Regreso a Gueden

¿Qué es lo que hace que un texto, sin importar su fecha de publicación y lugar de procedencia, se convierta en un clásico? De la Historia de la guerra del Peloponeso a El leopardo de las nieves, cinco jóvenes escritores reflexionan sobre aquellas lecturas que los transformaron y les han hecho ver el presente con otros ojos.
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Antes de releer La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. Le Guin sobre todo recordaba la nieve. Un largo viaje entre glaciares a bajísimas temperaturas. La trama política entre los países de Gueden solo a pedazos. Las conversaciones de los dos personajes principales en una tienda de campaña, al calor de una pequeña estufa, intentando entenderse, conocerse. Podía repetir de memoria la anécdota general que siempre acompaña a este libro: en un planeta helado llamado Gueden, Genly Ai, un humano de la Tierra y embajador de la confederación de planetas, tiene la misión de convencer a los habitantes autóctonos de unirse a la confederación. Pero los habitantes de Gueden son especiales: una raza humana andrógina y ambisexual, es decir, que su sexo no está fijo.

Oí hablar de este libro varios años antes de leerlo. Se publicó en 1969 y consolidó a Le Guin como una autora no solo de fantasía, sino también de ciencia ficción. Se considera uno de los primeros libros del género de la ciencia ficción feminista y además ganó dos de los premios más importantes: el Hugo y el Nebula. En 1975 la revista Locus dijo que era la tercera mejor novela de ciencia ficción después de Duna de Frank Herbert y El fin de la infancia de Arthur C. Clarke.

La novela por fin llegó a mis manos en el verano de 2012 cuando me encontraba haciendo una estancia de investigación en la Universidad de Wisconsin en Madison. Estaba allí en un intento de convencerme definitivamente de seguir en la ciencia después de la licenciatura. Pasé seis semanas, calientes y húmedas, sentada en una esquina de un laboratorio secundario, con el aire acondicionado a su máxima potencia, leyendo libros de ciencia ficción sin ningún interés por las reacciones que tenía a mi cuidado. Ese verano me di cuenta de que no iba a dedicarme a la química y, también, me enamoré de la ciencia ficción.

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¿Qué hace de un libro un clásico? Supongo que algunas personas podrían decirme que no hay clásicos después de la caída de Roma. Otros serán más laxos y enumerarán los libros de la gran literatura que aparecen en las listas de lo que hay que leer. Libros escritos y publicados antes del siglo XX , que de alguna forma han pasado ya por el tamiz del tiempo, libros que, aunque fueron escritos hace siglos, hablan de temas que todavía resuenan.

Me pregunto esto porque en mi caso, para este ejercicio de releer un clásico, quise elegir uno de ciencia ficción. Sin embargo, este género es relativamente nuevo. A diferencia de la fantasía que puede rastrearse tan atrás como el Poema de Gilgamesh, la ciencia ficción como la conocemos hoy comenzó en el siglo xix después de la Revolución Industrial, cuando el tema principal de la ciencia ficción (el hombre contra la tecnología) se vuelve una preocupación. Por lo general se considera que el primer libro del género es Frankenstein de Mary Shelley. Después, vendrán Jules Verne y H. G. Wells y, a partir del siglo XX, la historia de la ciencia ficción, como nuestra relación con la tecnología, se acelera.

Tomando en cuenta esta simplificada historia, ¿es un sinsentido, entonces, hablar de un clásico de ciencia ficción? La mano izquierda de la oscuridad apenas cumplió 52 años, pero se considera ya un ejemplo fundamental de un nuevo tipo de ciencia ficción que comenzó a escribirse en los años setenta y que contrastaba con lo que se había hecho antes. No es una locura afirmar ya que es un clásico porque ha influido en mucha de la ciencia ficción que vino después.

Le Guin en sus libros, no solo en este, extrapola ya no desde preguntas tecnológicas, sino desde preguntas sociales y antropológicas. Es una ciencia ficción preocupada por lo humano. Por ejemplo, en La mano izquierda de la oscuridad, los protagonistas, Genly y Estraven, el primer ministro, que es su único apoyo en toda la novela, tienen muchos malentendidos, pero poco a poco mientras se desarrolla la trama se acercan, se conocen y se entienden, incluso aprenden a quererse, a pesar de sus diferencias. Cuando un ser humano se encuentra solo en un planeta lejano, se convierte en el alien, en un verdadero otro, y debe afrontar sus prejuicios y preconcepciones.

En La mano izquierda de la oscuridad, como en muchas de las otras novelas de Le Guin, encuentro un macro donde en mi obra veo un micro. Sus preguntas y sus mundos son inmensos, ideas del tamaño de la humanidad que necesitan planetas enteros para desarrollarse; las mías todavía son preguntas de identidad, del tamaño de una persona, donde es una pequeña cosa la que cambia en nuestro mundo. Por eso, aunque me encantaría serlo, no soy heredera de Le Guin, no escribo con el rigor antropológico ni con la soltura que ella llegó a conseguir, pero me gusta pensar que algo de las preguntas sobre nuestra humanidad más básica, sobre las relaciones humanas, sí une mi obra con la suya.

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No me encontré con la ciencia ficción entre mis lecturas de infancia y adolescencia, llegué a ella después de los veinte años, con deseos de aprender a escribirla. Con más conocimientos del género por las películas que por los libros. Entonces no tenía claro que leer 1984 o el Cuento de la criada era leer ciencia ficción, porque buscaba el aspecto más prototípico: viajes al espacio, planetas distantes, mundos futuristas. En ese momento la fantasía y la ciencia ficción eran para mí dos géneros primos, pero distantes. El primero era familiar, mi entrada a la lectura y la escritura, pero el segundo, me parecía entonces, era el más “adulto” de los dos, el que aspiraba a escribir. Me da un poco de vergüenza admitir los prejuicios que tenía cuando me acerqué al género. Muchas de esas nociones y dicotomías han desaparecido en los últimos diez años.

La mano izquierda de la oscuridad es un ejemplo de las virtudes de la ciencia ficción, de lo que este género es capaz de hacer mejor que otros. En el libro se plantea una sociedad que funciona con reglas muy diferentes a las nuestras. Como no hay noción de hombre y mujer y todas las personas en esa sociedad son capaces de parir, el libro es capaz de preguntarse cómo nos afectan los roles de género, qué de nuestro comportamiento es aprendido y qué es intrínseco. Por ejemplo, en Gueden los habitantes no comparten nuestra noción de masculinidad y no necesitan usar la agresividad para resolver conflictos. Por eso, afirma el libro, en Gueden no existe la idea de guerra. La ciencia ficción nos permite explorar estas ideas no como un ensayo filosófico sobre la naturaleza de la guerra, sino a través de la creación de un mundo que es más que un ejercicio imaginativo, porque al contar una historia se convierte en un espacio que se puede habitar, con personajes que uno puede querer.

En nuestra realidad, no sé si en algún momento dejaremos de preguntarnos qué nos hace iguales o diferentes a los hombres y las mujeres, qué de nuestro comportamiento es naturalmente humano y qué es enseñado por la sociedad. Sin importar que el debate sobre el género en nuestra sociedad ha cambiado en los últimos cincuenta años, este libro, como suele hacer la ciencia ficción, hace del escenario parte de la metáfora y por tanto nos da un espejo, una imagen artificial donde podemos reflejarnos sin importar el tiempo.

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Ese verano en Wisconsin, no solo leí La mano izquierda de la oscuridad, sino tantos clásicos como fui capaz de encontrar en la librería universitaria. En ese momento me fascinaba sobre todo la extrapolación, ver cómo de un ¿qué pasaría si…? podía salir un mundo entero, un futuro posible o imposible, una meditación sobre lo que realmente nos hace humanos.

Ahora que releí La mano izquierda de la oscuridad me impresionó cómo el libro creaba a la sociedad desde leyendas, mitos y cuentos, cómo encontraba en el acto de worldbuilding una cercanía con mundos fantásticos como la Tierra Media que antes pasé por alto. Me sorprendió darme cuenta de que las partes que recordaba más vívidamente, como el viaje entre glaciares, en realidad son solo la cuarta parte del libro y que la trama de intriga política, la exploración de sus personajes y el planeta ocupan el mayor espacio. Mientras más leía, más me percataba de que, si bien el libro no podía haber cambiado, la manera en la que me relaciono con la ciencia ficción, cómo la entiendo, qué me interesa de ella, sí es muy diferente. Si la primera vez leí la novela con rapidez porque quería saber qué sucedería, obsesionada con cómo Le Guin creaba Gueden, ahora el libro me acompañó por varias semanas y esta vez fueron los personajes los que me capturaron. Hace diez años, quería entender todas las maneras en las que La mano izquierda de la oscuridad era ciencia ficción, ahora me llaman la atención todas las formas en que es más que eso.

Estoy segura de que hace diez años no lloré con el final porque en esa época me enorgullecía mi capacidad para mantenerme ecuánime. Releer un libro no es solo revisitar el mundo que contiene, sino reencontrarse con una misma, darse cuenta de cuánto hemos cambiado. ~

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