Allanamiento Lite

El “Allanamiento Lite” es la ideología perfecta de una sociedad de consumo en la que se ofrecen productos para satisfacer todos los gustos, pero en la cual la única jerarquía estable es la del precio.
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Debería ser ya del todo evidente, aunque no lo parece, que si todo el mundo es excelente la excelencia no tiene sentido, pues el propio vocablo se usaba para destacar a unos cuantos individuos de dotes o cualidades excepcionales, o bien a unos que alcanzaron hitos que otras personas ni siquiera han estado cerca de lograr. Lo mismo ocurre con la belleza: si todo el mundo es bello el término no es necesario. Lo notable de este gran aplanamiento es que, si bien se ha convertido en el proyecto moral (por no decir imperativo moral) de las clases gestoras profesionales, y se inscribe en relación sinérgica con la absoluta representación de todos los grupos –más o menos según su cuota demográfica en cada sociedad–, se rehúsa paradójicamente a desprenderse de voces como belleza y excelencia.

Indudablemente ya no se permite que estas palabras permanezcan sueltas. Ahora vienen acompañadas de modificadores, como la excelencia “inclusiva”, y la reivindicación de que todo el mundo es bello… “a su manera”. Sin embargo, muy pocos exigen que dichos términos sean rechazados enteramente. En ese sentido, el modelo es más sentimental –el del moralista capitán Bowdler, decimonónico expurgador de las pizcas deshonestas en Shakespeare– que revolucionario, en el sentido de movimientos cuya iconoclasia fue genuinamente subversiva, como el de los puritanos ingleses que destruyeron la estatuaria de las iglesias en el siglo XVII o, más recientemente, el de los Guardias Rojos chinos. Es la versión “lite” de ese allanamiento, por lo cual su efecto más importante ha sido el del embrutecimiento cultural y la devaluación de los referentes no solo en las humanidades y las ciencias sociales, que ya son causas perdidas, sino asimismo y cada vez más en la medicina y las ciencias puras.

¿Y por qué no? El “Allanamiento Lite” es la ideología perfecta de una sociedad de consumo en la que pretendidamente se ofrecen productos para satisfacer todos los gustos, pero en la cual la única jerarquía estable es la del precio. El ignominioso secreto del capitalismo de consumo es que solo vale la pena adquirir una cantidad relativamente exigua de cosas que satisfacen necesidades no inventadas por redactores publicitarios, o que procuran algún placer no maquinado, como el de los alimentos con jarabe de maíz de alta fructosa, los cuales solo son deliciosos en el sentido dado a la adicción a las drogas; de igual modo, el secreto ignominioso de nuestros falsos iconoclastas modernos es que muy pocas personas son bellas, y son aún menos las personas cuya obra es lo bastante buena para merecer el calificativo de excelente. Pero afirmarlo supondría abrir la puerta a lo trágico, a la constatación de que la mayoría no somos excelentes y nunca lo seremos, e incluso los que somos al menos apuestos –excluyamos la belleza–, advertiremos cómo nuestro aspecto se va estropeando al envejecer.

El envejecimiento y la mortalidad están en la médula de todo esto. Si todos somos bellos, el humano deterioro puede tenerse por expresión de una falsa conciencia opresiva y no por el destino inevitable de todas las personas. Y si todos somos excelentes, entonces el hecho –que comprendió Freud, a diferencia de Judith Butler– de que la suerte compartida de las limitaciones humanas y la infelicidad cotidiana no son nuestro sino, y más bien nos vienen impuestas por diversos sistemas opresivos que no alcanzan a reconocer la excelencia de cada cual, el reconocimiento pasa de ser una distinción que muy pocos consiguen merecer a un derecho cuya privación es preciso entender fundamentalmente como una injusticia que urge reparar.

Pero ello solo es posible si la autenticidad o congruencia, y la sinceridad o franqueza –Lionel Trilling sostuvo desatinadamente su incompatibilidad–, son el único criterio reconocido para medir los logros, y se presupone que la aprobación es incondicional, casi como si fuera el deber de asistencia esperable en el seno familiar. No sorprende, por tanto, que las novelas actuales sean casi todas, de uno u otro modo, autobiografías, ya sea la propia o la del grupo sociológico o demográfico; y lo único que los editores advierten a los escritores es que no escriban sobre colectivos a los que no pertenecen. La imaginación en la literatura y en las artes visuales occidentales está, por supuesto, viva y coleando. Pero se expresa en buena medida bajo la guisa de la denuncia del orden establecido o de sueños hechos realidad de un modo u otro, lo cual sirve para explicar el auge de la ciencia ficción utópica en su variante izquierdista militante; en la era de Putin, Xi, Modi y Donald Trump, la gran frase de Delmore Schwartz, “En los sueños comienzan las responsabilidades”, se transforma en “En los sueños comienzan las irresponsabilidades”.

Publicado originalmente en el blog del autor.

Traducción de Aurelio Major

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David Rieff es escritor. En 2022 Debate reeditó su libro 'Un mar de muerte: recuerdos de un hijo'.


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