La semana pasada recorrí la laboriosa ruta que llevó a los camaradas del Movimiento Armado Revolucionario (MAR) de Moscú a México y de ahí a Pyongyang en 1969, donde pasaron once meses preparándose para regresar a la patria y salvarla de las garras del imperialismo etcétera.
Quizás algún lector recuerde que fui a dar a este asunto por haber leído que no fueron pocos los normalistas rurales que participaron en esa gesta, como dice Fernando Pineda en su libro En las profundidades del MAR:
Un buen número de profesores rurales egresados de los 29 internados, distribuidos en toda la República, tuvieron una destacada participación —junto con otros combatientes— organizando y dirigiendo varias agrupaciones guerrilleras que fueron conformándose en el transcurso de la segunda mitad de la década de los sesentas.
Si cincuenta mexicanos encerrados en cualquier circunstancia ya es de suyo espeluznante, ¿cómo habrá sido en un cuartel norcoreano? ¡Cincuenta miembros de la nacionalidad más históricamente propensa al caos, metidos once meses en un país en el que lo único que hay es disciplina!
Dice Jorge Luis Sierra Guzmán en El enemigo interno. Contrainsurgencia y fuerzas armadas en México que los mexicanos llevaron cursos con
Ling, experto en demoliciones, radiotelegrafía y política; Munde, tácticas de guerrillas; Chang, artes marciales, y Kuog, uso de armas, prácticas de tiro y métodos para inutilizar tanques y vehículos blindados. Siempre contaron con intérpretes y recibieron clases de estrategia militar, guerrilla y teoría marxista leninista.
Fernando Pineda agrega que hubo que actuar con energía para “evitar el relajamiento disciplinario que impidiera sacar adelante la moral revolucionaria (no hablamos de normas morales, sino de la disposición al combate)”. Por ejemplo, a un camarada “Cuauhtémoc” (nunca falta), fundador del MAR, se le desplomó su convicción revolucionaria y “debido a problemas personales cayó en la indolencia”. Se le tuvo que aplicar “retiro temporal”. A otros, “en franca actitud de complot”, se les tuvo que aplicar “la firmeza del colectivo”. ¿Qué se entiende por retiro temporal y firmeza del colectivo en Norcorea? Habría que preguntarle a Ling, a Munde, a Chang y a Kuog…
No hay relato de cómo regresaron los graduados en artes marciales, pensamiento juche e inutilización de blindados a México en 1970. Pero sí hay relato (el de Pineda) de cómo al llegar varios graduados “huyeron de manera vergonzosa” o “desertaron cobardemente de las filas revolucionarias”. Algunos hasta se robaron armas del pueblo y dinero del pueblo antes de desaparecer. Otros que no desertaron ni huyeron se mezclaron con el Partido de los Pobres de Lucio Cabañas, o con el Ejército Insurgente del Pueblo, o con la Brigada Campesina de Ajusticiamiento o con las decenas de herederos de esas militancias que continúan activas.
Unos de los “coreanos” que no huyeron o desertaron al volver a México recibieron su primera misión: montar una escuela de guerrilleros en Xalapa. Dice Pineda que “la orden fue categórica: ¡adquirir el inmueble rápidamente!” ( supongo que hablar así es resultado de la disciplina norcoreana). Abrir esta escuela era urgente porque había
tres “alumnos” listos para iniciar el adiestramiento. Estos aspirantes, hospedados en diferentes ciudades —evitando un mismo sitio—, erogaban una derrama considerable de fondos; urgía pues, acelerar la inauguración del curso.
Y bueno, pues los maestros de inutilizar blindados y sus alumnos rentaron una casa en Xalapa para poner la escuelita y se metieron en bola. La única acción militar que hubo fue que un camarada se mató de un tiro porque su rifle estaba defectuoso. La policía del terrible Nazar Haro atrapó a 19 “coreanos” luego luego y los metió a Lecumberri varios años. ¿Que por qué fracaso la operación escuela de guerrilleros? Porque resultó que el señor al que le rentaron la casa había sido el jefe de la Policía Judicial de Veracruz.
Según Hodges y Gandy (en Mexico Under Siege), los “coreanos” de México son un ejemplo perfecto de lo que Lenin llamaba “primitivismo amateur”: su “estrategia de confrontación fue militarmente desastrosa y mal concebida”, “una caricatura del guevarismo”, etcétera. Agregan que la guerrilla mexicana tenía (o tiene) dos particularidades: la primera era “la capacidad para traicionar a sus camaradas”. Hay testimonios abundantes de cómo en el primer interrogatorio —que obviamente era un interrogatorio muy cabrón— los “guerrilleros” mexicanos daban los nombres de sus camaradas, las direcciones de las casas de seguridad y a veces, como a Nepantla, hasta guiaban a los federales.
La segunda particularidad —que Pineda describe de manera (involuntariamente) hilarante— es la compulsiva propensión de las organizaciones a dividirse en grupos que de inmediato se acusan mutuamente de ser “pequeño-burgueses” y “enemigos internos”. Es un mundo en el que un acrónimo que se respeta (digamos, el FRAP) debe dividirse por lo menos en ocho acrónimos en el lapso de un año: PARF, RAFP, PFRA etcétera (sin olvidar el AFRAP que es el auténtico FRAP).
El objetivo de los mexicanos al ir a Norcorea —dice Pineda— había sido aprender a organizar una
revolución democrática y popular. Dicha revolución solo podría llevarse a cabo por medio de las armas. Razón perentoria entonces era la edificación de un ejército insurgente, compuesto, básicamente por obreros y campesinos… para confrontar y finalmente derrotar al ejército burgués.
Bueno, no lo consiguieron.
Ellos y las muchas otras organizaciones que decidieron salvar a México por medio de la lucha armada consiguieron muertos, demasiados muertos. También consiguieron subir varios santitos a los altares contestatarios. Y consiguieron subir muchos sabios titulares C de tiempo completo a las cátedras universitarias. Y algunos funcionarios. Y un “crítico de arte”. Y que muchos pasantes tuvieran tema de tesis, cuyos capítulos más nutridos suelen ser los dedicados a analizar, por ejemplo, “¿Por qué fracasó el FRAP?” o la heroica insurrección de que se trate. (Siempre hay mención honorífica). Y también consiguieron encumbrar diputados y senadores. Y consiguieron que el Partido del Trabajo reitere su respeto y amor al pensamiento juche. Y algunos, como Pineda, consiguieron también escribir que
los que venimos de la experiencia guerrillera nos hallamos en una mejor posición y entendemos con mayor facilidad —por obvias razones— la necesidad de evitar el uso de la violencia como procedimiento apropiado para solucionar los problemas.
Bueno, ya era obvio desde entonces, pero nunca es tarde.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.