En El álbum blanco (1979) Joan Didion escribe: “Solemos vivir, en especial los escritores, bajo la imposición de una línea narrativa que ordena imágenes dispares y a través de una serie de ideas con las que hemos aprendido a congelar la cambiante fantasmagoría que constituye en realidad nuestra experiencia.” Estas líneas resumen el conjunto de sus reflexiones inspiradas en los acontecimientos, las relaciones y los fenómenos que observó durante la época a la que Bob Dylan le cantó “The times they are a-changin’”.
Al proponer esta distancia con la obsesión intelectual de entender el mundo y la propia época, la escritora norteamericana parecía resignarse a la posibilidad de que lo que nos rodea carezca de sentido o bien que no pueda ser interpretado de forma inmediata. En No contiene armonías, la poeta y ensayista Tedi López Mills trata, como Joan Didion, con las imágenes, las ideas cambiantes y la narrativa de su época, pero además con el lenguaje poético.
Al inicio de la lectura es fácil pensar que la discusión poética que la ensayista propone tiene que ver con el estilo. Nos dice claramente que no aspira más que a revelar la realidad objetiva: “El mundo objetivo debe ser lo único presente en / un poema, declara el autor del ensayo.” Sin embargo, conforme avanzan las secciones, la voz poética nos revela, como en otros de sus libros inteligentes y brillantes (pienso en Amigo del perro cojo o en Libro de las explicaciones), que lo que ocurre en la forma de la poesía es capaz de provocar el esclarecimiento de las ideas; que lo que ocurre en la superficie transforma el fondo. Como en otras de sus obras, la premisa formal parece orientar la lectura hacia un mundo extravagante y, en apariencia, desprovisto de furia pero rebosante de perplejidad.
En No contiene armonías, el eje temático son las relaciones: entre hombres y mujeres, entre mujeres y mujeres, entre un colectivo y el líder (la “mujer hermosa” en este caso), entre las partículas de “material humano” que se desviven por pertenecer, siempre por pertenecer a la masa. Es fácil reconocer algunas de las imágenes epocales a las que hacen referencia algunos de los poemas: “Ella lo denuncia. / Él la remeda. / Se van a abrazar cuando esto termine. / Ella saca a relucir su vanidad moral. / Califiquemos los actos ajenos de una vez por todas. / La madre, el padre, las dos hijas y los dos hijos: / posando en la sala a principios de la semana. / La anécdota empieza con el primer pleito. / Ella presume sus virtudes por naturaleza. / Él tala la fronda. / Estuvo sentado él con señores de más de cincuenta años. / Se acendró la pureza de su ideología. / No se anden suicidando, amenazó ella.” En todo el poemario no existen los nombres propios ni lo que podríamos llamar rasgos contextuales de una sociedad. Desprovistos de ellos, la época habla a través de las líneas que pronuncian estos personajes. Siempre Él o Ella.
Hacer crítica de una sociedad es, parafraseando a Didion, buscar ordenar imágenes que, sobre todo en momentos de fricción, resultan demasiado álgidas incluso expuestas a través del retrato literario. En los poemas de Tedi López Mills no se mencionan las palabras “feminista”, “me too”, “punitivismo”, “deconstruido”, “aliado”, pues aparecen reflejados en las imágenes y en los tipos que, aunque parezca un mal chiste, han sido deconstruidos en las páginas de este libro cuya preocupación gira en torno a las voces, más que a las acciones. Aparece representada una sociedad espejo de la nuestra en una especie de performance donde lo importante es que cada cual diga sus líneas. El último de sus poemas, el más extenso, presenta a una ¿persona? perpleja y confusa mientras intenta no quedarse atrás en una representación en la que lo esencial es poder arrojar una piedra antes que ser alcanzado por los proyectiles ajenos: “A punto de llegar al nuevo recinto nos topamos con / el amigo de antaño ahora proscrito. / Nos solicitó que interviniéramos a su favor con los asistentes. Pero en el nuevo recinto nadie habla por nadie. / Los proscritos se esconden tras los tambos que / se alinean en las afueras como estatuas. / En una hora sospecho que me van a asignar otro deber. / Las piedras que pateamos ayer quedaron / desperdigadas en los bordes; me pediste que / no volteara a verlas.”
Lo que salta a la vista cuando atendemos esta crítica inscrita en la poesía es que, desprovistos de una narrativa (del chisme, sus personajes y sus evoluciones), la crispación de una sociedad solo es angustia colectiva. Los “proscritos” se esconden; las y los que no quieren sufrir el mismo destino se esmeran por no desentonar. En una creación literaria donde los hechos han cedido frente a las voces, aquello que ofrecen los temerosos de quedar fuera de la masa (o, peor, enfrentados a ella) son sus líneas de diálogo. Pronto ya no es un conflicto entre Él y Ella, pues el miedo recorre a todos los asistentes al “nuevo recinto”, que leen un “manual de coyunturas”; Dios y patria vuelven a ocupar las mentes; autoridad y vigilancia cobran forma de nuevo: “Hoy ya es mañana al mediodía y un asistente / me pide la hoja blanca con las tres respuestas. / Me pregunta si un ingeniero es superior a una persona.”
En la sección IV, la autora centra el motivo poético en una serie de cartas: “Señala que se omitirán los nombres en las misivas / Pone debajo de cada nombre el conflicto o el concepto o la premisa / Define la categoría del lenguaje que va a emplear: / formal, informal, íntimo / Piensa que las misivas no deben seguir un orden acorde con los hechos, sino con las emociones”. En estos poemas, dirigidos a la amiga, el amigo y un abogado, la voz transmite aflicción, confusión o miedo. Sin embargo, lo que develan estos poemas es la condición crítica del lenguaje: aunque resulte extravagante la construcción de las atmósferas (“Voy a retocar mis modales. Ni una respuesta de más en el molde de la mueca”), las emociones y las ideas se transmiten con la misma eficacia: “[…] La amabilidad destruye a la realidad. / Si llegas de invitada a una casa, de ninguna manera / hables de ti misma: / pregunta acerca del clima, de la familia, elogia / los muebles, menciona las flores, comenta algún acontecer. / Retírate a buena hora: cuando suene la campana de / otra costumbre.”
De esta forma, el lenguaje pone en entredicho la naturaleza del mundo que nos rodea, los objetos a los que el libro, en principio, sostiene que hará justicia. Y es que precisamente una de las características de la poesía de Tedi López Mills es la paradoja, una rebeldía interior que emprenden sus obras y que devela un hondo compromiso con la libertad radical del trabajo literario: escuchar el hallazgo, seguirlo, casi encaminarlo para permitir, al final, que la creación se libere de la mano que la empuja. La autora menciona en la introducción la posibilidad de que este sea su último poemario. Si ese fuera el caso, estamos ante un hermoso libro dueño de una brillante y aguda discusión sobre el lenguaje y la fantasmagoría de la experiencia. ~
(Ciudad de México, 1982) se define como "onirista". Por su segundo libro de poesía, Tránsito (Fonde Editorial Tierra Adentro, 2011), obtuvo el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer.