Don Porfirio

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De no haber sido por el número de mayo de la Revista de la Universidad de México nada más no me hubiera enterado: Porfirio Muñoz Ledo limpió su casa, escombró sus cajones y regaló sus papelitos personales al Archivo General de la Nación. Desde luego que no se me escapa el enorme valor histórico del suceso, y creo entender por qué la revista publicó el magno discurso –“Encriptado en vida”– con que don Porfirio adornó el solemne acto de entrega. Tampoco ignoro que esas chucherías –“fragmentos numerosos de arquitecturas inconclusas y algunos de faenas culminadas”– ayudarán a las generaciones futuras a comprender los diarios devaneos de este prócer que quiso ser un país y terminó siendo, ay, una mala puesta de Hamlet: desayunar o no con Manlio, comer o no con Felipe, cenar o no con la Maestra. Pero lo que más me emociona es la contribución inmediata que su discurso supone para las letras mexicanas. Cuando los poetas y narradores parecen estar demasiado ocupados en minucias (sustantivos, adjetivos, verbos), aquí hay un hombre que no se anda con necedades y declama sus Palabras ante la Historia. Escuchemos:

 

Un entrañable coetáneo me felicitó: Reconforta que hayas puesto en orden tu vida, cuando menos en el papel. Le respondí –en amables palabras– que no busco forma alguna de redención, sino que el honesto propósito de esta donación es afrontar con hechos palmarios la posteridad.

 

Aquí yacen trozos de vida disecados que narran una terca esperanza. Piedras sueltas de un edificio por levantar y planos de una nervadura imaginaria. Vislumbres dispersos, entretejidos y todavía palpitantes de nuestro proyecto esencial: la construcción de una nueva república. En tal designio estoy comprometido hasta el tuétano. ~

 

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es escritor y crítico literario. En 2008 publicó 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).


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