Donde dice fantasma, léase trauma, hartazgo, abandono, ira

Un lugar soleado para gente sombría

Mariana Enriquez

Anagrama

Barcelona, 2024, 232 pp.

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“Yo ya no estoy del lado de los vivos”, define la protagonista de “Mis muertos tristes”, el primero de los doce relatos que integran Un lugar soleado para gente sombría, el nuevo libro de la argentina Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973). Esa médica divorciada y sesentona, que no ejerce el oficio por falta de pasión, vive en una ciudad acosada por la inseguridad y los secuestros exprés, y no se anima a contarle a su hija que atrae a fantasmas aullantes (cuya venganza consiste en no dejar dormir a sus verdugos), es un personaje típico de Enriquez. En su literatura, extraño, friki, digno de miedo puede ser cualquier hijo de vecino, dadas las circunstancias.

Hay sitio para lo sobrenatural, pero lo inexplicable, lo hostil, lo alienante o macabro no deben buscarse muy lejos. A diferencia de los de la película El sexto sentido, los muertos de Enriquez saben que lo están y la protagonista asume la misión de apaciguarlos, comenzando por el espectro mudo de su madre (humillada y fallecida tras una tortuosa enfermedad), que la visita periódicamente.

La atmósfera del relato inaugural delinea un territorio en el que Enriquez brilla por derecho propio: el género de terror como forma de explorar problemas contemporáneos de las sociedades latinoamericanas y los bordes de algunas de sus heridas (la pobreza endémica, la memoria y cicatrices de las dictaduras, la violencia femicida, la corrupción, la precariedad de las instituciones y los efectos devastadores de la desinversión en servicios esenciales). Donde dice fantasma, léase trauma, hartazgo, abandono, ira; la literatura construirá la metáfora apropiada para expresarlos.

A esos monstruos de puertas hacia fuera, se suman los cuentos en los que lo siniestro es intrafamiliar y se expresa en la perversión de vínculos o sitios que ya no amparan. Síntomas de ello, la enfermedad mortal metida en la propia casa y usurpando la propia cama en “La mujer que sufre”; los padres que no quieren hacerse cargo de la hija con problemas mentales cuando afirma que tiene sexo con espíritus (“Julie”); el alcoholismo y suicidio maternos de “La desgracia en la cara” (el título parece un cuento de Onetti) como anticipo de otro mal desconocido, que amenaza con la desaparición paulatina de los rasgos del rostro de la hija.

Ya en Bajar es lo peor (1995), su precoz e impactante primera novela, Mariana Enriquez se animaba a tutear la sordidez y el horror poniendo en escena a un trío espectral de jóvenes curtidos en drogas y excesos, en la Buenos Aires noctámbula de mediados de los años noventa del siglo pasado. Descrita tiempo después por la autora como un mix entre Mi Idaho privado, la película de Gus Van Sant, y Entrevista con el vampiro, la novela de Anne Rice, ese debut marcaría algunas claves ahondadas en sucesivos libros hasta su consagración internacional con Nuestra parte de noche (Premio Herralde de Novela 2019) y la nominación de los cuentos de Los peligros de fumar en la cama para el Booker Internacional en 2021. Enriquez es hoy uno de los grandes nombres de la generación de narradores que se educaron leyendo a Stephen King y aprendieron de él a eludir las convenciones del género. Cada uno de sus libros (que Anagrama comenzó a publicar desde 2016) anticipa un fenómeno editorial esperado por miles de fans, que se promociona con fechas y apariciones de la autora como si se tratara de conciertos de rock.

Un lugar soleado para gente sombría justifica la expectación. El cuento que da nombre al libro sale de la Argentina. Enriquez afila en él la habilidad de generar y sostener un clima de suspense, mientras dosifica algo parecido al veneno lento de la desolación en estampas indelebles. La periodista que vuelve a Los Ángeles para investigar un femicidio, agobiada por el duelo de una historia de amor trágico, y ayuda a un yonqui a inyectarse en su única vena sana encarna un no retorno. La escena convence de que no se puede ir más allá en la soledad.

El temor a la locura y los cambios del cuerpo femenino vividos como una dimensión desconocida y atemorizante marcan diversos relatos. Para la protagonista de “Metamorfosis” es más extraño su climaterio que la idea de reimplantarse en algún otro sitio el mioma que acaban de extirparle; así el miedo freudiano a la mutilación promueve la conversión al transhumanismo. En “Los pájaros de la noche”, Millie, la afectuosa hermana de la narradora que ha pasado por el hospicio, miente compulsivamente y afirma que va a convertirse en ave. El personaje permite una vuelta de tuerca al recurso del narrador poco confiable: ¿qué creer de lo que cuenta quien repite lo que dice el que miente siempre?

Enriquez conjuga estos doce modos de nombrar el espanto en presente bajo cierto protocolo. Las historias están precedidas, salvo excepciones, por un epígrafe que desvela parte de su biblioteca (Adélia Prado, Anne Carson, Thomas Ligotti, Lydia Davis, Marjorie Cameron, Jack Kerouac, Richard Gavin…) y que anticipa el tenor del susto que deparan. A esas lecturas se suman los homenajes que inscriben a la autora en la tradición de otras latinoamericanas cultoras de la crueldad y lo enrarecido (la dupla violencia/ropajes del cuento “Diferentes colores hechos de lágrimas”, por ejemplo, evoca “Las vestiduras peligrosas”, de Silvina Ocampo, a quien Enriquez le dedicó el perfil biográfico La hermana menor, 2014).

Con urbes, periferias o zonas rurales como set de lo insólito, los cuentos de Un lugar soleado para gente sombría educan a los lectores en el arte amargo de perder. “Everybody’s losing someone” parece cantar Nick Cave en cada una de sus páginas. ~

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Poeta y periodista. Actualmente es Editora de Revista Ñ.


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