, me recuerda la voz de un enfermo incurable. Sabedor de su morir, preso del agotamiento e incapaz de seguir luchando, decía: “No tengo miedo. En mi cuerpo, en mi casa, el tiempo ha dejado de existir. Entiendo la verdad: la muerte es mi próxima morada. Deshojaré el miedo, pedazo a pedazo, en compañía de mi pasado y de mis seres queridos hasta que la muerte me recoja.”
Mientras escribía estas líneas releí hasta el hartazgo la frase de Chödrön: “El miedo es la reacción natural al acercarse a la verdad.” Al repasarla recordé una frase de Antonio Machado: “Se miente más de la cuenta/ por falta de fantasía:/ también la verdad se inventa.” ~
(ciudad de México, 1951) es médico clínico, escritor y profesor de la UNAM. Sus libros más recientes son Apología del lápiz (con Vicente Rojo) y Cuando la muerte se aproxima.