Reconocerse para existir

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“Una región que produce más historia de la que puede asimilar”. La frase de Winston Churchill a propósito de los Balcanes quizás pueda aplicarse aún con mayor tino al Medio Oriente. El conflicto israelí-palestino es antes que nada entre dos relatos, entre dos historias y, en fin, entre dos memorias. Por lo que no debe sorprendernos que el encuentro entre Alain Finkielkraut y Elias Sanbar haya girado en torno a la pregunta obsesiva acerca de los orígenes y el significado del año 1948, cuestión portadora de las mitologías rivales de ambos pueblos.

Para el filósofo francés, judío, comprometido desde el inicio de los años ochenta con una reflexión sobre “la desaprobación de Israel”, ese constante regreso a 1948 revela que el proceso de deslegitimación del Estado judío no está cerrado y teme la escalada del islamismo dentro de la sociedad palestina. Intelectual comprometido con la política –desde Oslo participa en la mayoría de las negociaciones–, antiguo director de la Revista de estudios palestinos y delegado de Palestina ante la UNESCO, Elias Sanbar recuerda que, para su pueblo, la creación de Israel fue el inicio de la desaparición: “Hemos perdido nuestro nombre.”~

 

Elias Sanbar: Resulta cómodo plantear las cosas en términos eternos e inmutables. Eso evita asumir una reflexión, enfrentar la realidad. Ese conflicto está inscrito en momentos y en lugares, una historia y una geografía; fue y sigue siendo una realidad en movimiento, es decir, está inscrito en el largo plazo pero también sometido a la relatividad de la vida, de las mutaciones, de las evoluciones y las rupturas. En tanto sea descrito en términos de absolutos en la perspectiva de una Historia inmóvil, el tema palestino no podrá pensarse.

 

Alain Finkielkraut: El 31 de marzo de 1980, el historiador Jacob Talmon publicó una carta abierta a Menahem Begin (Primer ministro de Israel, negociador de los acuerdos de paz con el presidente egipcio Anouar El-Sadate): “En nuestros días, la única forma de alcanzar una coexistencia entre los pueblos es, aunque pueda parecer irónico y decepcionante, separarlos.”Será necesario que todos los protagonistas y sus simpatizantes se pongan de acuerdo acerca de la necesidad de la repartición. De esa manera el conflicto podrá descender a tierra y ser tratado como lo requiere: prosaicamente. Tanto en Israel como del lado palestino, la gente está dividida. He conocido palestinos convencidos de la necesidad de hacer las paces, hostiles al terrorismo y que no están de acuerdo con la solución de los dos Estados. Una supuesta nueva esperanza democrática ha salido a la luz: “El Estado de los ciudadanos”. Un hombre, una voz; de qué sirven los muros: levantemos acta de la imbricación de las poblaciones y de la democracia postnacional. No estoy seguro de que esta idea encuentre raíces en Europa. En Palestina, estoy convencido de que es una impostura.

 

E. S: Plantear la cuestión de la división de Palestina como un fin es perder de vista que ella fue y sigue siendo un medio, no necesariamente malo, pero no un fin. El fin perseguido es la paz. La partición puede ser un medio para acercarse a la paz. Si nos contentamos con la idea de un conflicto irreconciliable entre dos pueblos condenados a la negación recíproca, el término compartir convendría más que el de partir. Incluso una partición con fines elevados, implica la idea de división, mientras que la de compartir implica reconciliación.

 

A. F: Hay que reafirmar la necesidad de compartir y empezar por ella. La verdadera nakba, la verdadera catástrofe palestina no fue la guerra de 1947 y 1948, sino el rechazo a todos los planes de partición, el de la Comisión Peel en 1936 o el de la ONU en 1947.

 

E. S: Al-Nakba, o la Catástrofe de 1948, fue una terrible desgracia, ya que además de las expulsiones masivas y la pérdida de la patria, ese año fue para los palestinos el de la pérdida de su nombre. En 1948 no se trató de un país conquistado o reconquistado sino de una tierra engullida. El cauce de las aguas perdió su nombre, los pueblos también. A partir de ese año, los nombres de Palestina y de los palestinos fueron borrados. Hemos invertido medio siglo en reencontrar nuestro nombre. Mientras usted dice que la partición debió aceptarse en 1937 o en 1949, es casi hacer revisionismo. Eso era imposible.

 

A. F: ¿Por qué?

 

E. S: La sociedad no podía aceptarlo, es una realidad y yo soy impotente ante ella. Había entonces 1,4 millones de palestinos y seiscientos mil judíos, la mayoría de ellos había llegado a principios de siglo. ¿Cómo esta mayoría habría consentido, en términos de una presencia inmemorial, perder la mitad de su patria? Y sin embargo, lamento que el liderazgo palestino de entonces no tuviera el cinismo de Ben Gourion (Primer ministro de Israel en 1948): aceptar una parte de Palestina para intentar poder conquistar el resto. Si hoy hubiera estado en el poder, Arafat habría aceptado la repartición por táctica, no por convicción. Y eso habría suscitado una buena guerra, pero no se puede rehacer la Historia.

 

A. F: Imposible en 1948, ¿la repartición sería posible hoy?

 

E. S: Lo que ha permitido que el concepto de los dos Estados se imponga tras décadas de sufrimiento, de desgracias, de guerra ha sido que los dos procesos de constitución en Estados-naciones comenzaban a alcanzar su término. Hoy algo ha cristalizado al final de una larga gestación. Esto no pone en entredicho la realidad anterior –comunitaria, nacional– de ambos protagonistas. Pero no queda ninguna duda de que a partir de ahora la convicción es compartida por ambos bandos acerca de que la política de buena vecindad entre ambos Estados es una buena solución.

 

A. F: Decir que los palestinos cometieron un error al rechazar el plan de la ONU no significa un revisionismo sino una exigencia de desmitificación de los relatos canónicos que conduce a los israelitas a volver a los relatos de los orígenes y a reconocer que durante la guerra de 1948, la Haganah (movimiento de defensa israelita, reagrupado en Tsahal) habría debido actuar de otra manera. Sería lamentable que esa desmitificación “postsionista” no sirva sino para reforzar la leyenda palestina.

 

E. S: Como muchos palestinos, no tengo inconveniente en reconocer que se han cometido errores en el seno del movimiento nacional palestino, en la gestión interna del movimiento nacional bajo el Mandato hasta el descalabro de 1947-1948, pasando por la elección del Mufti de Jerusalén (Amin al-Husseini, líder religioso en la Palestina mandataria) para ir a Berlín a perderse al apoyar a Hitler. Lo que hoy se nos reprocha en realidad no es la falta de crítica a nuestra historia, sino el no hacerlo en los mismos términos que los israelitas. Es un defecto colonial pensar de ese modo, que además de infligir un sufrimiento a la víctima, ésta sea a su semejanza. Lo que muchos israelitas, incluso favorables al plan de paz, no comprenden es que no estamos del mismo lado de la Historia.

 

A. F: No subestimo los obstáculos para la paz que han surgido del lado israelita ocasionados por la desastrosa política de implantaciones, pero ¿es cierto que todos los palestinos son palestinos? ¿Se debe definir Hamas y la Jihad islámica como organizaciones palestinas extremistas? En un reciente artículo aparecido en Le Monde, Michel Bôle-Richard cede la palabra al jefe de la brigada de Abu-Rich (organización armada cercana a Fatah) en la franja de Gaza, y dice lo siguiente: “Israel nunca vendrá hasta el fin por nosotros, pues a diferencia de ellos, nosotros no tememos a la muerte. De hecho, mire usted, les damos miedo. Los habitantes de Sderot (ciudad a dos kilómetros de la franja de Gaza) parten. Los empujamos hacia el norte, hacia Hezbolá (movimiento chiíta libanés). Están atrapados en un sándwich.” ¿Fanfarronadas? Puede ser. Pero el palestino que se deja encantar por esos propósitos se expresa como musulmán y no como palestino.

 

E. S: ¿El integrismo es una catástrofe para la sociedad palestina? Sí. Sin embargo, no por ello se les puede negar su condición de palestinos a los militantes de Hamas. Usted pregunta si estoy seguro de que “todos los palestinos sean palestinos”. Entiendo lo que quiere decir con ello y le respondo con otra pregunta: ¿Baruch Goldstein1 era israelita? Y supongo que la respuesta es sí.

 

A. F: El primer ministro Yitzhak Rabin no se contentó con condenarlo. No, dijo, estoy implicado, estoy comprometido, me avergüenzo. Y esa vergüenza la experimentaron muchos judíos.

 

E. S: De buena gana hago constar que del lado palestino las condenas a los ataques terroristas deberían ser mucho más tajantes. Cuando se va en contra de los civiles, no hay circunstancias atenuantes. Eso no quiere decir que la sociedad deba perder su identidad, sino que la identidad de algunos está enferma.

 

A. F: Hay un contraste entre el reinicio de las negociaciones y un endurecimiento en torno al asunto de 1948. En Francia hubo un tiempo en que los adversarios de la política israelita desplazaban la ocupación hasta 1967. Actualmente, el año de 1967 se ha borrado, las fechas se precipitan. Cada vez son más numerosos los que ubican la ocupación en el año de 1948. La deslegitimación de Israel se ha hecho evidente para muchos. El sionismo era una empresa de normalización. Se trataba de terminar con un mundo dividido en dos, entre “nosotros” y “los goys”. La historia parece ensañarse en deslegitimar al sionismo. El pesimismo israelí es consecuencia de ese ensañamiento.

 

E. S: Claro, el problema de 1948 ha estado siempre presente en el espíritu de los palestinos, pero también de los israelitas. Este problema sigue inquietando a los israelitas no por el aspecto demográfico de un retorno de los refugiados, a pesar de que no dejan de reclamarlo. Sino porque están seguros, sin tener motivos para ello, de que si reconocen que actuaron mal en 1948, eso significaría que el Estado de Israel nació en falta y es por lo tanto ilegítimo y por ello está amenazado a desaparecer. Se equivocan al pensar así. Reconocer la responsabilidad del sufrimiento palestino es, al contrario, la llave de la reconciliación, y por ende de un futuro seguro para todos.

 

A. F: ¿Desea que el Estado de Israel se arrepienta oficialmente?

 

E. S: Dejemos ese término a los clérigos y a los vendedores de redenciones. Hablo de reconciliación. Es necesario que los israelitas reconozcan que se ha cometido una injusticia y que sufrimos desde hace sesenta años, incluso si admito que no son los únicos responsables. Si no cortamos por lo sano, todas las paces no serán sino falsos pretextos.

 

A. F: Los historiadores, sionistas y postsionistas, han trabajado, las cosas se saben y se dicen. Pero usted no puede hacer que esa guerra contra la coalición de todos los Estados árabes no sea una guerra de liberación. Comenzó como una gran guerra civil en 1947. Un año después, todos los Estados árabes declararon la guerra al joven Estado, y eso se convirtió en una guerra por la independencia. Por lo demás, el público israelí está dispuesto a escucharlo todo. El pánico surge de cosas más concretas: los atentados suicidas de ayer son la principal razón del muro; hoy los cohetes son la razón de ser de los colonos. Aún cuando éstos han perdido la batalla ideológica en Israel, Hamas les provee un indiscutible argumento de seguridad: se teme que al restituir Cisjordania, Tel Aviv quede en la mira de los misiles.

 

E. S: El miedo de los israelitas me da miedo. Como si nada pudiera darles seguridad. Como si hubiera, no un rechazo a la paz, sino la imposibilidad de ir hacia ella. Si fueran los dueños de Cisjordania tendrían miedo de la proximidad jordana. Si controlaran Jordania temerían a Arabia Saudita. El resultado es que Israel está a punto de dejar pasar una oportunidad única. Nunca antes hubo un ofrecimiento tan favorable por parte de los palestinos. Nunca antes veintidós países árabes habían ofrecido tantas garantías que posibiliten un Medio Oriente finalmente pacífico.

 

A. F: Estoy convencido de que se debe aprovechar la ocasión. Entre tanto, este ofrecimiento no debería ir acompañado de un nuevo Durban. Se está preparando una segunda conferencia en la ONU en África del sur, más delirante e inquietante que la primera, en la que con el pretexto de discutir sobre el racismo, la intolerancia, la xenofobia, la homofobia y la misoginia en el mundo, Israel será apuntada con el dedo, pero también Occidente. En África y en el mundo árabe musulmán, un antisemitismo cobra fuerza y muestra a Israel como el manipulador, casi nazi, de la política mundial. No se puede querer la paz en el Medio Oriente contribuyendo con esa idea delirante.

 

E. S: Siempre he sido bastante claro sobre ese tema. No somos los judíos de los israelitas. Los israelitas y quienes los apoyan deberían entender que la mala reputación proviene de la ocupación. Ustedes elaboran complejas teorías acerca de algunos detalles, pero desconocen la realidad concreta. No busco embellecer el paisaje. Hay accesos islamistas en todas partes. Pero el concepto de mundo árabe-musulmán carece de sentido.

 

A. F: El antisemitismo de los egipcios está ligado a la ocupación… ¿Y el de los argelinos?

 

E. S: Si la paz de 1977 no funcionó fue porque se basó en un malentendido. La reconciliación no podía darse en tanto que los egipcios eran testigos de la situación de los palestinos. Esa constatación legítima suscitó reacciones ilegítimas, arcaicas, racistas. Numerosas voces en el mundo se han alzado en contra de esas meteduras de pata.

 

A. F: Entonces, ¿los egipcios (que recuperaron el Sinaí) no podían creer en la paz con Israel a causa de las desgracias de los palestinos? Ve usted que la existencia de un mundo árabe-musulmán se confirma y cristaliza en torno a una crítica a Israel y en la identificación con el sufrimiento palestino. No quiero cuestionar esa solidaridad, pero el mundo árabe debe escoger entre un Israel copartícipe y un Israel cabeza de turco.

 

E. S: El gran eslogan del movimiento islamista es la Palestina musulmana, no la Palestina árabe. El concepto, como un saco en el que todo cabe, de “mundo árabe-musulmán” carece de sentido. Porque hoy el islamismo es el enemigo declarado de lo árabe. Hay escaladas integristas por doquier y los árabes son los primeros amenazados.

 

A. F: Y quizás también los israelitas… Muchos de los cuales tienen la impresión de luchar por su supervivencia.

 

E. S: El hecho de que los palestinos hayan recobrado su nombre y que hayan asumido el compromiso histórico de compartir lo que consideran su patria demuestra que se ha librado un conflicto en el que la existencia de uno debe pagarse con el aniquilamiento del otro. El único acto histórico digno de ese nombre en los acuerdos de Oslo es la carta de “reconocimiento mutuo y simultáneo” intercambiado la víspera del acuerdo entre Yasser Arafat y Yitzhak Rabin. Ningún israelita podrá decir que los palestinos no existen. Y la mayoría de los palestinos, incluidos los militantes de Hamas, aceptan la lógica de los dos Estados. Queda pendiente el doloroso tema de la ocupación. Como si, sin perder su crudeza, el conflicto israelí-palestino hubiera a pesar de todo “entrado en la categoría” de los finales trágicos de la ocupación de un pueblo por otro.

 

A. F: Al igual que usted estoy en contra de la banalización del conflicto, pero veo el progreso de la deslegitimación del Estado judío. El universalismo democrático, o la religión de la humanidad, se está desarrollando sobre todo en Europa, después de la Shoah y en constante referencia a ella. Este universalismo democrático va acompañado de un crecimiento tecnológico del mundo. Se habita el planeta antes de habitar el propio país. El Estado judío aparece entonces como el contraejemplo de ese universalismo democrático. De ahí la paradoja de la memoria de la Shoah, que no deja de llorar las víctimas de los campos y que, al mismo tiempo, ve en Israel la nación por excelencia. Y por ende la nación culpable. ~

 

©Philosophie Magazine

Testimonios recogidos por Élisabeth Lévy

Traducción de María Virginia Jaua

 

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1 El 25 de febrero de 1994, Baruch Goldstein, médico israelí de origen norteamericano, miembro activo del movimiento de los colonos, mató a 29 palestinos que oraban en el panteón de los patriarcas en Hebrón. (N. de la T.)

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