Un escritor bajo asedio. Cada libro que publica es leído con lupa. Por si fuera poco, el que asedia, el que lee, no es cualquier lector. Adolfo Castañón es uno de los grandes lectores mexicanos. No solo por el ingente volumen de sus lecturas sino por la calidad de su ojo lector.
En los últimos treinta años casi todos los libros que ha publicado Gabriel Zaid (con excepción de El poder corrompe y Mil palabras) han encontrado en Adolfo Castañón su lector atento, el tipo de lector que lee con un lápiz en la mano, que subraya y toma notas de su lectura, que no solo lee sino que dialoga y discute con lo leído.
Adolfo Castañón es un lector crítico. Es un privilegio (y una responsabilidad para el autor asediado) saber que cada libro que Zaid publica encontrará en Castañón a su lector atento. Algo busca Castañón en Zaid más allá del goce de la lectura de un autor inteligente. Busca algo que no se muestra a simple vista. Algo oculto. Algo que no es obvio para el común de los lectores. Busca, ni más ni menos, que descifrar a Zaid, encontrar la clave que lo explique, poner al descubierto su filosofía, desentrañar su método.
Treinta años de asedio reúne Algunos giros para Gabriel Zaid (Bonilla Artigas, 2024). Dieciocho textos (ensayos, artículos, reseñas, cartas, invocaciones) de Adolfo Castañón en torno a la obra de Gabriel Zaid. Dieciocho giros en torno a la fuente luminosa. Palomilla alrededor de la flama. Y todos con un fin: saber qué demonios quiere decir Gabriel Zaid en su obra. Qué nos quiere comunicar. A despejar ese misterio se ha abocado Castañón, como también lo ha hecho con Michel de Montaigne (Por el país de Montaigne), Alfonso Reyes (Reyes, caballero de la voz errante), George Steiner (Lectura y catarsis), Octavio Paz (Tránsito por Octavio Paz), Carlos Monsiváis (Nada mexicano me es ajeno), Juan José Arreola (El reino y su sombra) y Alejandro Rossi (Algunas tardes con Rossi).
Dieciocho giros alrededor de la obra de Zaid. El mejor de nuestros críticos examina la obra de “la figura crítica y poética más rica y compleja del México en el siglo XXI”. Un libro repleto de atisbos e intuiciones críticas. Un gran lector frente a otro. La promesa de un gran banquete intelectual.
Una de las misiones de un auténtico crítico es desvelar el sentido de la obra de un autor. El asunto se complica si el autor analizado es poeta y crítico literario y crítico del mundo editorial y crítico de la economía política y sociólogo de la cultura y filólogo e historiador y crítico de la administración y del saber universitario y crítico de la religión y además un agudo polemista.
¿Existe un método Zaid? ¿Persigue Zaid un fin único o la diversidad es su insignia? Sobre todo es extraño que se hable de desentrañar el sentido, como si este estuviera envuelto en el misterio, cuando la obra de Zaid rezuma transparencia, sentido común, claridad y precisión. ¿La claridad de su prosa es una cortesía con el lector o una luz que impide ver detrás de la fuente luminosa? Se dice que Zaid es un autor moral, pero no es un moralista. Se afirma que apuesta por la claridad, pero su obra es abundante en paradojas e ironías. De su obra se comenta su optimismo razonable, pero al mismo tiempo se señala su talante crítico, ¿se puede ser un crítico optimista?
El de Castañón es un asedio, una búsqueda constante de sentido. Se pregunta el crítico: “¿Tiene un sistema Gabriel Zaid o solo es dueño de una forma categórica de pensamiento que le permite buscar la verdad en cualquier terreno? ¿Y si lo tiene: en qué consiste?” Castañón arriesga una respuesta, se trata de “una poética generalizada, una filosofía fundada en el saber literario”. ¿Y cuál es esa filosofía? ¿Se trata de un sistema formal? Según Castañón, Zaid pertenece al linaje de los poetas-filósofos. ¿Es Zaid un filósofo o un pensador? Castañón afirma que Zaid “ha sido capaz de crear su propia teoría, su propia filosofía poética”. El asunto, me parece, no es tan claro como lo reconoce el mismo Castañón: “la identidad misma de su pensamiento… de tan transparente y obvio no siempre es tan manifiesto”. Aunque más adelante parece contradecirse: “No se le puede llamar enigmático porque lo suyo es precisamente la claridad”. ¿Se trata de un filósofo a la manera de Antonio Machado en su Juan de Mairena? ¿De un filósofo de intuiciones como Pascal en sus Meditaciones? Castañón señala como fuentes de su pensamiento a Max Weber, Louis Dumont, Ivan Illich, Sören Kierkegaard, Friedrich Nietzsche, Platón, la Biblia. En otro de sus ensayos Castañón se vuelve a preguntar “si este conjunto de ideas forma o no un sistema o si su discurso comporta un método”. A lo que el mismo Castañón responde: “no podemos arriesgarnos a llamarlo un sistema filosófico… lo cohíbe la escolástica diplomada… sí es preciso decir que enuncia y denuncia unidad orgánica”. ¿Y cuál es esa unidad que Castañón ve en una producción tan diversa? ¿Se trata de un saber metafísico? No parece serlo ya que Castañón, lector agudo, afirma que “la contribución más señalada de Gabriel Zaid a la cultura hispanoamericana es de orden moral y ética”. ¿La suya es una filosofía o una poética? Y si es una poética, ¿puede hablarse de una poética moral? Igualmente problemático resulta cuando Castañón sostiene que Zaid es un autor “comprometido con la verdad”. ¿Con cuál verdad? ¿Es el de Zaid un saber humanístico, un saber literario, un saber filosófico, un saber sociológico? ¿Qué une o caracteriza este haz de saberes?
Uno de los ensayos más atractivos del libro de Castañón sobre Zaid es el más breve de este volumen, titulado “Los grafitos”. Castañón glosa el texto de Zaid dedicado a la práctica de pintar paredes. Zaid vincula esa actividad con la pintura de las cavernas; Castañón encuentra en ese ensayo de Zaid “elementos para reconstruir el método, el camino intelectual y crítico de Zaid”. Si no una filosofía ni una poética, Castañón encuentra un método mediante el cual Zaid abordaría las (múltiples) temáticas que abarca su obra. “Ese método… su raigambre conceptual parece remitirlo todo y siempre al cuerpo, al propio cuerpo”. La forma de acercarse de Zaid a la comprensión del mundo es a través de la lectura. Y leer para Zaid, según Castañón, es “abrirse al otro”. Esto parece sugestivo pero en realidad es confuso. ¿Utiliza ese método para hacer su crítica de la economía política, para hacer la crítica del militarismo en tiempos de López Velarde? ¿Ese método de “abrirse al otro” en la lectura de qué forma se aplica?
El asedio de Castañón a Zaid, luego de leerlo por décadas, arroja verdades ambiguas. Si todo remite en su obra al cuerpo (más aún: al cuerpo propio), ¿puede hablarse de un saber moral? En otra parte Castañón dice que advierte en la obra zaidiana “la conciencia dramática de que la verdad depende del género literario”, afirmación que, debo decirlo, me rebasa. Afirma que de Los demasiados libros se despende una “contribución para armar… una nueva ecología de la mente humana” (¿?)
La claridad de la escritura de Gabriel Zaid no se resuelve en este libro en una claridad conceptual por parte de Adolfo Castañón. Se trata de un libro pletórico de intuiciones que no cuajan en una idea bien construida. La raíz metafísica que menciona en relación a su poesía no se desarrolla. Finalmente, leyendo este volumen, no se si la de Zaid es una filosofía, una ética, una metafísica o una reflexión nacida del cuerpo. La metodología que anuncia Castañón haber encontrado no alcanzo a distinguirla.
A pesar de estas observaciones críticas, el libro de Castañón, como objeto literario, es muy atractivo. Apunta a muchas dianas sin concentrarse en ninguna. La prosa de Castañón es muy rica en sentidos que no se desarrollan. No hay concentración, hay giros en torno a la obra de Gabriel Zaid. ~