Las consolaciones de la filosofía

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Mientras esperaba su sentencia de muerte, Boecio escribió su célebre diálogo con la filosofía: una indagación en la antigua sabiduría de los griegos en busca de consuelo ante la desgracia. No es casualidad que fuera la política la que lo condujera a esa situación de desamparo ni que el aislamiento le brindara el tiempo y las condiciones para pensar. Hoy día, el ejercicio de la filosofía –asediado por la profesionalización, la responsabilidad social y el ruido de los medios masivos– ha reinstalado ese conflicto entre el retiro y la participación pública. ¿Hasta qué punto es beneficioso que el debate filosófico se cierre a la experiencia común, a los acontecimientos del día a día, confinado, como muchas veces está, a las aulas universitarias? ¿La democratización del pensamiento filosófico –a la que contribuyen divulgadores, profesores, estrellas intelectuales que publican dos o tres libros al año, youtubers y demás– amenaza, en su rapidez, a la profundidad de las ideas, al rigor de la argumentación? ¿Hay tonterías tan grandes que solo las pueden pensar los filósofos? En este número, hemos querido poner a debate la práctica filosófica actual, con sus luces y sus sombras, pero también dejar constancia de la experiencia vital que todavía significa pensar filosóficamente los problemas del mundo.


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