Las letras y los políticos

En el primer acto público de la Fundación para las Letras Mexicanas hubo dos contradicciones muy extrañas. 
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Hubo dos contradicciones muy extrañas en el primer acto público de la nueva Fundación para las Letras Mexicanas. Miguel Ángel Granados Chapa las ignora (“Zaid y Limón”, Reforma 29 V 03).

La primera se refiere a la cuestión nacional, no introducida por mi artículo (“¿Para las letras mexicanas?”, Reforma 23 V 03), sino por el nombre de la fundación y sus propósitos declarados. Con ese nombre y objetivos no se entiende el papel principal que se le dio a Gabriel García Márquez, al presentar la fundación. Su aparición fue tan extraña que un periódico publicó su foto poniendo al pie: Sorpresa.

Granados Chapa arguye que García Márquez realmente es parte de la vida literaria en México. Es una posición inteligente. Lo mismo hay que decir de Borges, Vargas Llosa y de todos los escritores leídos en México. Es nuestro todo lo que leemos. Más aún, si en la prosa de Borges está la huella de Reyes, en Macondo la de Comala. Pero incluir a Borges o García Márquez en una lista de escritores mexicanos parecería una expropiación, una forma abusiva y ridícula de adornarnos. De igual manera, invitar a Borges como figura principal de un homenaje a las letras mexicanas, y más aún: invitarlo precisamente en el momento en que es cuestionado por su manga ancha hacia el dictador de Chile, parecería extrañísimo. Ni Borges ni García Márquez se han presentado nunca como escritores mexicanos, ni han sido vistos como tales, por mucho que los leamos, admiremos y formen parte de nuestra vida literaria.

Granados Chapa se las sabe todas en el análisis político, y sabe perfectamente qué estaba haciendo ahí García Márquez: no literatura, sino política. Una política oportuna para él y para Miguel Limón Rojas, ambos en circunstancias cuestionables. Por supuesto que García Márquez no necesita legitimidad literaria, ni fue para recibirla. Necesita legitimidad política, porque está en contubernios con Castro a los que nunca llegó Borges con Pinochet, y eso empieza a costarle. Por supuesto que Limón no tiene legitimidad literaria. Por el contrario, quiso usar la de García Márquez para justificar que un político-político encabece la Fundación para las Letras Mexicanas. Y ahí está la segunda contradicción. ¿Qué está haciendo en las letras mexicanas un político-político?

Granados Chapa es generoso al presentarlo como promotor de la iniciativa de crear la Fundación Octavio Paz: la iniciativa gubernamental fue enteramente de Ernesto Zedillo, y se organizó en Los Pinos. También es generoso viéndolo, compasivamente, “a sus 60 años, miembro de un partido que se bate en retirada (y de una corriente que no está boyante)”, con “más pasado que futuro”. Más bien parece un joven de 60 años, en plena forma para seguirse colocando, hasta con sus antiguos enemigos políticos. Según la hemeroteca de Proceso en internet (26 III 03), Ovaciones publicó una nómina de asesores de Pémex, según la cual Limón cobrará este año “un millón 600 mil pesos”, no como experto en letras mexicanas, sino como experto en sindicatos (“analizar las relaciones laborales en Petróleos Mexicanos, retos y oportunidades”).

Por último, Granados Chapa también es generoso al cerrar los ojos ante la forma escandalosa en que Limón se autopremió con la chamba de la fundación, y se comprende: da vergüenza.

 

(Publicado previamente en el periódico Reforma, el 30 de mayo de 2003)

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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