Los griots –o djely– emergieron en el siglo XIII y eran (son) una suerte de juglares o bardos de los monarcas del Imperio de Mali. Eran los guardianes de la palabra, la historia y la memoria. Hoy los griots sobreviven como una especie de casta enfocada a la tradición oral y en la música. Entre ellos se encuentran algunas de las mejores voces e instrumentistas del continente africano.
Hoy y mañana (22 y 23 de marzo ) se presenta, en el Teatro de la Ciudad: La Noche de los Griots, evento que reunirá por primera vez en un escenario a cinco de los griots más importantes: el cantante, Kasse Mady Diabaté; el virtuoso de la kora, Ballaké Sissoko y el trío Da Kali, integrado por jóvenes de abolengo musical ya consolidados por méritos propios: Hawa Diabaté (voz), Lassana Diabaté (balafón) y Mamadou Kouyaté (n’goni).
“Ballaké ha desarrollado un estilo muy sensible, apasionado y virtuoso. Toca la kora como si fuera un colibrí sobre las cuerdas, con gran delicadeza, como una flor tropical. El contraste de las cuerdas sensibles y melódicas con la vitalidad del balafón va a ser una combinación divina”, dijo recientemente en una rueda de prensa, desde Londres, la etnomusicóloga Lucy Durán. “Y no hablemos de las voces de Kasse Mady y su hija, que están entre las mejores del mundo. Si hubieran nacido en Occidente habrían sido grandes cantantes de ópera; tienen un vibrato natural, una entonación absolutamente perfecta y una expresividad impresionante.”
Thomas A. Hale, experto en literatura y tradición oral africanas, ha escrito acerca de ambivalencia que existía hacia los griots: eran repudiados y respetados al mismo tiempo. Se les repudiaba porque eran vistos como oportunistas y vividores, pues por el solo hecho de haber nacido griots, el resto de la población tenía que ofrecerles regalos. Se les temía porque, como ha escrito la antropóloga Dorothea Schulz: “de ser necesario, los griots reacomodarían la historia de una jefatura, omitiendo los detalles menos dignos”. Un buen verso junto a una gran melodía podía destrozar o enaltecer la reputación a una persona; también podían moldear la historia a conveniencia
En muchos casos pre coloniales, los sepelios de los griots se hacían en los árboles baobab, por miedo a que sus cuerpos contaminaran el suelo y lo dejaran infértil. No se sabe con certeza, pero de acuerdo con los David C. Conrad y Barbara E. Frank, en su introducción a la antología Status and Identity in West Africa: Nyamakalaw of Mande, esta práctica podría estar vinculada al hecho de que practicaran las “ciencias ocultas” o estuvieran en aparente contacto con los espíritus.
En la actualidad el rechazo no llega al tanto como para que sean sepultados en un árbol, pero algunos sí son vistos como parásitos sociales, según describió Durán: “hay miles de griots en el mundo mandinga. No todos son buenos músicos ni tienen ese sentido de obligación de pasar el conocimiento y las habilidades musicales a la siguiente generación. Entonces, muchos griots sin talento pueden ir a una boda en la calle y, aunque no hagan nada, pueden extender la mano y pedir dinero. Las anfitrionas están obligadas a dar dinero simplemente porque es un griot”.
Por otro lado, un griot podía ser aclamado y querido por su destreza artística y la belleza de sus versos. La familia Diabaté es muy respetada, al grado de que, cuenta Durán, si uno viaja con Kasse Mady, no requiere llevar pasaporte para cruzar a los países colindantes con Mali. “En Kela (pueblo natal de los Diabaté) ellos son los dueños de la historia de Sundiata Keita (el fundador maliense), tienen mucho prestigio y cuando ellos hablan todo el mundo calla”. Los regalos para los griots queridos pueden ir desde la ropa que uno porta, hasta automóviles y casas. En un sonado caso, a la cantante Kandia Kouyaté le fue obsequiado un avión. Hale describe: “Los griots más talentosos viajan con los presidentes y fungen como portavoces. Cuando un gran griot muere, puede recibir un funeral de Estado o, como en los casos de Ban Zoumana Sissoko en Mali y Tinguizi en Níger, aparecer en un sello postal”.
Con el paso de los siglos, los griots se han adaptado a las distintas realidades sociales: enalteciendo a sus patrones durante la Edad Media, consolidando a los regidores locales durante la Colonia y legitimando los nuevos Estados independientes con la creación de nuevos mitos nacionalistas. En un texto de 1979, la musicóloga franco-estadounidense, Isabelle Leymarie, analiza cómo ha evolucionado el rol social de los griots, y describe cómo a fines de los setentas jugaron “un papel importante como validadores de estatus y agentes de comunicación entre los distintos grupos, y son por lo tanto el centro de la interacción social.”
Hacia las últimas décadas del siglo XX, el rol de estos bardos modernos se ha modificado. En principio, ya no escriben para a los líderes políticos (pues componer loas a un candidato presidencial o presidente elegido por la gente no es tan vistoso como hacerlo para un líder designado por “orden divina”) y, ante la abundancia de registros fonográficos y visuales, su rol como repositorios de la memoria también se ha debilitado. Pero, los griots han sabido moverse hábilmente en el escenario del capitalismo global. Entre fines de la década de los setenta e inicios de los ochenta, la novela Raíces (1976) de Alex Hailey, en la que exploraba el origen de la diáspora negra en Estados Unidos, puso (con connotaciones muy positivas) el término griot en el mapa cultural de Occidente. Al mismo tiempo, un nuevo nicho dentro del mercado musical (el famoso world music) emergió tras la explosión del reggae jamaiquino. Varios historiadores coinciden en que tras la muerte de Bob Marley (1981), la industria apostó por Kasse Mady Diabaté como su sucesor en el mercado; con ello, productores y músicos occidentales voltearon hacia la riqueza musical africana, generando intercambios culturales muy interesantes. Como ejemplos recientes están, entre los participantes en la Noche de los Griots, el del Trío Da Kali que grabó junto al Kronos Quartet un disco que saldrá en 2017 y Ballaké tiene un proyecto con el chelista francés Vincent Segal y otro con Jordi Savall.
Los griots más talentosos han hallado en el mercado global de la música un nuevo canal. Quizá es la industria la que se aferra a la idea tradicional de los griots, más que los griots aferrándose a sus tradiciones. Pero, independientemente de ello, persiste la música con todos sus simbolismos, sus historias y sus mitos.
Sociólogo, etnomusicólogo, periodista y DJ.