Technopaegnia es la palabra griega sugerida por Ausonio (310 d.C.) para designar la estrategia de disponer los versos según la forma del objeto en que se imprimirán: un huevo, una hacha. Estas obras son antecedente de los caligramas. No solamente de los de Tablada o Apollinaire; también de los de George Herbert en el siglo XVII y los de Acuña de Figueroa en el XIX. Son fuente de tradición. Como lo es la poesía/praxis: desde los yambos y espondeos pindáricos –a cuyo son se ejecutaban danzas olímpicas– hasta radio dramas de Brecht como El proceso de Lucullus. Producir objetos o celebrar gestos, y entramar estos y aquellos con la escritura poética, es una forma venerable de la participación lírica –les guste o no a los académicos. Y la joven poesía mexicana no ha sido indiferente a esta herencia.
Entre nosotros, tales composiciones vienen de un largo y subterráneo río que parte de Tablada y pasa por Novo, Paz, Arreola, Poesía en voz alta, Ulises Carrión, Alejandro Aura, el deslenguaje oral de Ricardo Castillo, las instalaciones plásticas y sonoras de Alberto Blanco, los poemas visuales de Myriam Moscona –por mencionar muy poco. La relativa democratización de las nuevas tecnologías, la búsqueda de alternativas estilísticas y la pauperización de la lectura en México han insuflado nueva corriente a este caudal, lo que entre los poetas más jóvenes significa un volumen de documentación más vasto y detallado que el de otras épocas. También mejores herramientas para la divulgación.
Reseño a vuelo de pájaro unos cuantos ejemplos de estos procesos.
Motín Poeta, colectivo integrado por Carla Faesler, Rocío Cerón y Mónica Nepote, publicó en CD dos antologías: Urbe probeta (2003) y Personae (2006). La primera es, casi, un disco de canciones; contiene versiones felices pero en otras la unión de voz y música me parece forzada. La segunda es un ejercicio más propositivo pero fallido: aunque cada pieza fue compuesta por un poeta y un artista sonoro distintos, el conjunto resulta repetitivo, monótono. Ambos discos adolecen de un mismo defecto: parten de versos destinados originalmente a la página, y cuyo cuerpo no fue reescrito en calidad de poesía sonora.
Este colectivo participó en el festival Poesía en Voz Alta 2006; YouTube tiene un documento en video del performance. La calidad de registro es pobrísima, pero se alcanza a discernir el montaje. Carla Faesler realizó también videopoemas (v. YouTube) cuyo leitmotiv son fotorrecortes de sí misma. Algunas de estas piezas (“Asuntos internos”, “Limbo”) me parecen admirables, no sólo por la imaginación que las sostiene sino porque fueron realizadas con mínimos recursos tecnológicos. Rocío Cerón hace también poesía visual.
Minerva Reynosa, Sergio Ernesto Ríos y Óscar David López lanzaron en 2008 “Pimp M(t)y Poetry”, con sede en Monterrey. Se valen del arte postal. Minerva y Sergio me enviaron por correo searching the toilette in juárez avenue, libro casero de poemas y aplicaciones en ejemplar único. Óscar David repartió, en un encuentro de escritores, volantes a colores con la efigie de Gerardo Deniz; solicitó luego que cada invitado escribiera unos pocos versos dedicados al autor de Erdera, a quien le fueron entregados esos materiales a la mañana siguiente. Óscar David tiene montado The Gangbang Show, espectáculo de cabaret que incluye travestismo, lectura de poemas y música electrónica.
José Eugenio Sánchez, avecindado en Monterrey, ha realizado videopoemas tipográficos en colaboración con Rubén Gutiérrez y un discurso virtual con técnica de videogame (“Pistoleros famosos”) en colaboración con Ángel Sánchez (v. YouTube). A fines de los noventa fue guionista y actor en el espectáculo de danza El asalto a las putas. En 2007 su lectura coreográfica Balada de las últimas bombas (en colaboración con Judith Téllez) fue recibida con beneplácito en un pequeño pero repleto teatro de Barcelona.
Óscar de Pablo, espléndido lector de su propia obra, obtuvo un premio de slam poetry en la ciudad de México. Desde Guadalajara, León Plascencia Ñol realiza poemas visuales: metáforas tipográficas con técnica de grabado. En esa misma ciudad viven Jorge Méndez Blake, quien ha expuesto algunas instalaciones en video basadas en lecturas de poesía; y Víctor Ortiz Partida, quien realizó en 2005 una instalación tipográfica basada en poemas de la puertorriqueña Sylvia Figueroa. En León, Guanajuato, está Eduardo Martín del Campo, autor de poemas hipertextuales. En Tijuana, Adrián Volt ha dado a conocer Una sociedad ligeramente excitada, que incluye CD con poesía y música. También en Tijuana, Omar Pimienta realizó el proyecto Librería, 180 invitaciones institucionales viejas intervenidas con textos de autores diversos (www.libreria-omarpimienta.blogspot.com). En Querétaro, Román Luján realizó hace algunos años, en colaboración con Jordi Boldó, una serie de metáforas-mueble: poemas breves impresos sobre piedras. También con piedras realiza instalaciones tipográficas el poeta michoacano Efraín Velasco. En Saltillo se fundó, a fines de 2008, el Taller de la Caballeriza (www.caballeriza.blogspot.com), colectivo que reúne a poetas, artistas plásticos, músicos, teatristas y cocineros en torno a dos principios: la capacidad transretórica de la poesía (la posibilidad de crear efectos poéticos mediante soportes alternativos, géneros híbridos y materia poética no textual) y la descripción de lo poético como realidad sintética, simultánea, múltiple y móvil.
Habría que mencionar al paso, también, proyectos cuyo afán no es la producción de obras sino la documentación y/o difusión de estos procesos: Poesía y combate de Antonio Calera, Autismo tv de Inti García Santamaría (v. YouTube), el Periódico de poesía de la UNAM, el festival Poesía en Voz Alta, entre muchísimos otros. La nómina que doy es reducida: apenas se limita a los autores con los que tengo un contacto constante.
A pesar de que estos procesos compositivos tienen aceptación y demanda por parte de algunos lectores,* la mayoría de los poetas y críticos de poesía mexicanos los rechaza. Tal rechazo esgrime dos argumentos fútiles: “eso no es poesía” y “eso no es ninguna novedad, pertenece a la estética de las viejas vanguardias”. La pobreza del primer argumento radica en su hipocresía: parece implicar que está muy bien que se haga poesía visual y poesía/praxis (después de todo se trata de procesos que se ejercen cotidianamente y que son admitidos en los más selectos círculos intelectuales) siempre y cuando a) no se les llame “poesía” y b) quien los realice tenga título de actor, pintor o artista conceptual, no de poeta. Lo que se intenta salvaguardar no es un proceso creativo sino un título nobiliario: poeta. Esto me parece un tanto cursi y digno de un burócrata, no de un creador. Hablar de poetas en tránsito formal y poesía en soportes no convencionales me parece importante: lo considero vía para dar un sentido más puro a una de las palabras de la tribu.
El segundo argumento no es menos endeble, pero sin duda es más perverso: pretende que la experiencia material de los poetas es patrimonio exclusivo de las vanguardias históricas. Afirmación que quizás esté a la altura de don Ignacio de Luzán, pero que suena obtusa y hasta inmoral de cara al yonque tecnológico en que se convertirá el siglo XXI. No me parece imprudente citar aquí a Platón: “el castigo mayor es ser gobernado por otro más perverso, y es por temor a este castigo que gobiernan, cuando gobiernan, los hombres de bien”. Si algunos poetas hemos aprendido a usar Vegas o After Effects después de haber ejercitado el dáctilo es porque la poesía no es un pasatiempo: es una guerra espiritual con y por el mundo. En cualquier caso, negar que la technopaegnia y la poesía/praxis son parte de la tradición no es conservadurismo: es llana ignorancia.
El ninguneo que usualmente rodea en México a la poesía visual, sonora y activa empobrece nuestra vida intelectual. Lo que falta, a mi juicio, es una mayor crítica y autocrítica de estos procesos compositivos. Una crítica dura, seria, que tome en cuenta lo mismo la dimensión técnica y material (el empleo de herramientas retóricas alternativas) que la conceptual y emotiva. Pero que acepte también, como principio, que existen estructuras paratextuales a las que el nombre que mejor les conviene es el de poemas. ~
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* Hace veinte días subí a www.youtube.com la pieza “2 poemas para baños”. En este breve lapso el texto ha generado más de seiscientas lecturas.
(Acapulco, 1971) es poeta y narrador, autor de libros como Canción de tumba (2011), Las azules baladas (vienen del sueño) (2014) y Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino (2017). En 2022 ganó el Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde.