Leszek Kołakowski ha muerto. Polonia está envuelta en luto.
Era un hombre extraordinario: humanista, filósofo y escritor de calidad excepcional, maestro de tantas generaciones de inteligencias polacas indomables.
Durante décadas fue símbolo y autoridad moral de la Polonia espiritualmente soberana, que se negaba a ser sojuzgada, de la Polonia del libre pensamiento y del alma indómita.
Fue expulsado de la Universidad de Varsovia y expulsado de Polonia durante la propaganda de odio desencadenada en marzo de 1968 por la negra camarilla de quienes habían nacido en su misma tierra. Y sin embargo él nunca dejó ir a la Patria.
Sus ensayos y libros eran puntos de referencia en los más importantes debates polacos. En ese entonces, tiempos de oscuridad y odio, fue símbolo del pensamiento diáfano y de la vida digna. Con su pluma y autoridad apoyaba la oposición democrática, dispuesto a prestar su gran nombre a la causa de los trabajos del Komitetu Obrony Robotników [Comité de Defensa de los Obreros].
Leszek Kołakowski era un signo de esperanza en tiempos desesperanzados.
Escribió maravillosamente: sobre Spinoza y Pascal, sobre la conciencia religiosa y los lazos de la Iglesia, sobre las reformas y contrarreformas. Escribió también sobre el marxismo, cuando siendo joven era su convencido adepto, cuando después fue su reformador, y cuando finalmente fue quien meticulosamente lo desmenuzó y criticó. Fue él quien destruyó esa ideología totalitaria.
Escribió de la historia y de las responsabilidades, sobre la metafísica y el sufrimiento, sobre el sentido de la vida y la muerte, del diablo y de Cristo. Escribió tratados filosóficos y cuentos para niños, fábulas bíblicas y piezas de teatro, elaboró guiones de cine y antologías poéticas.
Era un hombre con bríos grandiosos y una humildad cristiana. Enseñaba la vida digna, la vida sin odio; enseñaba la tolerancia y la valentía; enseñaba la sumisión frente a lo admirable y la insumisión frente a la opresión, repudiaba la mentira y la vileza, pero sabía perdonar.
Decían de Leszek Kołakowski que era el príncipe de los humanistas polacos, decían también que era una anima naturaliter christiana [una alma genuinamente cristiana].
Era escéptico de todos los que abrazaban verdades absolutas; su ídolo predilecto era el gran humanista europeo Erasmo de Rotterdam. Para muchos de nosotros, Leszek Kołakowski era el Erasmo de su tiempo.
Fue apreciado universalmente por personalidades tan distintas como Juan Pablo II y Józef Tischner, Czesław Miłosz y Jerzy Turowicz.
Muchos de nosotros simplemente amamos a Leszek porque era para nosotros modelo de sabiduría y de rectitud, de no conformismo y de valor.
Leszek Kołakowski estaba feliz de ver a Polonia libre, para la que tanto hizo. Sin embargo, tenía una mirada crítica de todos los acontecimientos, que lo llenaban de desasosiego.
En sus conferencias se congregaban tumultos, sus libros y ensayos marcaban hitos. Pesa algo terrible en nuestra conciencia: saber que nunca más escucharemos sus conferencias y no leeremos más un nuevo ensayo. Diremos al final que Leszek Kołakowski era un hombre bueno, sincero, liviano y considerado. Cada charla con él era un regalo, era generoso y desinteresado con su bondad.
Esta mente magnífica y fuera de lo común, maravillosa flor de la cultura polaca y europea, era un amigo infalible. A muchos de nosotros, colaboradores de la Gazeta Wyborcza, nos honraba con su amistad, del mismo modo que sus ensayos honraban las columnas de la Gazeta. No podremos, ni unos ni otros, agradecer suficientemente nuestra suerte.
Leszek escribió una vez: en nuestra vida no existen las victorias definitivas, pero tampoco las derrotas definitivas. Escribió que se puede y se necesita practicar el difícil arte de la vida digna; que siempre se puede y se necesita ganar la lucha contra el veneno que destila el odio.
En el momento de la muerte del Maestro y el Amigo, todas las palabras son superfluas. Diremos solamente: Leszek, gracias por todo: por tu amistad, tu sabiduría, tu rectitud y tu bondad, que nos regalaste con tal generosidad.
Tamara, Agnieszka, nos unimos a ustedes en su dolor. ~
– Adam Michnik y los colaboradores de la Gazeta Wyborcza
© Gazeta Wyborcza, 17 de julio
Traducción de Yuna Blajer