¡Tierra, Tierra!, de Sándor Máral

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“Intuían, como los primeros cristianos, que solamente una solución espiritual podía salvarlos del profundo y desértico vacío desesperanzado de su vida de termitas”. Empecemos por esta frase; se encuentra en la página 53, es decir casi al principio del libro, y Márai la ofrece como una explicación a la vacua veneración de los rusos por la palabra cultura y todo lo que para ellos representaba. Sin olvidar en ningún momento que Márai está hablando de los oficiales del Ejército Rojo que entraron en Hungría en 1944, a los que se dedicaba a hacer preguntas sobre literatura, yo creo que la explicación yerra. A cualquier ejército invasor la cultura se la trae al pairo, no vamos a poner ejemplos. Naturalmente dirán lo contrario, faltaría más, es una palabra fácil de pronunciar, la palabra cultura. Pero sobre todo yerra al pensar que un pueblo, en este caso el ruso pero cualquiera serviría, pueda llegar a ser consciente siquiera de su “profundo y desértico vacío desesperanzado de su vida de termitas”. Ni las propias termitas son conscientes de ello. Márai busca una explicación plausible de la barbarie. Y las hay, naturalmente, aunque sean todo menos plausibles. Releía por entonces La decadencia de Occidente de Spengler, un libro que hizo época por su particular visión de la historia y de las civilizaciones, cíclica, pesimista, e incluso fatídica. Y la época, una vez más, parecía que le estaba dando la razón. Mirases donde mirases, una civilización se acababa, aunque no se veían signos por ninguna parte de que empezase otra nueva. Tal vez porque la destrucción lleve menos tiempo que la construcción. El caso es que las cosas estaban cambiando a un ritmo nunca visto antes. Algo cambió también por completo en la vida de Márai, y, como es de suponer, en la de la mayoría de las personas que sobrevivieron al cataclismo que tan bien retrata este libro; porque para los países ocupados, como su Hungría natal, no se trató sólo de sobrevivir a la guerra, sino más aún de sobrevivir a la paz. En su caso, el caso de un escritor burgués de éxito, ese algo que cambió es más que perceptible, a mi entender, en este libro, cuyo título, ¡Tierra, Tierra! no puede ser más explícito. No se trata únicamente de lo que aquí cuenta Márai, 25 años después de transcurridos los hechos. Se trata sobre todo del tono, o del estilo si prefieren, de las reflexiones que no puede evitar hacerse sobre lo ocurrido, sobre la responsabilidad y la culpa colectivas e individuales, y sobre la pérdida, tan definitiva como irreparable, del humanismo en Europa, lo que significa casi tanto como decir la pérdida de una idea de Europa, porque para Márai la esencia de Europa era el humanismo. Ahora califica de caricatura su vida de escritor burgués de éxito, sin saber bien por qué sustituirla y ni siquiera si es sustituible, porque, en su caso, ser burgués no era una categoría social, sino una vocación, casi como ser escritor. Otra de las cosas que cambió para siempre, los escritores, los libros, la literatura. “[…] algo malo había sucedido con los libros de Occidente […] Era como si los libros no estuvieran hechos de ideas, nervios, recuerdos y ensueños, sino de sucedáneos”. “Antes los críticos leían los libros que criticaban”. Es decir, cambió un concepto de la literatura unido a una forma de hacer literatura, que resultaría sin duda simplista calificar de burgueses, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de los escritores de entonces si no se morían de hambre, no andaban lejos. Márai ve en Kosztolányi, un autor de quien recientemente se han traducido al castellano tres soberbias novelas, a uno de los últimos representantes, junto consigo mismo, aunque esto no lo diga él, de la literatura entendida como “juego y liturgia, conspiración y vocación, rito de Eleusis y pacto de sangre lleno de complicidad”. Hoy nadie hablaría en estos términos de literatura, evidentemente, ni de nada, por lo demás, lo cual no tendría demasiada importancia si no fuera porque nadie escribe tampoco libros comparables a los de entonces. Nuestro concepto de la literatura ha dado forma a otra clase de libros. O tal vez haya sido al revés. O incluso, lo que parece más probable, no tengamos ya ningún concepto de la literatura. De nuevo el concepto y la forma, y su relación con el tiempo. Porque “en el tiempo toma forma lo que sólo existía, sin forma, en lo intemporal”. Y porque quizás la forma por antonomasia que suelen tomar las cosas que existieron sin forma sea un libro. Un libro como éste precisamente. Un libro sincero que exige a su vez lectores sinceros para aceptar sus verdades, algunas difíciles de digerir en esta época nuestra tan propensa a hablar de responsabilidades colectivas y socializar las culpas a propósito de cualquier asunto. “La gente [escribe Márai] empezaba a despertar y comprender que el principio de la responsabilidad colectiva es un malabarismo inmoral porque siempre se puede diferenciar claramente entre los que son culpables y los que sólo están presentes cuando los culpables cometen los crímenes. Y están presentes porque no pueden hacer otra cosa”. También escribe: “que quien busca justicia con demasiado empeño y dedicación, en realidad no busca justicia sino venganza”. Porque aunque “no se puede escribir con sinceridad”, “la escritura no tiene sentido si no es para decir la verdad”.

Durante años, a veces durante toda su vida, el hombre espera algo. No exactamente el amor, ni dinero, ni el éxito, aunque todo eso también lo espere, sino algo indeterminado en lo que cifra el sentido de su vida. Pero todo cambia el día que empieza a sospechar que había estado esperando en vano. Y sin embargo, “esa espera es el contenido más secreto y verdadero de la vida”. Este libro de Márai en cierto modo trata de esa espera. Es decir, de ese dramático momento en la vida de un hombre “que san Juan de la Cruz designa como la noche oscura del alma” y que a algunos escritores les lleva al mutismo más absoluto, porque no conocen la respuesta a ese estado de ánimo, o porque no tienen ya ánimo para buscarla. Afortunadamente ese no fue su caso. Aunque Márai tampoco conociera la respuesta, conocía en cambio las preguntas. Están todas en este libro. Y en cuanto a él, podríamos decir lo mismo que de aquel crítico que antes leía los libros que criticaba: “Sabía que en medio del inmenso caos de la vida no había otra solución que redactar las frases de manera impecable”. ~

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(Madrid, 1950) es crítico literario y traductor. En 2006 publicó el libro de relatos Esto no puede acabar así (Huerga y Fierro).


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