Un tema pasado de moda

La exposición "Pasado de moda. Pasarela de estilos en México" ofrece un recorrido visual lleno de imágenes y referencias que buscan redefinir lo mexicano a través de la moda.
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Para hablar con propiedad de Pasado de moda. Pasarela de estilos en México, la exposición que los investigadores Gustavo Prado y Arturo Rico han curado para el Museo del Estanquillo, es necesario referirnos a la principal obra de Prado: Mextilo: memoria de la moda mexicana, la cual es un antecedente directo de la muestra.

Mextilo fue un proyecto que generó muchas expectativas en 2014, cuando irrumpió dentro de la industria en forma de un documental que prometía contar la historia de la moda en México. Tres años después, en 2017, se publicó como libro. En ambos se devanaban dos de las obsesiones de su autor: la idea de una identidad nacional y la fotografía. No obstante, la moda, a pesar de estar en el título y de lejos ser el tema central de la obra, tan solo era el medio para explicar y prescribir una identidad mexicana a través de las imágenes.

Tanto el libro como el documental resultaban cautivadores al estar saturados de fotografías, ilustraciones y pinturas, pero el contenido era farragoso. Prado defendía que Mextilo no era un libro para ser leído, sino hojeado. De tal modo, no es descabellado afirmar que Pasado de moda está diseñada para consumirse del mismo modo. Finalmente, se hizo siguiendo la misma fórmula: priorizando el crear un producto visualmente atractivo, pero con ideas desordenadas.

“En el imaginario colectivo, la moda en México ha sido reducida a lo exclusivo, a lo inalcanzable, pero la realidad es otra… Esta exposición reivindica la moda como un espejo de la sociedad, no como un escaparate de la opulencia”, denuncian en el texto curatorial, el cual concluye afirmando que en la muestra hay “una pasarela de estilos que revela cómo las tendencias vienen y van, demostrando que, tarde o temprano, todo, por más moderno que parezca, algún día estará pasado de moda”. Como hilo conductor, los curadores utilizaron liberalmente el trabajo de Carlos Monsiváis, quien escribió continuamente sobre la moda y la reticencia de los mexicanos por seguirle el paso. “Entre nosotros y la moda se interponen los harapos”, reza una cita suya colocada arriba de la foto de una mujer cosiendo.

Sin embargo, el enfoque populista de los curadores se contradice pronto y las ideas de Monsiváis quedan reducidas a meros adornos que describen una idea vaga de lo que se está exponiendo. Si bien hay imágenes de gente común con ropa de diario, los objetos en exhibición son opulentos: vestidos retacados de cuentas y bordados de Julio Chávez; faldas decoradas con lentejuelas de Ramón Valdiosera, quien tenía una boutique en Beverly Hills; prendas del siglo XIX e inicios del siglo XX, elaboradas en telas lujosas; y vestuario para show repleto de cristales y canutillos, hecho por Mitzy y Gilberto Granillo. La única prenda “normal” es un vestido de poliéster de Celara Knits manufacturado en los sesenta.

Los demás textos de sala hacen de lado la premisa inicial para hablar de aquel ambicioso proyecto de José Vasconcelos por hallar una identidad nacional; ese es, de hecho, el verdadero tema de la muestra: ¿cómo debería verse lo mexicano?

A finales de la primera década del milenio, uno de los debates que había dentro de la moda local era: ¿Hay una moda mexicana? Si no la hay, ¿cómo debería ser? En esos años, la mayoría de los diseñadores jóvenes pretendían crear una moda de vanguardia con miras internacionales, inspirados en parte por el boom cibernético. Y aunque cierto sector estaba intrigado por encontrar un estilo distintivo de lo mexicano, la verdad es que el tema no acaparó mayor atención. En aquel momento, el principal referente de una moda “mexicana” era el trabajo marcadamente nacionalista del diseñador Armando Mafud, el cual no le parecía atractivo a este grupo.

Al margen de esa circunstancia, en 2009, se montó la exhibición Rosa mexicano. Moda e identidad: la mirada de dos generaciones, curada por Ana Elena Mallet, en la que se redescubrió el trabajo como diseñador del polímata Ramón Valdiosera. Con ello, se restauró el debate que él sostuvo con los modistos Henri de Châtillon y Armando Valdés Peza sobre la existencia de una moda mexicana. No entraré en detalles sobre la discusión, me limitaré a decir que Valdiosera afirmaba que ya existía una moda mexicana y que era ancestral. No obstante, su definición de moda era bastante laxa y consistía, básicamente, en advertir cualquier adorno o modificación del cuerpo: para Valdiosera, “moda” abarcaba la ropa, el peinado, los tatuajes, la deformación craneal maya, la pintura sobre el cuerpo, etcétera.

El debate se sostuvo por primera vez en 1945; luego se retomó en 1949 con un reportaje de la revista Nosotros, el cual Valdiosera recuperó en su libro de 1992, 3000 años de moda mexicana; años después, en 2009, se volvió a abordar con la muestra antes mencionada; también en 2014, con el lanzamiento del documental Mextilo, y en 2017, con el libro del mismo nombre. Valdiosera falleció ese mismo año, rozando el siglo de edad. Sin embargo, sus ideas, coronadas con el eslogan que acuñó en su tiempo, “Una moda mexicana con materiales mexicanos”, todavía se erigen como una prerrogativa urgente en 2024 a través de esta exposición.

Vale la pena, entonces, hacer estas preguntas: ¿Sigue siendo relevante encontrar una identidad mexicana? ¿Qué significa eso? ¿Quién la decide? Sorpresivamente, Monsiváis ofrece un atisbo útil en uno de los textos del que se extraen más citas en la exhibición, Escenas de pudor y liviandad: “[Las divas] exteriorizan, para conocer su alcance y autenticidad, las pasiones ignoradas y suprimidas. Y al surgir el cine en México, abundarán las espectadoras que se sueñan amas de la pantalla… la sociedad se estremece y las jóvenes se entusiasman al punto de la copia tierna y desesperada.”

Monsiváis sostiene, en este y otros ensayos del libro, que los ídolos –aquellos que podrían reflejar una identidad mexicana (si es que hay tal cosa)– son una elección popular impulsada por la autoidentificación en los aspectos mundanos de sus vidas y los deseos latentes y reprimidos de su época; entre ellos, el de una limitada transgresión. Es decir, la gente los coloca en un pedestal porque advierten una semejanza: se ven a sí mismos, renacidos e idealizados, en sus figuras. Nunca un ídolo podría ser producto de la imposición, sin importar cuán noble o brillante sea el secretario, curador o artista que lo promueva. En parte por la indiferencia del gobierno mexicano hacia la moda como industria y disciplina, esta se ha librado de tener una narrativa oficial. Aquí, al menos, ha existido y se ha desarrollado en paralelo al debate sobre cómo debería ser una identidad nacional. En otras palabras: no la necesita.

Habrá críticos que intentarán definir a la moda mexicana a partir de las maneras en que se ha manifestado, pero nadie tiene el poder de dictar cómo debería ser, ni nadie tiene la voluntad de obedecerlo. Todo intento por proponer una nueva identidad nacional totalizadora, tan solo será una descripción historiográfica sesgada o una quimera. Se trata de una discusión infructuosa que no generará un modo “mexicano” de hacer las cosas, sino frustración, pues la creatividad es más grande que la ideología, afortunadamente.

No me malentiendan. Pienso que Pasado de moda es una exposición preciosa; los curadores hicieron su trabajo con buen gusto, los objetos son bellos, la historia que cuentan es entretenida. El único problema es que no trata de lo que dice tratarse y la discusión a la que se han aferrado simplemente es, para decirlo en sus propios términos, un tema… pasado de moda. ~

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es periodista.
Actualmente investiga sobre la historia de
la moda en México


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