Pasan los años y de pronto uno adquiere conciencia de los milagros que le ocurrieron. En mi caso, uno de ellos fue tratar con cierta familiaridad al filósofo Leszek Kołakowski. En Travesía liberal recogí la entrevista que le hice en el otoño de 1983 y que titulé “La noche del marxismo”. Ahí narré algunos pormenores de aquella charla y de los encuentros que tuvimos a través de los años: en un congreso sobre “Intelectuales” en Skidmore College (1985), en una conferencia del National Endowment for Democracy (hacia 1988), en el Encuentro Vuelta (1990). Vuelta publicó varios de sus ensayos y su libro La modernidad siempre a prueba –traducido admirablemente por Juan Almela– fue uno de los más leídos en nuestro acervo editorial. En un texto de los años noventa, Leszek (así le decía yo, abriéndole los brazos y plantándole un beso, a la usanza polaca) imaginó que entre los vestigios civilizadores descubiertos por un extraterrestre tras la destrucción de todas las cosas estaría un ejemplar de la revista Vuelta.
Nacido en Radom, Polonia, en 1927, sufrió en carne propia la ocupación nazi: su padre fue asesinado y él tuvo que procurarse una educación casi subrepticia. Como tantos otros sobrevivientes de aquel horror, se afilió al comunismo por un instinto de venganza y una esperanza en la posibilidad de la utopía. Viajó a la urss a principios de los cincuenta pero la decepción ante lo que encontró no lo separó del partido. Tampoco el informe Kruchev, ni las lecturas de Orwell y Koestler. Su fe fue mermando al paso de los años hasta caer en el desencanto total. En 1968 salió al exilio, primero en Canadá, luego en Estados Unidos, finalmente en Inglaterra. Se estableció en el venerable colegio de All Souls, en Oxford. Allí lo visité en 1983. Isaiah Berlin me había descrito su situación vital dos años antes: “Inglaterra es una isla en el mundo, Oxford es una isla en Inglaterra, All Souls es una isla en Oxford, Kołakowski es una isla en All Souls.”
Como un futuro historiador de las ideas podrá constatar, en el México de los ochenta la doctrina revolucionaria (de estricta o vaga filiación marxista) predominaba en nuestros círculos intelectuales. Vuelta enfrentaba este dogmatismo sola y contra la corriente. Igual que Octavio Paz, nuestro director, quienes hacíamos la revista estábamos convencidos de la falsedad científica y la perversión moral de aquella doctrina pero no por eso abrazamos entonces (ni ahora, ni nunca) un liberalismo económico ortodoxo ni predicamos la abolición del Estado o la muerte del ideal socialista. Nuestro margen era pequeño, nuestra situación –por momentos– asfixiante. Había que buscar aliados en la batalla, traer su pensamiento a México y difundirlo en América Latina. Por eso me acerqué a Kołakowski. Su trilogía Las principales corrientes del marxismo (Main Currents of Marxism) fue en el ámbito intelectual lo que el sindicato Solidaridad en el político: detonadores del cambio de mentalidad que contribuyeron a derruir el muro de Berlín antes de que cayera.
De sus notables participaciones en el Encuentro Vuelta, extraigo tres fragmentos que ilustran sus razones y su razonar.
¿Hay una conexión entre el marxismo y el estalinismo?
Si bien Marx no concibió al comunismo como un Gulag, sería un error decir que su doctrina fue del todo inocente. Marx y no Stalin fue el primero que dijo que la idea del comunismo se podía resumir en una sola frase: abolición de la propiedad privada. Desde este punto de vista, el sovietismo sí puso en práctica el socialismo en el sentido marxista, ya que fue abolida la propiedad privada. Marx, y no Stalin, dijo que debía concentrarse el poder económico y la propiedad en manos del Estado. Así, la idea del socialismo que tanto Lenin como Trotski pusieron en práctica en Rusia fue la del socialismo entendido como campo de concentración. Y esto lo dijeron claramente. Lenin habló muchas veces de lo que era la dictadura como él la veía: el poder impuesto por la violencia, el poder que no obedecía a ninguna regla, a ninguna ley: el poder absoluto. Trotski fue todavía más fuerte: la idea de la nacionalización en masa, que es una idea marxista, equivalía a la idea de que la gente sea propiedad del Estado. Nacionalizarlo todo significa nacionalizar a la gente. Esto significaba la esclavitud. El pueblo no habría tenido que esperar a la revolución bolchevique para darse cuenta del sentido del marxismo: podemos citar a muchos, especialmente a los anarquistas, que ya en el siglo XIX, décadas antes de la Revolución rusa, predijeron con claridad lo que sucedería si triunfaba el socialismo según la receta marxista. ¿No había dicho Proudhon que el marxismo convertiría a los hombres en esclavos?
¿Es reformable el socialismo tal y como lo conocemos?
En la historia de los países comunistas siempre que alguna reforma produjo algún resultado, se debió a que esa reforma restauraba parcialmente el mercado, es decir, el capitalismo. No se puede derivar otra lección de la historia del comunismo. El capitalismo equivale a mercado. El intento del comunismo de suprimir el mercado nunca funcionó bien, pero en gran medida sí logró destruir la economía. Yo no opongo el capitalismo al comunismo como dos sistemas simétricos. El capitalismo no es el producto de una planeación: surgió espontáneamente como resultado del desarrollo del comercio. A grandes rasgos, puede decirse que el capitalismo equivale a la naturaleza humana en función, es decir: desarrollando la codicia. El socialismo fue en cambio una invención artificial de los filósofos. Quizá hubo razones para pensar que podía funcionar, pero no funcionó y nunca funcionará. Ahora bien, si se continúa afirmando que los cambios actuales son un movimiento hacia otro socialismo, entonces tenemos que definir la palabra socialismo. Es decir, tenemos que precisar, para seguir hablando de socialismo, si entendemos por tal lo que ha significado hasta hoy (la nacionalización en masa de todo, incluyendo a la gente, la abolición del mercado, etcétera) o si significa otra cosa. Y en este último caso, necesitamos una nueva definición radical.
¿Podemos renunciar a los ideales de fraternidad y justicia social?
Una sociedad en la que el egoísmo sea la motivación dominante, por muy mal que esto nos parezca, sigue siendo mucho mejor que una sociedad basada en la hermandad obligatoria. La idea central del socialismo era la fraternidad universal. Creo que nada puede ser más maligno que el propósito de institucionalizar la hermandad. Esta se puede institucionalizar sólo bajo la forma del despotismo, y fue lo que sucedió en realidad. De cualquier modo, reconozco que necesitamos la idea de la fraternidad humana como idea más normativa que institutiva, para seguir la célebre definición kantiana. Necesitamos de ella para hacer que la sociedad sea mejor de lo que es, pero plantear la fraternidad como un conjunto de instituciones impuestas desde arriba es la mejor receta para lograr el totalitarismo, la esclavitud. El mercado no es justo, desde luego. Yo no renunciaría al concepto de justicia social. Acepto que existen muchos problemas que el mercado no resuelve ni arregla automáticamente. El mercado deja muchos problemas sin resolver. El mercado no es justo. Sin embargo, la abolición del mercado es mucho peor que todas las injusticias del mercado. El mercado es cuestión de ceder algo y ganar algo.
En su juventud Leszek se volvió contra la Iglesia católica y abrazó su remedo marxista. Tras su decepción se convirtió en uno de los defensores más lúcidos de la democracia pero el liberalismo no podía saciar su sed de creer, de pertenecer. Entonces regresó a sus raíces por un doble camino: sus estudios sobre la escolástica medieval, los movimientos milenaristas cristianos y Pascal, y su paulatino acercamiento a la fe de su origen. No obstante, su vínculo con la religión no fue obediente ni pasivo: “Kołakowski –escribió Leon Wieseltier– es un explorador de la doctrina y un enemigo de ella. Acaso su logro más importante haya sido rehabilitar el interés hacia la metafísica, sin restaurar para nada el dogmatismo que tantas veces la acompañaba.” Justamente sobre el tema de la religión, Humberto Beck le hizo para Letras Libres la que fue, acaso, su última entrevista. Allí escribió: “Creo que nuestra cultura necesita tanto a quienes defienden la fe como a quienes la critican. Cada uno obliga al adversario a fortalecer sus actitudes y así se fortalecen entre sí, contrario a lo que cada uno pretende.” Era un demócrata de la fe.
Kołakowski era también un intelectual crítico de los intelectuales:
Otra tendencia común en los intelectuales es su constante y desesperada búsqueda de legitimidad. Después de todo, nadie pregunta para qué sirven los plomeros o cuál es la razón de ser de los doctores, pero la pregunta sobre cuál es la razón de ser de los intelectuales es bastante natural y hasta entendible. Y son los intelectuales los que se plantean esta pregunta incesantemente. Esperan eventualmente hallar un tipo de legitimidad social que sienten que les hace falta. El otro problema es que el intelectual quiere ser escuchado, y la única garantía institucional de que un intelectual será escuchado es si él se incluye dentro de un establishment totalitario. Esto explica por qué muchos intelectuales ansían ser pensadores de la corte o filósofos cortesanos en un sistema totalitario que provee ciertas comodidades, y que garantiza por lo menos en parte una audiencia leal a intelectuales serviles, sin importar cuáles sean los resultados.
Caminaba siempre encorvado y con un bastón. En la extraña asimetría casi cubista de su rostro resaltaban sus ojos inquisitivos y su media sonrisa melancólica y pícara. Aunque era la seriedad filosófica misma, lo vi ser festivo, bebedor y galante. Exiliado de su patria, oscilaba entre Chicago y Oxford pero prefería su isla, donde lo esperaba su hogar intelectual y su familia. “En Kołakowski no hay sombra de antisemitismo”, me dijo Isaiah Berlin. Tamara, su esposa por más de medio siglo, es judía.
Guardo sus cartas con su letra pequeña y temblorosa, sus frases de aliento y su humor de lógico implacable. Muchas veces me reclamó no visitarlo en su isla, “donde, como dijo Byron, el invierno termina en julio y recomienza en agosto”:
¿Dime por qué nunca visitas nuestra húmeda isla? Es mejor que su reputación, excepto por unos pocos defectos (como la comida, el clima, los servicios de salud, los trenes, la burocracia, etc…).
Nunca volví. Uno administra mal los milagros. ~
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.