El aplastante triunfo de Trump fue resultado, en gran parte, de la propaganda mediática. Pero empezó con la radicalización del Partido Republicano (PR) hace décadas: cuando rechazó el conservadurismo moderado de Eisenhower y optó por la confrontación en lugar del compromiso.
Cuando Trump apareció en el escenario político, observadores y protagonistas –republicanos liberales y demócratas conservadores, entre ellos–, habían advertido ya de los peligros de esa radicalización. El PR –tradicionalmente más ideológico que el Demócrata (PD)– había construido un ideario utópico, donde un gobierno empequeñecido, enemigo de los impuestos y abogado de la disciplina fiscal, reconstruiría la economía pujante de la década de 1890, recuperaría las normas culturales de los años cincuenta y el perfil étnico de los años cuarenta (anterior a las reformas del presidente demócrata L.B. Johnson, que acabaron con la desigualdad de derechos que padecía la población negra del sur del país).1
Una marcha al pasado, histórica y políticamente insostenible y, desde el punto de vista económico, imposible. El PR se convirtió en el partido de las promesas incumplidas. Se concentró en fortalecer su base de votantes cautivos –electores provincianos y viejos aferrados a valores tradicionales, trabajadores de industrias en vías de extinción; los más ricos y principales beneficiarios de la política fiscal republicana– y los blancos más conservadores. Y olvidó a los trabajadores más pobres, a buena parte de la clase media, y a las minorías. El racismo republicano, oculto apenas bajo la superficie de su ideario, empujó a negros, latinos y asiáticos a las filas del PD.
Los republicanos empezaron a perder sistemáticamente el voto popular en las elecciones, pero la disfuncionalidad del sistema electoral –que da dos senadores a cada Estado, independientemente de su tamaño y población– determina que el ganador en las elecciones presidenciales es el que tiene una mayoría de votos electorales, el cual favoreció siempre al PR: unos cuantos Estados rojos les garantizaban el dominio de la Cámara de Senadores y, en más de una ocasión, gracias a los votos electorales, la Presidencia.
Podían mantener su programa utópico y rechazar cualquier iniciativa demócrata que fortaleciera al “Estado benefactor” –programas de salud universal o educación, entre ellas–, a muy bajo costo: lidiar con movimientos de radicales conservadores descontentos como el Partido del Té. No sorprende que arquitectos del conservadurismo como Karl Rove –asesor en jefe del segundo Bush– concluyeran que la radicalización era una táctica política más efectiva que la moderación.
Y hubiera sido una estrategia inmejorable, si el escenario político norteamericano hubiera sido estático. Para desgracia de los conservadores, la historia se mueve. La radicalización –que siempre fue monopolio republicano porque nunca fue simétrica– derivó en la parálisis gubernamental –cuando la Presidencia quedaba en manos del PD– y fomentó la confusión de muchos votantes, mal informados y tierra fértil para los prejuicios. El PR optó por los extremos y la irracionalidad y acabó sucumbiendo al liderazgo de un caudillo, racista y misógino, narcisista e ignorante. El electorado debió haberle infringido una derrota aplastante, pero le regaló el poder en 2016 y, de nuevo, en 2024.
Si la radicalización republicana explica a Trump, un factor político nuevo, la desinformación mediática, fue fundamental en la deriva del voto a su favor.
La fuente principal de información del electorado conservador es Fox News, pero las redes –en especial X, la plataforma de Elon Musk– se convirtieron en una maquinaria propagandística inédita que convenció a millones de votantes –demócratas e independientes incluidos– de votar por Trump. Más allá de usar los datos de sus usuarios para identificar a grupos de electores mutantes y manipularlos con desinformación, las redes normalizaron a Trump y dieron a muchos argumentos falsos para enmascarar sus prejuicios y justificar un voto antinatura. Dejando a un lado el terreno de lo inescrutable (negros y mujeres blancas que votaron por Trump), veamos el caso de los hombres latinos. Millones disfrazaron el encandilamiento frente al caudillo, la misoginia y la ignorancia que padecen con la imaginaria “debacle económica” trumpista que X multiplicó en las redes. La amenaza de la deportación masiva de inmigrantes se convirtió en un asunto sin importancia frente al terrible costo de una inflación “galopante” de 2%. ¡Cosas veredes! ~
Publicado en Reforma el 17/XI/24.
- E.J.Dionne, Why the Right. ↩︎
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.