A paso de cangrejo es el más reciente título de Umberto Eco, una compilación de notas periodísticas publicadas en Italia entre los años 2000 y 2006, más algunas conferencias. Los temas principales de estos “artículos, reflexiones y decepciones” son tres: política internacional, Berlusconi, la sociedad multiétnica y mediática; a éstos se suman notas culturales diversas. El título alude a un autor ficticio, Crabe Backwards, aparecido ya en otro libro anterior, La bustina di Minerva (2000), quien calificaba a la reinante “tecnología ligera” de retroceso. En sintonía con él, Eco traslada la metáfora a la política y la sociedad mediática, con todos sus engendros, el populismo en primer lugar. En un sinnúmero de fenómenos reconoce el paso crustáceo de la sociedad –signo inefable del desandar. Según esto, “se vio claramente que avanzábamos hacia atrás después de la caída del muro de Berlín”; “después de los cincuenta años de guerra fría, los casos de Afganistán y de Irak nos retrotraen triunfalmente a la guerra real o guerra caliente […] y nos ofrecen un nuevo episodio de las Cruzadas con el choque entre el islam y la cristiandad”; además de que “han reaparecido los fundamentalismos cristianos, que parecían propios de la crónica del siglo XIX”, “ha surgido de nuevo el fantasma del peligro amarillo”, etcétera (p. 13).
Con estos artículos, Eco desea mostrar una colección suficiente de fenómenos –es decir, de hechos– que sepan justificar el (pesimismo del) título: ¡en lo histórico venimos avanzando de un tiempo a esta parte hacia atrás, como los cangrejos! El profesor Eco se queda con la impresión de que la historia, fatigada de avanzar, prefiere ahora replegarse sobre sí misma. Tal pareciera que no alcanza a descubrir que lo ha devorado su propia teoría hermenéutica: los hechos duros se anteponen a las interpretaciones, asevera. Y se acepta. Pero esto es un libro, la simple reescritura y lectura de los hechos, su interpretación. Eco sostiene aquí, pues, que los hechos de los últimos años son un retroceso. Pero puesto que a los hechos les importa un bledo el devenir de la historia, en realidad es él quien los interpreta de tal modo que pueda alegar el susodicho retroceso. Compartir su lectura del retroceso es una ingenuidad simplona, una mera condescendencia. ¿Que hay guerras “calientes” después de la Guerra Fría? Claro. ¿Qué ingenuo pensó que cesarían? Ello no significa empero que hayamos retornado a un estado anterior al alcanzado con la caída del Muro.
Por su lucidez, las páginas sobre el populismo ameritan una revisión. Eco analiza con minuciosidad el amasiato casi burlón que Berlusconi consiguió entre política y medios masivos de comunicación, para, desde su península, entregar al mundo un fenómeno digno de ser calificado como “populismo mediático”. Eco argumenta contra la noción de “voluntad del pueblo”: “el pueblo como expresión de una única voluntad y de unos sentimientos iguales, una fuerza casi natural que encarna la moral y la historia, no existe” (p. 148). El populista quiere ver en la plaza, en los sondeos o en los telespectadores la voluntad del pueblo, y de inmediato identifica sus proyectos con ese supuesto querer común. Luego, si triunfa, lo manejará a su antojo para servir a sus intereses. (Estas reflexiones pueden enseñar algo al lector mexicano, sobre todo tras las recientes supuraciones populistas en ciertos sectores, aunque el autor quiera diferenciar los populismos del Tercer Mundo de este otro, más refinado y elaborado.)
Por otro lado, Eco desanuda con tino la maraña conceptual, próxima a la ambigüedad, que pulula en toda aproximación a las desviaciones musulmanas de hoy: integrismo, fundamentalismo, terrorismo, racismo… “El fundamentalismo está vinculado a la interpretación de un libro sagrado”; “se entiende, en cambio, por integrismo una postura religiosa y política por la que los principios religiosos personales tienen que convertirse al mismo tiempo en modelo de vida política y fuente de las leyes del Estado” (pp. 230 y 231). El integrismo islámico, en su mayor parte, no puede ser considerado racista porque se basa en una pertenencia religiosa, no en una raza. Quedan establecidas pues algunas distinciones útiles para volver a la discusión, que teje a lo largo de diferentes artículos.
Entre la miscelánea cultural destacan tres ensayos. “A hombros de gigantes”, acaso la mejor pieza del volumen, es un comentario inteligente al refrán Enanos sentados sobre los hombros de gigantes. Eco distingue diferentes momentos históricos y sus respectivas tribulaciones en la historia de la innovación, del respeto a la tradición, y estudia el equilibrio sano entre ambos. En “Cómo hacer un contrato con los romanos”, Eco recupera un libelo que Quinto Tulio Cicerón escribiera para uso y beneficio de su hermano Marco Tulio, cuando éste presentaba su candidatura al consulado. El redescubrimiento de estas estratagemas retóricas es espeluznante en tanto ciertas afinidades y semejanzas han llegado incólumes a nuestro milenio y nuestras geografías. En el ensayo “Del juego al carnaval”, Eco diferencia el concepto de lo lúdico (recuérdese a Daniel Bell, a Gilles Lipovetsky) de lo carnavalesco. Y acusa al hombre contemporáneo de haber convertido el mundo del trabajo en un carnaval, desde el deportista profesional que finge un foul, hasta el empleadillo que hurta minutos a su trabajo para navegar por internet. “Como somos criaturas lúdicas por definición, y hemos perdido el sentido de las dimensiones del juego, vivimos en la carnavalización permanente”
(p. 96).
El tono de Eco es repetidamente engreído. Ya en el preámbulo se ufana de haber vaticinado la aparición del iPod, y más adelante se reconoce más ilustrado que Gianni Vattimo, por ejemplo (pp. 12, 88). A ello añadamos que resulta difícil perdonarle a un hombre con más de treinta doctorados honoris causa la vulgaridad. En ocasiones, Eco es muy corriente. No quiero exagerar ni calificar estos ejemplos de faltas graves, pero no son recursos indispensables para el bienestar de sus opiniones. Lamento, pues, que no haya quitado el tizne de esas páginas. Por otro lado, cuando ensaya su veta de humorista (pp. 341-355), sale reprobado, a no ser por la reseña de un congreso teológico ficticio sobre Berlusconi. Esto respecto del tono.
Sobre el contenido diré que alguna opinión desconcierta por su candidez y falta de argumentación –imperdonable para un filósofo–, como cuando se manifiesta a favor del derecho al suicidio siempre que el porcentaje de suicidios se mantenga en cifras insignificantes (p. 119), por recuperar tal vez el ejemplo más preocupante. Como analista del contexto político internacional del momento, Eco no se mueve más allá de los lugares comunes. Se esperaría una mirada más perspicaz. Él quisiera dar otra impresión cuando, ya en el primer texto, acuña términos como paleoguerra y neoguerra. Pero la multiplicación de vocablos, cuando no arroja luz fresca, ocasiona un mazacote.
Es necesario pronunciarse también sobre la edición para no imputar al autor cargas debidas a la casa editorial. Los textos y, de resultas, la compilación, son un diálogo sostenido ante todo con los italianos. Al menos una cuarta parte del libro está dedicado a Berlusconi, algo que, si bien puede divertir –o aterrorizar–, interesa más bien poco a los lectores hispanoamericanos. La casa editorial debió considerarlo antes de pagar la traducción al castellano, y optar por una recopilación acorde a su público que aligerara el volumen. Pero éste no fue el caso, y son muchas las páginas cansinas que encontrarán los lectores no italianos.
El lector podrá comulgar con el pesimismo del profesor Eco y, en este caso, se identificará con el cangrejo de la historia. Pienso, sin embargo, que las opiniones recogidas en este tomo nos sitúan ya un paso adelante de donde estábamos antes de su aparición. Si no, ¿para qué perder el tiempo pensando, escribiendo, publicando, leyendo…? ~
Doctor en Filosofía por la Humboldt-Universität de Berlín.