El estudio de las protestas en Cuba, antes, durante y después del estallido social de los días 11, 12 y 13 de julio de 2021, de Velia Cecilia Bobes, es el primero en su tipo sobre aquellos acontecimientos, sus antecedentes y sus secuelas. Por tratarse de un fenómeno con las características de un hito –nunca antes ni después se produjeron en Cuba protestas tan masivas, ni nacionalmente tan extendidas–, el estudio adquiere una referencialidad automática.
También es esta la primera investigación sociológica sobre el 11/J de la que tenemos noticia. Conocemos muchas intervenciones públicas sobre aquellos sucesos, de dirigentes, académicos, intelectuales, activistas o periodistas, que, dentro o fuera de la isla, intentaron interpretar las dimensiones y el sentido del estallido social. Pero esta sería la primera indagación profesional, con las herramientas teóricas y metodológicas de la sociología académica.
La apuesta teórica parte de dos líneas de análisis, reconocibles en los estudios más sofisticados sobre movimientos sociales desde fines del siglo XX. De un lado, la interpretación de las protestas como formas de la “acción colectiva contenciosa”, que se asocia con la obra de Charles Tilly, Donatella della Porta, Mario Diani y Sidney Tarrow, profesor en la Universidad de Cornell, que ha publicado libros fundamentales sobre protestas, políticas contenciosas transnacionales y activismo global.
Por el otro, habría una segunda línea de análisis de la contestación pública, por medio de protestas o estallidos, que sería la de los master frames o marcos dominantes de experiencia, y que remite a Erving Goffman y, más recientemente, David Snow, profesor de la Universidad de California, en Irvine, que ha renovado el llamado frame analysis por medio de mecanismos hermenéuticos, que permiten leer e interpretar los discursos o la gramática de una protesta.
A esto se suma una metodología técnica, basada en datos, que permite a Bobes procesar la información sustancial sobre las protestas. Una parte de esa información es histórica: los antecedentes o conatos de protestas sociales en Cuba, desde los inicios del sistema político construido después de la Revolución de 1959. Pero otra es estadística vigente, que hace visible el número de episodios contenciosos en los años previos al 11/J, en el verano del 21, y de entonces para acá.
La base estadística es rica en información tanto cuantitativa como cualitativa. La investigadora ha podido precisar la cartografía regional de las protestas en capitales de provincia y municipios de la isla, la fisonomía social de los manifestantes, el lenguaje y el contenido de sus demandas y consignas y la reacción mediática y represiva del Estado.
Algunos resultados nos enfrentan a causalidades complejas, que ponen en cuestión las explicaciones más usuales del debate público cubano. Por ejemplo, en su cuantificación de fenómenos de protestas el estudio señala un primer aumento fuera de rango, de cinco a diez eventos contenciosos, entre 2013 y 2015, durante el segundo gobierno de Raúl Castro, cuando se aceleró la reforma económica y se produjo la distensión de Barack Obama.
El siguiente escalamiento de las protestas, ya más permanente, se produciría entre 2017 y 2019, en un contexto radicalmente distinto: reforzamiento de las sanciones de Donald Trump, contrarreforma económica del séptimo congreso del Partido Comunista, muerte de Fidel Castro, traspaso de poderes presidenciales de Raúl Castro a Miguel Díaz-Canel y nueva Constitución de 2019.
De acuerdo con el estudio, entre 2019 y 2020, los episodios contenciosos en Cuba comenzaron a rondar los veinte al año, cuando a principios de esa década eran solo uno o dos. De manera que, antes del 11 de julio de 2021, protestar públicamente en Cuba era una práctica habitual, lo que, unido a factores más coyunturales como la pandemia, el desabastecimiento, la caída del salario y el alza de precios, pudo haber propiciado una tan rápida y masiva expansión del estallido.
Aunque mucho más difundidas entre las diversas capitales de provincia y municipios del país, las protestas del verano del 21 también estuvieron concentradas en La Habana. De 97 episodios, 38 fueron en la capital del país, once en Matanzas y siete en Santiago de Cuba, por ejemplo. Pero diez en Mayabeque y siete en Artemisa, dos provincias que antes formaban parte de La Habana, por su proximidad, por lo que entre el centro y la periferia de La Habana se habría producido el grueso de las manifestaciones.
A su vez, los municipios en los que hubo mayor cantidad de episodios fueron Centro Habana, el Cerro, Arroyo Naranjo, Guanabacoa y San Miguel del Padrón, donde se han registrado aumentos notables de la pobreza y deterioro de indicadores sociales. En un estudio de Humberto González Galván, de El Colegio de la Frontera Norte, y Rafael López Vega, del Consejo Nacional de Población, en esos municipios habría una alta concentración de sectores afrodescendientes de bajos ingresos.
En el estudio se usan los conceptos de protesta y estallido y se encuentran algunas semejanzas entre el cubano de 2021 y los estallidos sociales en varios países latinoamericanos y caribeños, desde fines de la década pasada, como Chile, Perú, Colombia, Ecuador o Haití. Espontaneidad, horizontalidad, ausencia de liderazgos, papel de las redes sociales, mezcla de agravios y reclamos sociales, económicos y políticos, criminalización de la protesta desde el Estado, serían algunos aspectos en común.
Pero también se señala una diferencia clave, que tendría explicaciones sistémicas: en Cuba hubo mayor “falta de permanencia de las redes de movilización después de la protesta”. A lo que Bobes agrega: “en el caso cubano, las redes de movilización instantánea que activaron el estallido no parecen mantenerse como vehículo para convocar otros tipos de acciones. En este sentido, su alta capacidad de activar grandes multitudes muy velozmente constituye a la vez su mayor fortaleza y su mayor debilidad”.
Dado que la ausencia de estructura y programa sería un componente central de todo estallido, el libro no estaría cuestionando el uso del concepto sino diferenciando sus manifestaciones en Cuba y otros países latinoamericanos y caribeños. La represión estatal, por otro lado, es un factor que se menciona, pero tal vez debió enfatizarse más en el pasaje dedicado a la comparación con América Latina y el Caribe, ya que esas represiones no son equivalentes en sistemas políticos tan distintos como los latinoamericanos y el cubano.
Vale recordar que la comparación, que no equiparación, con los estallidos sociales latinoamericanos, fue sugerida por el propio gobierno cubano en la comparecencia del 12 de julio, en la que intervinieron el presidente Díaz-Canel, el primer ministro Marrero y el ministro de Energía y Minas Liván Arronte. Ahí, el secretario ideológico del partido, Rogelio Polanco, sostuvo que lo que había pasado el 11 de julio había sido un intento de “golpe blando” como el de las guarimbas venezolanas de 2017 a 2019.
Algo más sobre la gramática de las protestas: este estudio demuestra la inconsistencia de la criminalización oficial de las protestas, que va desde la caricatura de los manifestantes como delincuentes hasta sus largas condenas de cárcel, por medio de un inventario preciso de las consignas coreadas. Es cierto que muchas de ellas trasmitían una insatisfacción económica inmediata, pero no faltaron aquellas centralmente políticas, que exigían cambios profundos en el sistema.
También queda clarísima la desconexión de las protestas de los circuitos de la oposición política y la disidencia cultural dentro de la isla. Pero esto no quiere decir que ambos circuitos, por minoritarios que sean, estuvieran al margen de las protestas, ni que algunos de sus mensajes, como el de “Patria y vida”, no lograran posicionarse en el lenguaje de los manifestantes. Estamos en presencia de un estudio académico que desarma clichés políticos y estereotipos mediáticos sobre el estallido cubano de 2021, pero que confirma algunas premisas analíticas sobre la sociedad cubana, el sistema político de la isla y la agudización de la crisis económica en los últimos años. ~
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.