Sobre “El Nobel en la picota”
Sr. director:
Me pregunto qué libro de García Márquez habrá leído Antonio José Ponte. Es curioso que mencione al buen Borges para compararlo con García Márquez porque el primero habló en varias ocasiones en términos muy elogiosos de Cien años de soledad. ¿Curioso? En lo absoluto: aunque en ciertas cosas muy distintos, tanto Cien años de soledad como los cuentos de Borges tienen muchos aspectos en común: la metaliteratura, el mundo como un espejo de los espejos, la obsesión con el tiempo… Estructuralmente, en efecto, parecen muy distintos: la palabrería casi chocante de García Márquez parece muy distinta de la fineza del argentino. En realidad, tampoco ahí son tan distintos: la abundancia de adjetivos y descripciones del colombiano tienen que ver con la forma directa del discurso oral; su “engolosinamiento” es una manera en que el discurso –realmente parco y hasta esquemático, necesario en toda narración oral– se enriquece. De manera similar, los cuentos de Borges –como todo cuento que se precie– mantienen una parquedad narrativa casi esquemática. Ni García Márquez –en Cien años de soledad– ni Borges se interesan por los aspectos más íntimos de sus personajes ni en problemas psicológicos: lo suyo es la narración directa de la anécdota y las acciones. Ahora, eso sí, cada quien lo hace de manera distinta: Borges viene de una tradición libresca y García Márquez de una oral. Su “engolosinamiento”, pues, es necesario para llevar a buen puerto su novela porque de otra manera esta sería un esquema apenas de narrativa.
Ah, y el dudoso chistecito de que Cien años de soledad será en el futuro una novela para niños y jóvenes es, en realidad, un chiste para Ponte, porque es precisamente esa literatura –la que en verdad sobrevive, no bestsellers al vapor– la que marca a toda la demás literatura. Sin Conrad, Chesterton o Stevenson –considerados por muchos como literatura para jóvenes– no existirían Arreola ni Borges (tampoco otros escritores muy divertidos, ideales en cierta forma para los niños). Sin Mark Twain y sus inmortales Huckleberry Finn y Tom Sawyer no existirían ni Faulkner ni Hemingway ni, pues, García Márquez. Sin El principito, sin Las mil y una noches, sin Peter Pan, sin El viento en los sauces, sin El mago de Oz, sin Platero y yo, sin esas grandísimas obras nuestro mundo no existiría y tendríamos que pasarnos la vida leyendo una y otra vez –horror– La montaña mágica y otras aventuras así de “adultas”. Ya lo dijo Nietzsche: vean a lo que nos lleva esta gente y su “seriedad”. ~