El manifiesto afrosurrealista, escrito por el crítico y curador afroamericano D. Scot Miller y publicado el 20 de mayo de 2009 en el periódico alternativo San Francisco Bay Guardian, identificó y definió un movimiento artístico que dio sus primeros frutos a partir de la naciente presidencia de Barack Obama, quien había tomado posesión de la Casa Blanca meses antes de la publicación de esa seminal propuesta de activismo cultural. El texto de Miller sería retomado por la prestigiada revista Black Camera (vol. 5, número 1, otoño de 2013), especializada en la investigación sobre el cine afroamericano, que le daría tal difusión en el escenario crítico y académico que sus propuestas terminarían definiendo el marco conceptual con que se empezaría a discutir la obra fílmica y televisiva de la nueva generación de creadores afroamericanos, representada por Donald Glover (las cuatro temporadas de Atlanta, 2016-2022; la primera temporada de El enjambre, 2023), Jordan Peele (de ¡Huye!, 2017, a ¡Nop!, 2022, pasando por Nosotros, 2019) y Boots Riley, cuya desaforada opera prima Perdón por molestarlo (2018) empató con la imaginación visual de Glover y el mordaz activismo sociopolítico de Peele, aunque haya carecido de la cohesión argumental que presumen las obras fílmicas y televisivas de ellos dos.
Acaso no se trata de un defecto, sino de una característica. Me refiero a que la inventiva de Riley como creador audiovisual no siempre empata con su indisciplina y sus digresiones como guionista, algo que se repite nuevamente en Soy Virgo (2023), serie televisiva de siete episodios disponible desde hace unas semanas en Prime Video. Tal como sucedía en Perdón por molestarlo, el mundo creado por Riley en esta serie está firmemente anclado en una muy identificable realidad sociopolítica, económica y cultural contemporánea, solo que filtrada a través de una desafiante mirada activista/subversiva y de una muy peculiar sensibilidad artística que, para citar el texto original de Miller, “presupone que más allá de este mundo visible, hay un mundo invisible que se esfuerza por manifestarse”. Este debe ser el imperativo ético, estético y artístico del afrosurrealismo, según Miller: no solo descubrir sino revelar ese mundo oculto, develar a través de alegorías más o menos evidentes ese pasado de explotación que sigue estando presente, más allá de que Estados Unidos haya tenido ya a su primer presidente afroamericano. La vía para esta revelación –que es también una rebelión– es la hibridez genérica y el exceso argumental. Por lo mismo, insisto, acaso la inclinación digresiva de Riley no es tanto una falla sino una decisión estilística consciente. Otra vez en palabras de Miller, el exceso puede entenderse como otra forma de subversión.
Estamos, ¿dónde más?, en Oakland, la misma ciudad de Perdón por molestarlo y, por cierto, lugar de residencia del propio D. Scot Miller. La primera imagen nos muestra a LaFrancine (Carmen Ejogo), que apenas puede con la carga de un descomunal bebé que, luego sabremos, es su “sobrinito” recién nacido. Corte directo a 19 años después, cuando conocemos a Cootie (el ascendente Jharrel Jerome, ganador del Emmy por su actuación en When they see us, 2019), un inocentón muchacho que, por fin, ha parado de crecer: solo mide cuatro metros de altura. Previsiblemente, sus devotos padres adoptivos, LaFrancine y Felix (Brett Gray), lo han mantenido lejos de la mirada del mundo pues, como le explican los dos al aislado y ansioso Cootie, la historia ha demostrado que cada vez que aparece un gigante, la sociedad lo convierte en una atracción que, pasada la novedad, se transforma en una amenaza. Es decir, no ha habido gigante alguno que terminara bien. Aunque, ¿cuánto tiempo puede estar oculto alguien que mide cuatro metros de altura, es joven y vive en una ciudad vibrante como Oakland?
Cootie se liberará del manto protector de sus padres para conocer el mundo “normal”, con todo y sus pequeñas decepciones (el mal sabor de las ubicuas hamburguesas Bing Bang, multipublicitadas en la televisión), pero también sus grandes posibilidades (el amor a través de la atractiva Flora de Olivia Washington y la amistad al conocer a un trío de jóvenes activistas afroamericanos). Esta salida al mundo terminará, inevitablemente, en un doloroso pero necesario despertar existencial de Cootie, quien empezará a entender los mecanismos de poder que dominan en la injusta sociedad en la que ha nacido, en la que cualquier joven y gigantesco afroamericano está en peligro de muerte –incluso sin ser gigante–, en donde si no tienes empleo es probable que termines en la cárcel, en la que las corporaciones son dueñas de los servicios de salud y de la energía eléctrica, y en donde el capitalismo más rapaz e inequitativo está sostenido culturalmente por la afición a los cómics –¡se los dije!– y la ciega devoción a cierto millonario vengador bautizado como “El héroe”, que es una suerte de cruza entre Bruce Wayne y Tony Stark, pero en modo fascista –o más fascista.
“Todo arte es propaganda”, dice uno de los personajes en cierto momento clave de esta imaginativa, absurda y excéntrica miniserie. Y, en efecto, Soy Virgo –qué título tan gratuito y, por lo mismo, tan buñueliano– es propaganda y de la buena, de la mejor, de la más divertida: ferozmente anticapitalista, orgullosamente caótica y provocadoramente contradictoria porque, vamos, ¿lanzarse de esta manera, tan lúcida y lúdicamente, en contra del capitalismo global, siendo patrocinado por Amazon, la compañía de Jeff Bezos?
No importa: algunos grandes cineastas, diría Martin Scorsese, suelen ser grandes contrabandistas. Y Riley es un buen contrabandista, por más que se esconda a la vista de todos: su molestia por el estado de cosas del mundo en el que vivimos es franca y abierta, pero su coraje lo adereza con relajo e imaginación. La revolución antineoliberal dirigida por Boots Riley será divertida o no será. ~
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.