En el “Apéndice” a El laberinto de la soledad, cuya primera edición apareció en 1950, Octavio Paz cita de forma aprobatoria a la pensadora francesa Simone de Beauvoir, quien el año anterior acababa de publicar su libro pionero en el campo de la teoría feminista, Le deuxième sexe. En la sección donde alude a De Beauvoir, Paz se acerca al tema del amor en el mundo moderno y afirma que “en nuestro mundo el amor es una experiencia casi inaccesible”. ¿A qué se debe esta imposibilidad –o casi imposibilidad– del amor? ¿Por qué el amor no florece en el mundo moderno? Según el autor, la culpa de que el amor haya quedado expulsado del mundo moderno la tienen los hombres y la sociedad que han edificado. En vez de tratar a las mujeres a quienes aman como personas libres y autónomas, los hombres las han convertido en “objetos” o “instrumentos”. La sociedad masculinista ha impuesto una definición de la mujer que la ha alejado de sus verdaderos deseos y sus más profundas necesidades, es decir, le ha negado su libertad.
“La mujer –explica Paz– vive presa de la imagen que la sociedad masculina le impone.” En vez de vivir su vida de acuerdo con sus propias preferencias y decisiones, la mujer se ve obligada a ajustarse a “una imagen que le ha sido dictada por familia, clase, escuela, amigas, religión y amante”. Según el autor de El laberinto de la soledad, la sociedad restringe a la mujer a una serie de roles estereotipados. Para respaldar esta lectura de la situación de la mujer en la época contemporánea y profundizar en el tema del amor, Paz recurre al pensamiento de la autora de Le deuxième sexe. “La mujer –señala el ensayista mexicano– es ídolo, diosa, madre, hechicera o musa, según muestra Simone de Beauvoir, pero jamás puede ser ella misma.” Y sin poder ser ella misma, sin disfrutar de su autonomía como persona, la mujer no puede participar en un amor auténtico, ya que este amor, como explica el autor de El laberinto de la soledad, depende de una “libre elección”. Sin verdadera libertad, no hay amor posible.
Aunque Paz cita solo una vez a De Beauvoir en El laberinto de la soledad, las ideas de la pensadora francesa están presentes en numerosos lugares de su influyente libro sobre la identidad mexicana. En el segundo capítulo, es decir: mucho antes que la alusión a De Beauvoir, Paz propone reflexiones que tienen que leerse a la luz del pensamiento de la ilustre feminista francesa. Cuando afirma que “prostituta, diosa, gran señora, amante, la mujer transmite o conserva, pero no crea, los valores y energías que le confían la naturaleza o la sociedad”, está haciendo eco de las ideas de De Beauvoir sobre la forma en que la sociedad definea la mujer y le quita su libertad. Esta misma perspectiva constituye el trasfondo de otras observaciones de Paz sobre las mujeres mexicanas, como la idea de que “no tienen deseos propios” o que la feminidad “nunca es un fin en sí mismo, como es la hombría”. Y ¿qué pensar de su aseveración de que, en “un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es solo un reflejo de la voluntad y querer masculinos”? Desde una perspectiva beauvoiriana, Paz habla sobre cómo los hombres moldean la realidad, no sobre la realidad en sí.
Numerosos lectores han cometido el error de leer los pasajes sobre la mujer mexicana en El laberinto de la soledad como si reflejaran la opinión del autor, cuando, en realidad, lo que Paz se propone es explicar la visión estereotipada y opresiva en torno a la mujer que circula en la cultura de su época. El autor no busca definir lo femenino, sino definir la definición de lo femenino. Para alertar al lector sobre esta distinción Paz emplea distintos recursos. Hay varios momentos en el texto en los que señala explícitamente que la imagen que la sociedad ha construido de las mujeres no es producto del consentimiento sino de la imposición. Otra estrategia es la de poner palabras claves en la definición de la mujer, como “decente”, “sufrida” y “rajada”, entre comillas, para mostrar un distanciamiento con respecto a las ideas que expresan. Pero, por encima de todo, está la presencia de De Beauvoir en el libro. Cuando la autora francesa comenta el mito de la mujer en la cultura occidental, ningún lector pensará que su intención es la de propagar el mito. Al contrario, De Beauvoir quiere que entendamos que el mito distorsiona la realidad y les quita su libertad a las mujeres. Al citar a De Beauvoir en el “Apéndice” de su obra, Paz nos da una importante pista: tenemos que acercarnos a El laberinto de la soledad desde una perspectiva beauvoiriana y, por tanto, no es que hable de mujeres reales o de imágenes deseables de la mujer, sino que su intención es abordar el mito de la mujer mexicana.
Hay otra parte de la indagación de Paz sobre el papel de la mujer en la cultura mexicana donde igualmente se observa la presencia del pensamiento de De Beauvoir. Después de su repaso de la definición de la mujer en el México contemporáneo, Paz explora la percepción que se tiene de dos figuras míticas de la cultura mexicana: la Virgen de Guadalupe y la Malinche. Me limitaré aquí a comentar brevemente la lectura que ofrece el poeta mexicano de la figura de quien fuera la amante e intérprete de Hernán Cortés durante la Conquista de México. Es fundamental comprender que, en esta parte de su texto, Paz analiza la imagen que, sobre la Malinche, circula en la cultura mexicana contemporánea; no está escribiendo la biografía de la Malinche, ni busca explicar quién fue en realidad. Le interesa el símbolo edificado por la posteridad, no los hechos de su vida.
Para acercarse a este símbolo, Paz adopta una perspectiva freudiana, dibujando una especie de romance familiar en el que participan el mexicano moderno y sus padres simbólicos. (Obviamente, hay una limitación en la perspectiva del autor en la medida en que el mexicano al que se refiere es un varón, por lo cual excluye un rol activo de la mujer mexicana moderna en la constitución de la identidad nacional.) ¿Y quiénes son estos padres simbólicos? De acuerdo con Paz, el lugar mítico del padre lo ocupa Cortés, mientras que el de la madre lo ocupa la Malinche. De nuevo, lo que le interesa a Paz es adentrarse en el imaginario mexicano, es decir, comprender lo que Cortés y la Malinche, personajes claves de la historia del país, representan en el pensamiento de los mexicanos modernos. Su propósito no es explicar quiénes fueron en realidad, y cuando se centra en este punto lo hace para llamar la atención sobre la distancia que existe entre la realidad y su interpretación simbólica.
Según el esquema que propone Paz, la psicología del mexicano toma forma a partir de la relación que establece con la figura mítica del padre (Cortés) por un lado y la madre (la Malinche) por otro. Lo peculiar de esta relación está en su desviación con respecto al modelo psicoanalítico, ya que, de acuerdo a Paz, el hijo mexicano afirma al padre y rechaza a la madre. Esto supone un desplazamiento en comparación con el modelo clásico del complejo de Edipo, según el cual el hijo quiere matar a su padre y acostarse con su madre. ¿Y por qué el mexicano denigra a su madre en vez de amarla? La denigra en primer lugar porque la madre ha sido violada por el conquistador español y en segundo lugar porque se alía con él en la Conquista. Es decir, el simbólico hijo mexicano repudia a la madre por haber sido victimizada. Y después la denuncia por su alianza con su victimario. De este modo, la Malinche se convierte en el chivo expiatorio del imaginario nacional mexicano. Este es precisamente el punto: Paz demuestra el papel que la Malinche desempeña en una construcción cultural, es decir, el autor nos ofrece no su propia interpretación del personaje histórico, sino su interpretación de la interpretación que circula en la cultura de su tiempo. En este sentido, el papel de la Malinche en El laberinto de la soledad es parecido al lugar que ocupan algunas de las figuras míticas (o, si se prefiere, estereotípicas) que analiza De Beauvoir en Le deuxième sexe, como la madre, la prostituta y la mística.
Cuando Paz define a los mexicanos como “hijos de la Malinche”, los concibe no como los hijos de una madre real, sino como hijos de alguien a quien ellos mismos han atribuido el papel de madre simbólica, es decir, en el fondo, como hijos de una fantasía. El propósito del autor no es sostener o reforzar este mito, sino ayudar a disiparlo, sacándolo a la luz. En Posdata (1970), Paz explica cuál era su intención al emplear el método psicoanalítico en sus lecturas de la historia mexicana. Según él, “la crítica de México y de su historia” era “una crítica que se asemeja[ba] a la terapéutica de los psicoanalistas”. ¿Qué quiere decir Paz con esto? Del mismo modo en que los psicoanalistas ayudan a sus pacientes a sacar a la luz los contenidos de su inconsciente, el intelectual al estilo de Paz busca destapar el inconsciente de la nación. En Posdata, ensayaba “un examen de lo que significó y significa todavía la visión azteca del mundo”. En El laberinto de la soledad, el enfoque se ponía en la Conquista. Pero el propósito era el mismo: desvelar los mitos colectivos que persisten en el inconsciente nacional para hacer que estos mitos se desvanezcan.
La sección sobre el amor en el “Apéndice” de El laberinto de la soledad concluye con el mismo tono melancólico con el que había empezado. “Nuestra vida social –afirma el poeta– niega casi siempre toda posibilidad de auténtica comunión erótica.” No obstante, conjuntamente con este diagnóstico pesimista de la situación del amor en las sociedades contemporáneas, surgió en la obra de Paz una lectura mucho más optimista, incluso utópica e idealizada, de las posibilidades del amor y el erotismo en el mundo. Este tema aparece en numerosos poemas escritos en el transcurso de su larga carrera y constituye una importante veta de su obra ensayística, que culmina hacia el final de su vida con la publicación de La llama doble. Amor y erotismo (1993), un largo ensayo de un alcance extraordinariamente ambicioso. Además de desarrollar una investigación sobre la experiencia del amor, Paz repasa también la historia del amor en la civilización occidental, desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días. Llama la atención el importante papel que, en esta historia, el autor le otorga a la libertad de la mujer, ahora no para denunciar que las mujeres no sean libres, sino para celebrar el importante papel que ha tenido la conquista de esta libertad en la civilización occidental.
La autonomía de la mujer es un elemento clave en la historia del amor en Occidente. De hecho, sin esa autonomía femenina, no habría una historia que relatar, es decir, no existiría el amor. Según Paz, “la emergencia del amor es inseparable de la emergencia de la mujer”, y agrega que “no hay amor sin libertad femenina”. Unas páginas después, repite la misma observación: “la historia del amor es inseparable de la historia de la libertad de la mujer”. En varios momentos del texto, Paz explica cómo el hecho de que las mujeres conquistaran una mayor libertad para sí mismas tuvo como efecto corolario el florecimiento de la experiencia del amor. En el mundo de la Antigüedad, en ciudades como Alejandría y Roma, el autor de La llama doble ve premoniciones de las actitudes modernas ante el amor y el erotismo. Propone que en estas ciudades se había producido una “revolución invisible” que les había dado a las mujeres un mayor poder sobre sus propias vidas. La libertad que conquistaron las mujeres en esta época era sobre todo la libertad de elegir a quiénes amar. “Son mujeres libres –comenta Paz– porque en una medida desconocida hasta entonces tienen albedrío para aceptar o rechazar a sus amantes. Son dueñas de su cuerpo y de su alma.”
La aparición del amor cortés en la Francia del siglo XII está íntimamente conectada con una mejora en el estatus social de la mujer. Paz llama la atención sobre el modo en que las reglas del amor cortés, al situar a la mujer en una posición superior a la del hombre, que se convierte en vasallo de la mujer, trastocan la tradicional jerarquía de los sexos y prefiguran un nuevo papel para las mujeres en la sociedad. “La elevación de la mujer –comenta el autor– fue una revolución no solo en el orden ideal de las relaciones amorosas sino en el de la realidad social.” En la era moderna, lo que Paz describe como “la creciente independencia de la mujer” se vincula con el nuevo énfasis en el amor romántico como piedra angular de nuestras vidas. En resumen, Paz subraya una y otra vez la idea de que la liberación de la mujer fue una precondición para el surgimiento de cierto concepto del amor.
¿Qué concepto tiene Paz del amor? Para el poeta, hay tres elementos claves en la experiencia del amor: la unicidad de la persona amada, la noción de elección y la necesidad de la reciprocidad. Una y otra vez, el autor reitera que “el amor es una atracción hacia una persona única”. Esta noción está enraizada en la idea de la santidad de cada persona, cuyos fundamentos cristianos el propio Paz se encarga de señalar, incluso cuando no era precisamente religioso. “Cada persona –dice el poeta– es única y por esto no es un abuso de lenguaje hablar de ‘la santidad de la persona’. La expresión, por lo demás, es de origen cristiano. Sí, cada ser humano […] encarna un misterio que no es exagerado llamar santo o sagrado.” El siguiente concepto clave es el de la elección. Aunque Paz no niega la dimensión involuntaria del amor, es decir, la idea de que se origina en torno a “un magnetismo secreto y todopoderoso”, regresa repetidamente a la noción del amor como elección libre de una persona única. Por último, tenemos el criterio de la reciprocidad: a la luz de la unicidad del individuo, incluso de su santidad, el amor no puede ser genuino si es una imposición. “La exclusividad –dice Paz– requiere la reciprocidad, el acuerdo del otro, su voluntad.”
Regresemos brevemente a Freud para destacar lo distintivo de la perspectiva de Paz sobre el tema del amor. En una sección de La llama doble, el autorofrece un resumen penetrante del concepto psicoanalítico del amor. “Para Freud –constata Paz–, las pasiones son juegos de reflejos; creemos amar a x, a su cuerpo y a su alma, pero en realidad amamos a la imagen de y en x.” Lo que encontramos en Freud, agrega más adelante, es “un sexualismo fantasmal que convierte todo lo que toca en reflejo e imagen”. Paz alude en este pasaje a la afirmación de Freud de que muchos de los elementos de la psicología del amor en los hombres adultos surgen de la necesidad de reprimir la fijación en la figura de la madre que heredan de la infancia –y a la vez darle una salida alternativa–. Según Freud, en el ámbito del amor, el objeto final que se persigue nunca es el objeto original sino un sustituto de ese objeto. El objeto original del deseo instintivo es la madre, pero este deseo debe ser reprimido. Como consecuencia, las personas sustituyen el objeto original por una serie interminable de objetos alternativos. Cuando Paz afirma que según Freud el amor es una especie de error, que adopta la forma de una identificación equivocada, está aludiendo a estas ideas. El énfasis que pone Paz en la elección, la unicidad, la libertad y la transparencia en la relación amorosa lo sitúa en el polo opuesto de Freud.
En ocasiones Paz denunciaba la forma en que la civilización occidental atrapaba a las mujeres en ciertas definiciones restrictivas de su ser mientras que, en otras, celebraba la presencia de una corriente emancipadora, dentro de esa misma civilización, que había propiciado una mayor libertad para ellas. De lo que el poeta no dudaba era que la liberación de la mujer era un movimiento de larga duración que representaba la transformación histórica más significativa de la época moderna. Veamos algunas de las declaraciones de Paz al respecto. En Corriente alterna (1967), el autor vinculaba el movimiento de liberación de la mujer con el movimiento juvenil de los años sesenta; declaraba que se trataba de “las dos grandes transformaciones de nuestra época”. En El ogro filantrópico (1979), Paz explicaba la importancia del movimiento feminista en los siguientes términos: “El movimiento de las mujeres expresa algo más profundo que una ideología –y de más alcance: quiere un cambio pero no tanto de los sistemas como de las relaciones humanas cualesquiera que sean los sistemas.” En Tiempo nublado (1983), el poeta reiteraba su admiración por el movimiento de emancipación de la mujer: “este movimiento comenzó mucho antes y se prolongará todavía varias décadas […] se trata de un fenómeno que está destinado a perdurar y cambiar la historia”.
Muchos comentaristas han dudado del feminismo de Paz. No es el caso de Elena Poniatowska, quien en Octavio Paz. Las palabras del árbol (1998) recuerda la invitación que recibió de su amigo para colaborar en el primer número de la revista Plural con un texto sobre el derecho de las mujeres al aborto. “Comprobé tu interés –escribe Poniatowska, utilizando la segunda persona para dirigirse a Paz– por la suerte de las mujeres, tu feminismo que se ha acrecentado a través de los años, tu solidaridad.” Las palabras de la autora mexicana son un resonante testimonio del valioso y fascinante papel que desempeñó Paz en uno de los debates más significativos de su época. ~