En la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas, el bloqueo contra la Agrupación Nacional (RN, por su siglas en francés) funcionó muy bien, incluso por encima de las expectativas de quienes lo materializaron. Las proyecciones de las encuestadoras que anunciaban una victoria de la RN convirtieron la segunda vuelta en un referéndum a favor o en contra de este partido de extrema derecha, en el cual dos de los tres polos se unieron por un instante contra el tercero. La RN y sus aliados, que lideraron en votos en la primera vuelta, quedaron muy por debajo del número de escaños que el Nuevo Frente Popular (NFP), la alianza de izquierda, obtuvo en la segunda vuelta.
Apenas se dieron a conocer los resultados, los líderes de los partidos de izquierda reclamaron inmediatamente el poder, cerrando rápidamente su capítulo anti RN y reafirmando su hostilidad hacia la antigua mayoría. Olivier Faure, primer secretario del Partido Socialista (PS), como si nada hubiera pasado, volvió a equiparar el “ultraliberalismo” de los macronistas con el “fascismo” de RN.
Así, Francia ha vuelto a la situación política creada tras la segunda vuelta de las elecciones legislativas de 2022, caracterizada por una tripartición de las fuerzas políticas: izquierda/centro/RN. La única diferencia es que ninguno de los tres polos domina claramente a los otros dos, y que esta vez lidera el polo de izquierda –dentro del cual el partido más votado es Francia Insumisa (LFI)–.
En estas condiciones, ninguno de los tres polos podrá obtener una mayoría para gobernar, pues cada uno es rechazado por los otros dos. La situación, ya muy difícil antes de las elecciones, ahora está marcada por un bloqueo sin perspectivas políticas discernibles.
En estas circunstancias, se puede lamentar nuevamente que después de las elecciones de 2022 y la instauración de la tripolarización resultante, los partidos políticos no hayan cambiado el sistema electoral. De hecho, en esta estructura, el sistema mayoritario de dos vueltas, diseñado originalmente para producir mayorías absolutas, lo cual era posible mientras el sistema estaba bipolarizado, ahora solo produce mayorías negativas. En un sistema tripolar, puede evitarse la formación de un gobierno (con un voto en contra), pero no facilitarla (con un voto a favor).
Por eso, habría sido necesario establecer un sistema de representación proporcional que no solo asegurara una representación equitativa de las fuerzas políticas en la Asamblea, sino que además, en una concepción parlamentaria del funcionamiento del régimen de la Quinta República—según lo indicado en la carta de la constitución y no en su práctica gaullista—pudiera facilitar la formación de un gobierno en la actual situación de desaparición de la bipolarización. Así, un partido no estaría obligado a formar alianzas electorales antes de la primera vuelta o entre las dos vueltas para mantener o ganar escaños. Su autonomía estratégica le permitiría, después de los resultados de la única vuelta, centrarse únicamente en la formación de un gobierno, una tarea crucial.
El problema es que, aunque los líderes de los diferentes partidos parecían converger en la noche de la segunda vuelta al afirmar que de ahora en adelante el juego se desarrollaría en el Parlamento, y parecía cundir el rechazo a la república presidencial, muchos conservaban aún los reflejos de esta república, especialmente en la izquierda, dentro del marco de la bipolarización de las fuerzas políticas.
Este fue especialmente el caso de François Hollande, elegido en Corrèze, para quien no había nada que ganar más allá de la izquierda y exigía, al igual que Jean-Luc Mélenchon (líder de FI) y (con matices) Marine Tondelier (líder del partido Los Verdes), la formación de un gobierno de izquierda y la aplicación completa de su programa, sin siquiera mencionar su posición minoritaria en la Asamblea.
Por ello, no está claro que la adopción de la representación proporcional llevaría a un verdadero funcionamiento parlamentario de nuestro sistema político. Sin embargo, al menos podría facilitar a largo plazo el retorno de una cultura parlamentaria basada en el arte del compromiso en lugar de la confrontación. La propia Asamblea debería abordar este tema antes de cualquier disolución potencial, que no puede ocurrir antes de un año.
El éxito del bloqueo contra RN tendrá un costo que debilitará aún más nuestra democracia. Por un lado, los electores de RN y sus aliados solo pueden sentir frustración y resentimiento contra el sistema político, a pesar de que RN ahora es el principal partido en votos, si no en escaños. Recordemos que este partido atrajo a una parte importante de las capas populares. Además, el hecho de que el primer ministro haya votado por los candidatos de LFI y que el grupo parlamentario de este partido sea el principal grupo de izquierda en la Asamblea, mientras que Jean-Luc Mélenchon es la personalidad más ampliamente rechazada por los franceses, solo puede dar una imagen negativa de una democracia en la que, para evitar un mal, nos estrellamos con otro peor.
Los partidos ahora pretenden devolver al Parlamento todo su poder. Pero, ¿están realmente dispuestos a jugar el juego del parlamentarismo? ¿Están listos para construir mayorías “para” en lugar de mayorías “contra”, y para tener como objetivo principal la formación de un gobierno con suficiente respaldo parlamentario para poder gobernar a largo plazo? ~
es politólogo y director emérito de investigación en el Centre national de la recherche scientifique (CNRS) de Francia.