Por el camino de Land

El estilo de los elementos

Rodrigo Fresán

Literatura Random House

Barcelona, 2024, 716 pp.

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Cuando la “tempestad de la desmemoria” se cierne sobre el mundo, alguien se empeña en recordar. El virus del olvido se llama Nome y Land, el protagonista de El estilo de los elementos, desafía ese germen global rebobinando rostros, paisajes y episodios que ansía indelebles, acuñados en las tres Grandes Ciudades que lo marcaron. Son versiones de Buenos Aires, Caracas y Barcelona, los mapas vitales de Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963), padre de la criatura, escritor proustiano confeso y dichoso, que vuelve a zambullirse, en versión monumental de 716 páginas, en algunos de los temas que lo obsesionan: la complejidad de las relaciones paterno-filiales, el vínculo entre lectores y autores, la historia y su cruce con la experiencia personal y la escritura, tanto río y tanta sed todo el tiempo.

Apenas traspuesto el portal de las catorce citas que abren la novela, se nos cuenta eso que Land, mal que le pese al Nome (“abreviatura contracturada de No me acuerdo”), no olvidará: jamás quiso ser escritor, una vocación que sus padres, editores y fundadores del sello Ex Editors, pretendieron inocularle. Land se define como un lector. Absoluto, omnisciente, mágico y puro son algunos de los adjetivos que elige como medallas, mientras arma (y pierde) bibliotecas con curiosidad omnívora.

Emblema de esa pasión lectora es el título de la novela, que recrea The elements of style, manual de escritura de William Strunk Jr., remixado por E. B. White, que los padres le regalan una y otra vez al niño Land, quien lo pierde calculadamente.

Libro de voces (abundar sería destripar el misterio), El estilo de los elementos relata la educación sentimental de Land (infancia, adolescencia y madurez) con un narrador poco fiable por anfitrión, a veces observador y otras gozosamente metido en el lío. Toda la novela (en especial la tercera parte que presenta a Land adulto, ya afincado en Gran Ciudad III) es un ejercicio soberano de estilo que crece refutando y parodiando las fórmulas de la dupla Strunk/White.

Después de Melvill (definido como una personal historia de vampiros que entreteje las figuras opuestas y complementarias de Herman Melville, autor de Moby Dick, y su padre, Allan), El estilo de los elementos se propone como una novela de fantasmas sui generis. No solo porque Land se ganará la vida como ghost writer de autobiografías, sino también porque la novela se plantea como una partida de ajedrez con/contra el pasado a recobrar. “Ahí”, “Allá” y “Aquí”, los tres capítulos (llamarlos “movimientos” es sinfónicamente acertado: viajamos por la memoria y sus entretelas, donde nada está quieto ni fijo jamás), despliegan recuerdos, sueños, lecturas, deseos y azares que acompañarán al protagonista de urbe en urbe.

Gran Ciudad I (Ahí) se parece mucho a la Buenos Aires de fines de los años sesenta y primeros setenta del siglo pasado signada por la psicodelia y la efervescencia cultural. Land no duerme (li-te-ral-men-te) porque sus padres y El Grupo de ruidosos amigos que acampa en su casa cada noche viven de fiesta, hamacados por LSD y otras sustancias de moda.

Cualquier semejanza con la política argentina no es pura coincidencia y el autor la trabaja desde la mirada de un niño con la libertad de su incorrección política. Entre otras referencias se asoman el Primer Trabajador (Perón, tal como lo describe la marcha peronista), cuyo regreso, tras larga proscripción, se produce en junio de 1973; la izquierda revolucionaria y la necesidad de exiliarse para salvar el pellejo, cuando la represión y caza de “elementos subversivos”, orquestada por los paramilitares de la Triple A, empieza a ennegrecerlo todo. La dictadura hará del crimen un sistema.

Fresán le presta a Land episodios novelescos de su propia vida y compone un fresco que disfruta de la deriva en las panorámicas y en los primerísimos primeros planos: lo que Land piensa, sueña, escucha, intuye y teme caracteriza al personaje y también una época y sus consumos. De las golosinas a las lecturas (con Drácula como libro inaugural); desde los programas de la tele hasta el fijador de pelo azul con que pretenden domesticarle la melena. Y en paralelo, los tics de cierta intelectualidad latinoamericana, bohemia y militante. Para Land y “los hijos de…” leer será un refugio, una forma posible de resistir a la “originalidad” de sus mayores, siempre dispuestos a “abrazar el caos”.

Como mentor del chico oficiará el autor estrella de Ex Editors, César X Drill, un patchwork de distintos escritores reales: Oesterheld, Rodolfo Walsh, Quino y Paco Porrúa (legendario editor español que fue pareja de la madre de Fresán). Drill, autor de La Evanauta, cómic superventas, será quien le recomiende a Land libros y estrategias de supervivencia. La novela desgrana sus meditaciones, casi oraculares –“Así habló César X Drill (y así escuchó Land)”–, sobre los temas más diversos: el azar, la calvicie prematura, la mentira, la ficción, el valor de un libro sin fin como Las mil y una noches, la relación con sus padres, el miedo a la locura… Temas que volverán en ritornello en distintas ciudades y momentos del relato.

Gran Ciudad II (Allá) será el “nuevo mundo” de Land, entre los once y los dieciséis años. Todo es distinto: se habla de tú y no de vos y la gente vive como si nunca hubiera conocido la tristeza. “Aquí el puesto de El Primer Trabajador ha sido ocupado por el de El Último en Irse de La Fiesta.”

Es el tiempo de la montaña rusa del amor adolescente. Todo girará alrededor de lo que diga, calle, haga o grabe Ella (una de tres hermanas chilenas que llegan a vivir a su urbanización). La palabra comodín es “vaina”, que puede significar cualquier cosa, todas y ninguna. Será el escenario de la “Big Vaina” que ahondará la vocación lectora de Land y derivará en la pérdida de su segunda biblioteca (la primera la devora el exilio cuando emigra con sus padres, amenazados “por comunistas”). También los mayores mutan: pasan de “psicobolches” a “psychobolches”. Tal vez sea esa transformación lo que festejan, piensa Land: “Ese estar fuera de toda Historia que no sea la propia historia.”

En Gran Ciudad III (Aquí), Land es adulto y negro literario. El Nome llega de pronto, nadie sabe de dónde y se ensaña: provoca el olvido de la propia vida, pero la de los otros se recuerda con pelos y señales. Otra máxima de Drill ordenará el relato en el que reaparecen “los hijos de…” y personajes del pasado: “Tener una vida con estilo primero y después tener estilo para contarla. No hay más que eso. Eso es todo.”

La paternidad, comparte Fresán en la nota final, vale como invitación a volver a experimentar la película del propio crecimiento. Recordamos lo vivido a los cinco, a los siete, a los quince, a medida que los hijos conquistan esas cimas. Daniel, su hijo adolescente, es el responsable de la portada del libro, que sintetiza en un lápiz bicolor (rojo para corregir, azul para escribir una versión superadora) el afán y el oficio de editar(nos). Torrencial, tierna, irónica, obsesiva, elegante, llena de literatura, de música, de cine y de fantasmas, El estilo de los elementos ejercita la arbitrariedad inspirada con la que el artista brasileño Bispo do Rosário componía sus inventarios del mundo. “Esto es lo que yo vi”, parece decir. “Esto es lo que me mantuvo en pie.” ~

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Poeta y periodista. Actualmente es Editora de Revista Ñ.


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