Foto: Mstyslav Chernov/Unframe, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons

En Ucrania, que no haya elecciones no significa que el electorado esté contento

La invasión rusa puso a muchos ucranianos en el dilema de criticar o no a las figuras gobernantes del país en tiempos de guerra. Dos años más tarde la disyuntiva ha sido resuelta, y no a favor de los líderes.
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En Ucrania deberían haberse celebrado elecciones presidenciales regulares en marzo.

Pero el primer día de la invasión rusa a Ucrania, el gobierno introdujo la ley marcial, según la cual se suspenden las elecciones presidenciales, parlamentarias y locales. En lugar de poder votar, mis compañeros y yo nos quedamos atrapados con un presidente por el que no votamos, pero cuya imagen ha cambiado drásticamente desde el 24 de febrero de 2022.

¿La democracia en Ucrania se ha convertido en otra víctima de la guerra?

Aunque la democracia de nuestro país tiene raíces que se remontan a prácticas instituidas por los antiguos griegos que llegaron al territorio de lo que hoy es Ucrania en el siglo VI a. C., la expresión moderna de un gobierno democrático aún está en desarrollo ahí.

En mayo de 2014, estaba haciendo fila frente a una escuela en un barrio residencial postindustrial de Kiev, en la orilla izquierda del río Dniéper. En el interior había casillas de votación para las elecciones presidenciales, que se habían anunciado varios meses después de que el presidente anterior huyera del país. Recuerdo bien el estado de ánimo: había un consenso en el aire de que necesitábamos celebrar elecciones rápidas y transparentes.

El presidente que había huido, Viktor Yanukovych, había ganado el cargo en la segunda vuelta electoral de 2010, en la que la oposición afirmó que hubo un fraude electoral sistemático. Ya en el cargo, Yanukovych había actuado en contra del deseo de la mayoría de los ucranianos al negarse a la integración a la Unión Europea. En cambio, en 2013, había anunciado sus intenciones de unirse a la Unión Económica Euroasiática respaldada por Rusia. Esto habría hecho a Ucrania económicamente dependiente de su vecino imperialista.

En noviembre de 2013, cientos de personas, en su mayoría estudiantes y activistas, se reunieron en la Maidan Nezalezhnosti, la Plaza de la Independencia, en Kiev para protestar por su decisión. Las manifestaciones aumentaron. El último día de noviembre, la policía golpeó brutalmente a los manifestantes y, al día siguiente, más personas llegaron a la plaza, convirtiéndola en un campamento de protesta con escenarios, instalaciones de transmisión en vivo, puestos de primeros auxilios y unidades de autodefensa. Fue la mayor cantidad de gente que se ha reunido allí. En febrero, cuando la policía atacó, se produjeron enfrentamientos violentos que mataron a 100 manifestantes, hoy conocidos como los Cien Celestiales.

Sus acciones hicieron historia. Esta fue la Revolución de la Dignidad, el momento en que la sociedad ucraniana se separó osadamente de Rusia. El país quería un cambio. Se suponía que las siguientes elecciones lo proporcionarían.

Aquellas elecciones resultaron en la victoria de Petro Poroshenko, un político-empresario de la vieja escuela. No hubo segunda vuelta: ganó la primera con más del 50% de los votos. Esta era la segunda vez que esto sucedía. La primera fue en 1991, cuando Leonid Kravchuk obtuvo el 61% en las elecciones celebradas simultáneamente con el referéndum por la independencia de Ucrania. (El 90% de la población votó a favor de la independencia.)

Pensando en 1991 y 2014, me pregunto: ¿estas victorias decisivas demuestran que la sociedad ucraniana tiene la capacidad de volver a movilizarse rápidamente en tiempos de transformación radical? Grandes trastornos parecen ocurrir aquí cada 10 años, y ahora vivimos en uno. ¿Qué pasa después? ¿Podemos mantener la democracia que hemos creado?

Mirando retrospectivamente a 2014, puedo ver que Poroshenko parecía ser el candidato mejor equipado para liderar el país: era diplomático de formación, tenía experiencia en finanzas estatales y era un hombre de negocios, lo que significaba –en ese momento– que tenía mucho que perder. Las tropas rusas estaban en el país entonces, como ahora. Crimea, así como partes de las regiones de Donetsk y Lugansk en el este del país, ya estaban ocupadas por Rusia. Y en aquel entonces, muchos ucranianos se ofrecieron como voluntarios para ir a luchar en la recién formada línea del frente.

En 2014, la guerra que comenzaba fue motivo para celebrar elecciones. Al sentir la agitación que se avecinaba, todos querían al menos asegurarse los nombres de quienes gobernarían el país en un futuro próximo. Ese año también se celebraron elecciones parlamentarias y con ellas comenzó el proceso de formación del gobierno. Fue accidentado e imperfecto, pero lo impulsaba el entusiasmo por una transformación democrática.

Los votantes ucranianos valoran la capacidad de lograr cambios de poder regulares. Ganar una elección –incluso si, como Poroshenko, se gana gracias a una ola de adrenalina posrevolucionaria– no garantiza que uno permanezca en su cómoda silla por más de un mandato.

Con Poroshenko, este fue el caso. En 2019, perdió por un margen de casi 50% frente a un candidato joven y ambicioso que había surgido directamente del mundo del espectáculo. Quizás lo conozcas: Volodímyr Zelensky.

La mayoría de mi burbuja generacional y política, personas de entre 30 y 40 años que habíamos dedicado nuestros años más enérgicos a asegurar las transformaciones posteriores a Maidan, no votamos por Zelensky. Tomamos con escepticismo sus promesas de luchar contra la corrupción y el nepotismo del país. Reflejaban demasiado su alter ego de la pantalla en la popular serie de televisión Servidor del pueblo, un profesor de historia que se convierte en presidente después de una apasionada perorata anticorrupción que se vuelve viral. Nuestro universo de cultura intelectual y política “culta” chocó con la televisión “poco intelectual” que aparentemente había irrumpido en el mundo real.

Bajo la bandera de un ambicioso esfuerzo por la “eficiencia”, Zelensky y el jefe de su administración concentraron gradualmente el poder político en la oficina ejecutiva, incluso antes de que comenzara la guerra a gran escala en 2022. Dado que la mayoría de los escaños en el parlamento los ocupa el partido de Zelensky, Servidor del Pueblo (sí, se llama como su programa de televisión), su oficina tuvo respaldo para iniciar una serie de reformas, muchas de las cuales fueron criticadas por instituciones de la sociedad civil.

Después de la invasión de Rusia, la resistencia de Ucrania catapultó a Zelensky al heroísmo. Obtuvo el estrellato que alguna vez había deseado en el mundo del espectáculo. No fue inmerecido: los escépticos de 2019, incluyéndome, nos sentimos conmovidos y orgullosos el 25 de febrero de 2022, cuando publicó un video desde la calle Bankova demostrando que no había abandonado el país y que iba a quedarse y luchar.

Pero dos años después, nuestra adrenalina y nuestros sentimientos de orgullo han disminuido. La sociedad necesita algo más que discursos poderosos que terminen con “¡Gloria a Ucrania!” El dilema que muchos periodistas enfrentaron inicialmente en 2022 –criticar o no a las figuras gobernantes del país en tiempos de guerra– ha sido resuelto, y no a favor de los líderes. Los periodistas han retomado sus investigaciones anticorrupción, mientras los ciudadanos realizan algunas manifestaciones civiles, a pesar de la prohibición impuesta por la ley marcial.

A pesar de esto, la mayoría de los ucranianos no sienten la necesidad urgente de celebrar elecciones. En un país de 43 millones de habitantes, 6 millones han huido del país, 4 millones son desplazados internos y cientos de miles están sirviendo en el ejército. Casi 20% del territorio ucraniano está actualmente ocupado por Rusia y una cantidad significativamente mayor es objeto de bombardeos constantes. Las elecciones, al menos a nivel nacional, no parecen cruciales en este momento.

Con dos revoluciones en los últimos 20 años a nuestras espaldas, estamos fortaleciendo nuestras habilidades para mantener la democracia desafiando a nuestros líderes. Aunque somos fanáticos de los cambios políticos rápidos que se asemejan a carreras de velocidad espectaculares, hemos llegado a un momento en el que necesitamos aprender a correr un maratón.

¿Cómo se ve eso? Esto significa luchar contra decisiones gubernamentales injustas en los tribunales, organizar campañas de defensa de la legislación correcta, monitorear (a través de las ONG) todas las esferas de la vida social y política, y tomar medidas cuando algo no está bien. También significa planificar el futuro adoptando las leyes necesarias para entrar en la Unión Europea.

Nuestro presidente podrá sea una estrella internacional con múltiples portadas en la revista Time, pero aun así debe servir a su pueblo. No votaremos esta primavera, pero no perderemos la oportunidad de recordárselo.

Este artículo fue publicado originalmente en Zócalo Public Square, un medio de Arizona State University Media Enterprise que conecta a las personas con ideas y entre sí.

Esta “Carta electoral” es parte de “¿Puede la democracia sobrevivir este año electoral?”, una investigación de Zócalo  que analiza los países que celebrarán elecciones en 2024

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es crítica, periodista y editora, que vive en Kiev, Ucrania. Es co curadora del festival de cine de la Semana de la Crítica de Kiev y está escribiendo un libro sobre la generación de creadores de cultura posterior al Maidan.


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