Foto: Casa de América.

Rima Góngora con el Rímac: poética de Carlos Germán Belli

El poeta peruano Carlos Germán Belli, fallecido el pasado 10 de agosto, construyó un paisaje y una dicción de progresiva complejidad, entre el anacronismo, la extravagancia y la experimentación.
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Una de las primeras apariciones de la poesía de Carlos Germán Belli (1927-2024) en la escena mexicana ocurrió en las páginas de Plural, número 48, correspondiente al mes de septiembre de 1975. Especulo que los buenos oficios de Julio Ortega o de José Miguel Oviedo, asiduos colaboradores de los proyectos editoriales de Octavio Paz, colocaron en la mesa de redacción de la revista una serie de poemas de su paisano. Perteneciente a la Generación del 50 –la de Blanca Varela, Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, entre otros–, Belli es un autor de hostiles y escurridizas complejidades a la hora de intentar una clasificación de su propuesta lírica o de sondear las arenas movedizas de una escritura que alterna materias verbales discordantes y, a menudo, excluyentes: la retórica barroca del Siglo de Oro con el habla popular de Lima, el vocabulario de ciertos postmodernistas acoplado a las divagaciones excéntricas del surrealismo, por ejemplo.

En la portada de aquella edición de Plural,el nombre del poeta peruano comparte créditos con otros dos poetas, los mexicanos Jaime Sabines y Homero Aridjis, quienes también están presentes con una página completa dedicada a su poesía. Las cartas credenciales que allí muestra Belli son dos poemas, “Bodas de la pluma y la letra”, de un aire parnasiano socarrón, melódico y barroco, y “Donde empieza la gordura”, una pieza que coquetea con la escritura automática, hipnotizada en este caso por el Hamelín del verso alejandrino. El primero concluye con esta estrofa: “Allá en el arcano trazar una letra,/ y tal olmo y hiedra con ella enlazarse,/ dos esposos nuevos muy frenéticamente,/ en la nupcial cámara ya no frigorífica,/ y la áurea letra/ escribirla al fin con pluma negra”. En tanto, el segundo abre con esta artillería de imágenes y de ritmos: “No flaca acá, no, mas solamente gordas,/ igual que aquél y el otro vivo o inanimado,/ el peso acumular sobre la superficie/ del liviano papel inmaculado al máximo/ y al fin por una vez/ ocupar este espacio por los dioses guardado”.

Trato de imaginar las impresiones y los posibles comentarios a los poemas de Carlos Germán Belli. Me atrevo a considerar que Gerardo Deniz los leyó con una sonrisa mefistofélica, sonrisa de oreja a oreja de aprobación y complicidad. ¿Reaccionaría de la misma forma Francisco Cervantes, poeta que gustaba de actualizar cantares de otros tiempos? Doy por descontado el interés de Paz, cuyo gusto literario se extendía más allá del árbol genealógico de sus afinidades. En esos poemas leo, por supuesto, a César Vallejo, a Carlos Oquendo de Amat y también a José María Euguren, influencias siempre reconocidas por Belli a las que incorpora a Quevedo, más el prosista que el poeta, y por supuesto a Góngora. Todas esas presencias literarias son parte de las materias primas que pasan al laboratorio del poeta o, mejor dicho, a su estómago, para hilar unas de sus imágenes predilectas, “el bolo alimenticio”, producto transformado en sus entrañas por obra de ácidos implacables y feroces. Es posible que otros lectores entusiastas de aquellos dos poemas fueran también Severo Sarduy y Guillermo Cabrera Infante. El libro póstumo de José Lezama Lima Fragmentos a su imán (1977) esboza aquí y allá parentescos con la obra del peruano, confluencia que apenas valió una mención de parte de los teóricos del neobarroco en un pase de lista en el prólogo de Medusario (1996).  

Entre el anacronismo, la extravagancia y la experimentación, como ocurre en la obra de Julio Herrera y Reissig y en cierta parcela de la de Oliverio Girondo, Belli construyó un paisaje y una dicción de progresiva complejidad, manifiesta desde su primer libro de título tan modesto como anodino, Poemas (1958). Allí se gesta una voz que está anunciando aventuras mayores: “Nuestro amor no está en nuestros respectivos/ y castos genitales, nuestro amor/ tampoco en nuestra boca, ni en las manos:/ todo nuestro amor guárdese con pálpito bajo la sangre pura de los ojos”.

Pocos años después vendrán los cuadernillos Dentro y fuera (1960), ¡Oh Hada Cibernética! (1961) El pie sobre el cuello (1964) y  Por el monte abajo (1966), todos publicados en Lima, Perú. Poco a poco se corre la voz, fuera de su país, de que la obra de Belli es una bocanada de aire fresco en el concierto de la poesía en español. Por eso mismo, comienza a circular en Uruguay, Chile, Venezuela, España, Italia, México y Cuba. En 1971, por citar un caso, en Caracas la editorial Monte Ávila publica una muy completa antología bajo el título de uno de sus poemas más celebrados, ¡Oh Hada Cibernética! 

Los poemas de la década de los sesenta y de los setenta tienen en común su brevedad, piezas de ocho a veinte versos –con algunas excepciones–, regidas por una métrica donde el heptasílabo y el endecasílabo dominan sus paisajes sonoros. El salto cualitativo del enrarecimiento de su poesía, sobre todo a nivel de significado, lo localizo en algunos textos de Sextinas y otros poemas (1970), pero sobre todo este tour de force avanza hacia zonas todavía más extremas con En alabanza del bolo alimenticio (1979), libro publicado en México que incluirá los dos poemas de la edición referida de Plural. Ya en este volumen, el aliento es mayor, la expresión reclama extensión para ir y volver en un soliloquio de suite con sus respectivas variaciones, para llevar y traer el tema por los estómagos de un rumiante: “Sábeslo tú, alma mía, que acá reina/ la bola de alimentos soberana/ entre pecho y espalda día y noche,/ halando del sabor el propio peso/ hasta la tumba con denuedo máximo;/ (…) la sacrosanta acumulación diaria/ de pan, cebolla y carne entreverados,/ y ante todo de asaz rico pernil,/ por rueda de fortuna discurriendo/ de la cuna a la tumba…”

En el número 86 de la revista Vuelta, de enero de 1984,se publica una reseña de Jaime G. Velázquez sobre Canciones y otros poemas (1982) de Carlos Germán Belli, volumen también publicado en México por Premià Editora. El crítico trae a colación el nombre de Pound para resaltar la feliz audacia del peruano al hacer coincidir en su discurso tradición y vanguardia. En este punto meridiano, la obra de Belli, siempre estricta, nunca caudalosa, sumará nuevas entregas donde aparecen, como novedad y reto, los temas del dolor y la angustia, la muerte tocando a los suyos, la vejez y la soledad, experiencias humanas bañadas por la bonhomía de un creyente y de un sibarita de la belleza. Además del legado poético, Belli deja una colección de prosas, Morar en la superficie (FCE, 2015), artículos periodísticos, ensayos literarios y crónicas de viaje; asimismo, en su bibliografía figura su labor de exquisito traductor de la lengua de sus ancestros, actividad materializada en Espejos invisibles. Poetas italianos del siglo XX (Casa de la Literatura Peruana, 2018).

Se va el último representante de una generación extraordinaria de poetas del Perú. Por supuesto, Carlos Germán Belli tuvo reconocimientos en su país y en el extranjero, el Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda quizá el de mayor renombre. Se va, enterado y confiado de que la distinción suprema fue cumplir su proeza poética, de que lo demás es carnaval y fuegos fatuos: “lo que fue escatimado en primavera/ en la pasada edad,/ que justo premio es hoy el buen mudar/ y rindo eternas gracias que así sea”. ~

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(Ahualulco de Mercado, Jalisco, 1966) es poeta. Su libro más reciente de poemas es Tabla de restar (UAQ, 2017). La editorial Calygramma, con el apoyo del Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales (2018) del FONCA, acaba de publicar su ensayo El acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde en la Ciudad de México 1912-1921.


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