Allá en los tiempos remotos en que se creía en un dios y en los ángeles y en el infierno, la mujer tenía un gran poder sobre el hombre: el de enviarlo por los siglos de los siglos al fuego eterno. En aquel entonces, los hombres no eran machos o depredadores o tóxicos como ahora, sino mosquitas muertas a merced de los embelesos femeninos. Varios pasajes bíblicos advierten al hombre para que se cuide de la mujer, y no al contrario. El mandamiento del padre y la enseñanza de la madre “te protegerán de la mujer mala, de la lengua melosa de la extraña. No te dejes seducir por su belleza, ni te dejes cautivar por sus miradas.” Si un inocente hombre iba caminando por la calle y de pronto se abría una puerta para dejar ver en el umbral a una mujer vestida de manera provocadora, ese hombre ya estaba perdido. “Oyeron que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo les digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. Dios te condena hasta por los antojos.
Cosa terrible si tal desbarro se lleva al extremo, ya que un marido tenía el derecho de matar a quien adulterara con su mujer. Lo dice el Levítico: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos”. En cosas de mujeres, no hay que amar al prójimo como a uno mismo, y así, paseando por las calles con su atractiva mujer, un marido podría ir decapitando a quien mirara a su mujer, “¡adúltero!”, y la dama no tendría culpa a menos que se vistiese de manera provocadora. Aunque precisamente lo que le gustaba a Candaules era que otros “adulteraran en su corazón” con su mujer. San Pablo manda a las mujeres a cubrirse la cabeza o raparse. Pobrecillo San Pablo, víctima de mujeres con el cabello suelto que le despertaban obscenos pensamientos.
Los musulmanes deben sentirse muy gozosos de que entre ellos haya tantísimas mujeres que, por voluntad, no por imposición, decidan cubrir su belleza. Sacrifican su libertad, su comodidad, su vanidad, con tal de que aquellos hombrecitos no se vean tentados por los demonios.
Tomás de Aquino tiene un apartado en el que se ocupa de distinguir los adornos en la vestimenta de la mujer. Si se emperifolla para agradar a su marido, está bien; si lo hace para despertarle la lascivia, entonces se halla en pecado mortal. No dice qué ocurre si la mujer está en cueros.
Acerca de la sabiduría de Salomón se nos cuenta aquella historia en que dos mujeres se dicen la madre de un niño y él da la orden de partirlo en dos. Pero hizo algo aún más sabio. Dado que tenía altos niveles hormonales y de voluptuosidad, para minimizar sus aventuras fuera del matrimonio, Salomón se casó con setecientas mujeres.
Sobre el pecado de la carne vs el de pensamiento, mucho se ha dicho que será preferible el carnal, pues el deseo a veces se apacigua luego de ser alcanzado; en cambio el de pensamiento puede volverse una obsesión de “veinticuatro horas al día y toda la noche”.
También entra Tomás de Aquino a resolver el asunto de irse a dormir con deseos y tener sueños en consecuencia. Esta es la pregunta que intenta responder: “¿Es pecado mortal la polución nocturna?” Se aproxima al retruécano cuando responde que “no es pecado, puesto que todo pecado depende del juicio de la razón, y así el primer movimiento de sensualidad sólo es pecado en cuanto que puede ser reprimido por el juicio de la razón. Si quitamos el juicio de la razón, desaparece la razón de pecado”.
Con esto se cura en salud, puesto que sin duda experimentó Santo Tomás, junto con todos los santos y cristos y pecadores, dichas poluciones que no necesariamente son nocturnas. Al argumento de que algún sueño erótico habrá de ser pecado puesto que a veces son provocados por irse a dormir con deseos e imágenes eróticas, responde que “la polución nocturna nunca es pecado, pero a veces es consecuencia de un pecado anterior”. Un elemental teólogo contemporáneo lo explica así: “El pecado no es el sueño, sino haber visto porno antes de irse a dormir”.
Por adulterio se entendía el ayuntamiento de hombre casado con mujer libre, o de mujer casada con hombre libre, o de hombre casado con mujer ajena casada. A la relación entre hombre y mujer libres, se le llamaba “fornicación simple”. Por suerte ya nos olvidamos de tal término. No sería muy alentador escuchar, entre cerveza y cerveza, que una mujer dijera: “Tuve una fornicación simple con Ernesto”.
El principal argumento tomasiano para sentenciar el disfrute carnal de dos personas libres da por un hecho que habrá embarazo. “La fornicación simple lleva consigo un desorden que repercute en perjuicio de la vida de aquel que va a nacer de tal acto carnal.”
Siendo así, el pecado desaparecería con cualquier método de control natal, pero ya el antiguo testamento condenaba el más básico de todos. “Entonces Judá dijo a Onán: Llégate a la mujer de tu hermano, y despósate con ella, y levanta descendencia a tu hermano. Y sabiendo Onán que la descendencia no había de ser suya, sucedía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano. Y desagradó en ojos de Jehová lo que hacía, y a él también le quitó la vida.” Dios, que todo lo mira, no dejó de mirar a Onán cuando se refocilaba con la mujer de su hermano, y como no le gustó lo que vio, lo mató.
Con la llegada de otros métodos más efectivos y placenteros, fue Paulo VI quien decidió expedir en 1968 el decreto titulado Humanae Vitae. Pudiendo hacer otra cosa, eligió mandar a millones y millones de mujeres al infierno. El día de su estreno, la Humanae Vita era ya tan anacrónica como otras ideas que seguían campeando por esos años, y aún ahora proliferan los nostálgicos que las defienden. Además, ninguno de los papas posteriores ha podido quitarse de encima esa influencia de Paulo VI.
Mediante la invención de un dios o encumbrando a un mesías, hay poderes que pretenden eternizarse, y no sólo buscan controlar actos, sino también la vida privada, los sueños y los pensamientos. Ese siempre ha sido el anhelo de los diosecillos.
De vez en cuando se salen con la suya. ~
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.