Durante casi dos décadas, Peter Turchin ha participado, junto a numerosos colegas y coautores, en un proyecto que ha marcado una época: averiguar, a partir de pruebas cuantificables, cuáles son las fuerzas que conducen al auge y, lo que es más importante, al declive de las naciones, a la turbulencia y decadencia políticas y a las revoluciones. El resultado ha sido la creación de una enorme base de datos (CrisisDB) que abarca multitud de naciones e imperios a lo largo de los siglos, y varios volúmenes de los textos de Turchin (por ejemplo, Dinámicas históricas, con Sergey Nefedov, War and peace and war; he leído el primero, no el segundo).
End times es el intento de Turchin de dar a conocer al gran público lo que ha aprendido del completo trabajo en este campo que él denomina “cliodinámica”. Se trata de una obra de “alta vulgarización”, aunque el adjetivo “alta” sea a veces inaplicable, ya que, en su intento de llegar a un público lo más amplio posible, Turchin ha caído a veces demasiado bajo desde el punto de vista estilístico, dando por sentado que sus lectores casi no tienen conocimientos previos. Pero eso es una cuestión de estilo.
¿Cuál es la sustancia? Para simplificar, a mi vez: el modelo de decadencia de Turchin tiene una variable: la desigualdad de ingresos o de riqueza. Esta variable, que a menudo se aduce como fuente de discordia política, adquiere en Turchin un significado muy concreto (en este punto, debo mencionar la experiencia personal, a menudo incómoda, de personas deseosas de elogiar mi trabajo sobre la desigualdad que afirmaban que es importante porque una desigualdad elevada conduce al conflicto social, pero sin que ni ellas ni yo fuéramos capaces de precisar exactamente cómo lo hace. Ahora, Peter Turchin viene con una explicación).
El aumento de la desigualdad significa, por definición, que la persona con ingresos medianos se quedará más rezagada con respecto a la persona con ingresos medios, y cada vez más rezagada con respecto el 10% o el 1% más rico. La persona con ingresos medianos puede ser, como en los Estados Unidos de hoy (país al que se dedica la mayor parte del libro), un trabajador del sector manufacturero o de servicios insuficientemente cualificado; o puede ser un obrero semicualificado en la Gran Bretaña del siglo XIX, o un pequeño terrateniente en la Francia de 1830 y la Rusia de 1850. Así pues, la ocupación o la clase concretas no importan: lo que importa es la posición en la escala de ingresos.
¿Qué ocurre en la parte superior de la distribución de la renta? El aumento de la desigualdad significa, también por definición, que las personas que se encuentran en la cima son cada vez más ricas en comparación con el resto, o dicho de otro modo, que la ventaja de encontrarse en el decil superior o en el percentil superior es cada vez mayor. Esto, como todo economista sabe, implica que la “demanda” de esos puestos superiores aumentará. Si la élite (el decil superior o el percentil superior) está compuesta, como en los Estados Unidos de hoy, por ejecutivos, banqueros de inversión, abogados corporativos, habrá un esfuerzo cada vez mayor por estudiar los campos más lucrativos y adoptar el tipo de comportamiento (incluidas las creencias) con más probabilidades de llevarte a formar parte de la élite. Si el número de personas que lo hacen es superior al número de puestos de élite que hay, se producirá un juego de sillas. No todos los aspirantes a la élite lo conseguirán. A continuación se produce la división de la élite, creada por los aspirantes decepcionados que luchan por los primeros puestos.
En condiciones en las que (a) la distancia entre la mediana y la cima aumenta (lo que Turchin denomina “inmiseración”, aunque es importante señalar que se trata de una inmiseración relativa; es decir, la persona con ingresos medianos puede mejorar en términos reales), y (b) existe una sobreproducción de la élite, se produce una situación prerrevolucionaria. La inmiseración no es suficiente. Para que se produzca una ruptura, debemos tener diferentes élites luchando entre sí, con una de ellas consiguiendo el apoyo del “pueblo” (u otros) para ganar.
Incluso un conocimiento superficial de los antecedentes de las revoluciones más importantes de la era moderna demuestra que el sencillo modelo de Turchin encaja bien. Tomemos como ejemplo la Revolución francesa: el estancamiento de los ingresos y las hambrunas recurrentes se produjeron simultáneamente con una élite dividida (la aristocracia y parte del clero contra la clase mercantil de la ciudad en ascenso). En Rusia en 1917, era una parte de la aristocracia contra otra que perdió sus tierras y su riqueza tras la abolición de la servidumbre y no pudo compensarlo con empleos estatales bien remunerados. (Llama la atención la estadística del número de revolucionarios que eran nobles empobrecidos o venían de familias así.) O tomemos la Revolución iraní de 1979: el clero marginado contra la élite burguesa, que, como en el caso ruso, produjo a través de su descendencia a los futuros revolucionarios.
El modelo se ajusta bien, casi demasiado bien, a la realidad estadounidense actual. La persona mediana es el “deplorable” (por citar a Hillary Clinton), un populista (por citar a los principales medios de comunicación), un hillbilly (por citar a J. D. Vance) o uno de los candidatos a la muerte por desesperación (por citar a Anne Case y Angus Deaton). La desafectada y desencantada clase media baja estadounidense ha sido objeto de numerosos estudios tras la llegada de Trump al poder. La élite actual, a la que Turchin disecciona de forma casi forense, está compuesta por consejeros delegados y directores de consejos de administración, grandes inversores, abogados corporativos, “red de planificación política” y altos cargos electos (p. 203), es decir, por todos aquellos que tienen dinero y que lo utilizan para ganar voz y poder. (No en vano, Turchin sostiene que Estados Unidos es una plutocracia que utiliza las herramientas del derecho general al voto como forma de legitimar su poder.)
Pero esa élite no es monolítica. Se ha constituido una élite aspirante (“precariado credencial”). Hasta ahora no ha conseguido llegar a la cima y se ha definido ideológicamente en oposición a la inmigración, la globalización y la ideología woke. Turchin sostiene que esta élite aspirante o aspirante a élite está en proceso de apoderarse del Partido Republicano y de crear así una herramienta política para una competencia efectiva dentro de la élite. Esto, por supuesto, desagrada a la élite gobernante que disfrutó de una extraordinaria buena racha entre 1980 y 2008, ya que su visión del mundo (capitalismo neoliberal, “credencialismo” y política de identidad) fue adoptada por los dos partidos mayoritarios. Turchin considera que la lucha política actual en Estados Unidos consiste en que la clase dominante intenta (desesperadamente) defenderse de un asalto a su ideología y, lo que es más importante, a su posición económica, por parte de una élite aspirante que está consiguiendo el apoyo de la clase media descontenta.
Parece una batalla de proporciones épicas. Muchos de los signos prerrevolucionarios están ahí: sistema político disfuncional, fuertes divisiones entre partidos, falta de representación política para los de fuera. Turchin cita con aprobación el trabajo empírico seminal de Amory Gethin, Clara Martínez Toledano y Thomas Piketty, que argumenta que en todas las democracias occidentales los partidos de izquierdas o socialdemócratas se han convertido en partidos de las élites con credenciales educativas, mientras que las clases trabajadoras y medias han perdido su influencia e incluso su representación.
Turchin se muestra agnóstico –como debe ser– acerca de cuál será el resultado de la crisis política en Estados Unidos. El sistema político estadounidense ha demostrado ser extraordinariamente flexible y capaz de resistir graves sacudidas. En cierto modo, se podría incluso pensar que las diversas “subversiones” conscientes e inconscientes de Trump redundaron precisamente en beneficio del sistema, porque mostraron su resistencia incluso cuando el presidente intentó “derrocarlo”. Pero, por otra parte, la profunda incomprensión y la falta de interés por el punto de vista de la otra parte es precisamente una de esas características de los tiempos prerrevolucionarios y Estados Unidos tiene sobradas pruebas de ello.
El modelo de Turchin se aplica a China (de la que no se habla en el libro) probablemente tan bien como a Estados Unidos. El empobrecimiento relativo de la clase media se ha prolongado durante los últimos cuarenta años. De hecho, ha ido de la mano de su fenomenal aumento del bienestar material, al ritmo de casi un 10% anual, y por ello es menos perceptible. En el extremo superior de la distribución, la clase política/administrativa que históricamente ha gobernado China se enfrenta, todavía con mucha cautela, a la clase capitalista/mercantil en ascenso. En un artículo de Yang, Novokmet y Milanovic, hemos documentado y analizado probablemente el cambio más radical –por no hablar de revolución– que se haya producido nunca en la composición de la élite. Ocurrió en China entre 1988 y 2013. El crecimiento económico ha desplazado a la clase administrativa en favor de la vinculada al sector privado (capitalistas).
El modelo de descomposición interna de Turchin adquiere así una dimensión geopolítica. La lucha por la supremacía mundial entre Estados Unidos y China puede visualizarse entonces como la cuestión de qué sistema político se resquebrajará primero. Si lo hace el de China, tendrá que reducir sus ambiciones exteriores y aceptar el papel de potencia subalterna (a Estados Unidos) incluso en Asia. Si el sistema político estadounidense se derrumba primero, Estados Unidos se inclinaría hacia el aislacionismo y tendría que consentir el poder ascendente chino en Asia, perdiendo así el poder de control en la parte más dinámica del mundo.
¿Serán correctas las predicciones del modelo de Turchin? No lo sabemos, pero creo que es importante centrarse en la lógica del mecanismo que propone y ver las próximas dos décadas como un periodo de dificultades, en lugar de pensar, como hicieron algunas personas que popularizaron los puntos de vista de Turchin en el verano de 2020, que los procesos sociales pueden predecirse con la precisión del movimiento de los cuerpos celestes.
La de Turchin es una tesis fascinante sobre la que vale la pena leer, y luego o bien ser testigo de la crónica de cómo se desarrolla, o tal vez participar para provocar el desenlace o evitarlo, porque Turchin muestra que hubo casos en los que la capacidad de anticipación de la élite y el interés propio bien entendido le permitieron capear los tiempos de dificultades. ~
Traducción del inglés de Daniel Gascón.
Publicado originalmente en el blog del autor.
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).