Escena de On falling, de Laura Carreira.

Rescates y conexiones en San Sebastián

Ernesto Diezmartínez rescata cintas de Laura Carreira, Sylvia Le Fanu y Jonás Trueba presentadas en la edición 2024 del festival de San Sebastián, en las que la soledad, el amor y el desamor son temas troncales.
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Al estar colocado hacia el final del año, cuando ya pasaron algunos de los más importantes certámenes fílmicos del mundo como Venecia, Toronto y Telluride, el Festival Internacional de Cine de San Sebastián tiene la desventaja de que suele contar con una competencia oficial no tan espectacular como las de sus competidores de temporada. Lo cual no quiere decir que no se exhiba gran cine en el festival vasco, dentro o fuera de la competencia; lo que sucede es que los responsables de la selección de las películas que conforman la media docena de secciones con las que cuenta el festival tienen un reto más complicado: rescatar, en más de un sentido del término, las cintas valiosas que, por alguna razón, no aparecieron en los festivales anteriores y, también, volver a exhibir, aunque sea fuera de concurso, algunas joyas que ya fueron presentadas a lo largo del año y hay que rescatar en la temporada de nominaciones y premios que inicia en cada otoño.

Hay otra razón para estar pendiente de San Sebastián: al ser el más importante festival fílmico en castellano del mundo, presume una sección clave, Horizontes Latinos, conformada este año por 14 películas producidas y realizadas en América Latina. Entre ellas hay dos notables cintas argentinas de las que ya escribí en este espacio cuando las vi en competencia en Berlín (Reas, de Lola Arias) y en Cannes (Simón de la montaña, de Federico Luis), además de unas de las mejores y más pertinentes películas mexicanas del año. Me refiero a Sujo, de Astrid Rondero y Fernanda Valadez, de la cual escribí largo y tendido cuando la vi en Sundance y que estará en competencia en el próximo festival de Morelia.

Pero volvamos a los rescates de San Sebastián. Acaso el mejor de los que he podido ver a la distancia sea On falling (Portugal-Reino Unido, 2024), ópera prima de la portuguesa avecindada en Edimburgo Laura Carreira, cinta realizada por Sixteen Films, la compañía productora de Ken Loach, quien aparece en los créditos como uno de los productores ejecutivos.

Es evidente que On falling es un filme inspirado, si no en la vasta obra de Loach, sí en su visión política y humanista, aunque con una perspectiva menos abiertamente militante. El guion, escrito por la propia cineasta, está centrado en la vida rutinaria de Aurora (Joanna Santos), una mujer portuguesa que trabaja en un enorme almacén localizado en algún lugar de Escocia. Su labor diaria –por la que recibe algún elogio de su supervisor y hasta un “generoso” premio que consiste en tomar el chocolate que ella elija– consiste en recoger productos que se encuentran en los estantes de almacén para luego colocarlos en las bandas transportadoras que llevarán ese mismo producto –un libro, una cuerda, un juguete– a otra área donde será empaquetado para que llegue hasta la puerta de la casa de usted.

El encuadre del cinefotógrafo Karl Kürten encierra a nuestra protagonista dentro de los límites del formato académico 4:3, acercando la cámara a su impasible rostro que se pasea por los enormes pasillos de ese bodegón para recoger un chunche, identificarlo, leer su código, colocarlo en el carrito, llevarlo a la banda y volver a empezar. El obrero enloquecido Charlot hacía algo similar en Tiempos modernos (Chaplin, 1936), hace ya casi un siglo, pero acá la ferocidad cómica chaplinesca ha sido sustituida por una desazón existencial apabullante.

Sabemos poco de la vida de Aurora: es portuguesa, tiene un tiempo trabajando en ese lugar frío y lluvioso, comparte una casa con otros inquilinos, tiene una amiga también portuguesa que es con la única que comparte alguna plática. La mujer es reservada, es cierto, pero sus necesidades de conexión humana siguen estando presentes –acepta la invitación para tomar una copa con un trabajador polaco– y no le faltan sueños, como dejar el almacén para laborar en alguna oficina de gobierno.

El deprimente ethos de esa forma de vida está descrito con naturalidad documental: las pruebas antidoping que se le realizan a los trabajadores, las juntas en las que los supervisores anuncian el aumento de ventas (¡bravooooo!), los valores de tan noble empresa que dona una lana para proteger a las tortugas marinas, las pláticas en el comedor en el que todos los trabajadores no parecen tener otro tema de conversación que cierta serie televisiva, la plática sobre el suicidio de alguien que tuvo la mala educación de quitarse la vida dentro de su habitación para que lo encontraran sus compañeros en lugar de tirarse al puente que todo mundo suele usar… La vida de Aurora semeja esa caja que tercamente se queda en el mismo lugar de la banda transportadora, sin caer de ella, pero tampoco sin avanzar.

On falling es una película serena, realizada sin rabia, sin exaltaciones de ningún tipo, sin denuncias ruidosas de ninguna especie, pero acaso por esto mismo termina hincando el diente de manera más profunda. ¿Cuánta gente vive así, como Aurora, buscando reclinar su cabeza en el hombro de cualquiera, como lo hace ella en una quieta y tranquila escena clave?

Otro tipo de conexión buscan los protagonistas de Min evige sommer (Dinamarca, 2024), primer largometraje de Sylvia Le Fanu, presentado en competencia en la sección de Nuevos directores. Esa conexión añorada es, por desgracia, la última posible.

El “eterno verano” al que se refiere el título original en danés es, en realidad, la estación de despedida de Karin (Maria Rossing), una mujer de mediana edad que está a punto de morir de cáncer y ha decidido hacerlo al lado de su familia, es decir, su comprensivo marido Johan (Anderss Mosling) y su hija adolescente Fanny (Kaya Toft Loholt). Los tres llegan a una pequeña pero acogedora casa de verano, muy cerca de la playa, para vivir (el padre, la hija) y morir (la madre) todos juntos, aunque es claro que los recuerdos prevalecerán para siempre en la memoria de la chamaca, que termina siendo la protagonista de este delicado melodrama de crecimiento juvenil.

El guion escrito por la propia cineasta en colaboración con Mads Lind Knudsen nos presenta una mirada respetuosa y recatada sobre la muerte, pero también sobre la enorme dificultad que representa madurar en las circunstancias que enfrenta Fanny. La despedida de la muchacha es doble: de su mamá, cuya vida está apagándose día tras día de ese luminoso y aciago verano danés; y de ella misma, pues la Fanny de 16 años que vive esa experiencia ya no existe más en el epílogo del filme.

Otra conexión muy especial está en el centro cómico-dramático de Volveréis (España-Francia, 2024), octavo largometraje del infalible Jonás Trueba (de Todas las canciones hablan de mí, de 2010, hasta Tenéis que venir a verla, de 2022, pasando por la obra mayor La virgen de agosto, 2019, y el monumental fresco generacional Quién lo impide, de 2021). Se podría decir que este filme de Trueba–que ha sido programado en la sección no competitiva Made in Spain después de su exhibición en Cannes 2024– trata, más bien, de una desconexión, pero creo que resulta todo lo contrario.

Ale y Alex (Itsaso Arana y Vito Sanz) han vivido en pareja durante 14 años y lo han hecho en tan buenos términos que, ahora que han decidido separarse, piensan organizar una fiesta con familiares, amigos y vecinos para ¿celebrarlo? “Como una boda, pero al revés”, no se cansan de aclarar a todos quienes los escuchan, como si esa ceremonia no fuera una chifladura ridícula y extravagante. Y, por supuesto, sí lo es, pero en manos de Trueba y de sus dos actores protagónicos la premisa se nos presenta, como suele pasar en todo el cine del autor español, en una muy seria reflexión existencial y filosófica que, de todas maneras, no está exenta de humor, por más que sobre las discusiones y preparativos sobrevuelen las sombras –en forma de citas textuales y/o cinematográficas– de Kierkegaard y Bergman.

Si eso de mantener el amor es una labor ardua y cotidiana, el lector no tiene idea lo que significa planear lo contrario, es decir, una separación como se debe, con todas las de la ley, con todo y celebración de por medio. “Separarse es trabajo”, dice alguien por ahí y en esta cinta –cuyo título tiene que ver con la escéptica/esperanzadora profecía del papá de ella, que no cree en la separación– Trueba nos propone, juguetonamente, que cuando dos personas han estado juntas tanto tiempo la separación total nunca es completa y, acaso, ni siquiera es deseable. ~

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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