Lo más significativo en la vida de una persona aparece, como las huellas, por una trama. Hay un trayecto de la voluntad que sólo se revela ante la perspectiva. Acaso la verdad de una existencia no es asible por proximidad y sólo yace, si acaso, como atisbo en la totalidad de su dibujo. Tal vez ese misterio central de cada vida sea lo que ésta no deja explícitamente en ningún lugar, pero de alguna manera se advierte en cada hecho de su presencia.
Tengo la certeza de que ésta es la adecuada y sorprendente perspectiva desde la cual hay que valorar el trabajo editorial y literario de Hugo Gola. Cada uno de los veinte números que han aparecido de la revista El poeta y su trabajo, del mismo modo que los 35 que se publicaron de su antecesora, Poesía y poética, comparten un taller abierto acerca del oficio de la poesía, lo mismo que, juntos, constituyen una biblioteca de documentos invaluables por su calidad. Desde esta perspectiva entonces aparece tanto un monumental itinerario de autores, traducciones, entrevistas y reflexiones literarias como la entidad en permanente metamorfosis que lo anima: la poesía.
Sería un despropósito apuntar aquí y ahora la lista de los hallazgos y los reencuentros poéticos que las páginas tanto de Poesía y poética como de El poeta y su trabajo me han dado en los más dispersos pero significativos momentos de la lectura (mejor no citar a nadie que citar apuradamente y mal a los que me llueven ahora mismo en la memoria). Baste decir que en cada número me ha aguardado, siempre, un diálogo magnífico con el primer motor –en términos aristotélicos– de la literatura. Efectivamente, el espíritu de la literatura atraviesa estas publicaciones como una manifestación irradiante aunque no pocas veces exigente. No es la cara comercial ni mucho menos la oficial de esta actividad, sino algo que se podría definir como una peculiar colección de soledades a las que la publicación logra convocar. Estoy convencido de que ha sido ese implacable gusto, criterio o intuición de su director lo que ha permitido que aquí se dé un fenómeno sumamente raro en cualquier publicación literaria: pueden abrirse al azar las páginas de cualquier número y siempre se encuentran líneas memorables o, por lo menos, inquietantes.
El primer número de El poeta y su trabajo apareció en el otoño de 2000 como la continuación del proyecto personal que, a lo largo de muchos años, Hugo Gola había emprendido con un tesón irreductible. Dicho proyecto, definido por él mismo en aquel primer número, parece tan sencillo como incompletable: “Dar a conocer la mejor poesía contemporánea y promover una reflexión sobre ella con los textos de poética que los mismos autores suelen escribir.” Pero también añade, con la misma determinación que siempre ha acompañado a su gusto poético: “Es una propuesta amplia pero no ecléctica. Incluiremos y excluiremos apoyados en un criterio.” Sobre los avatares que dieron origen a la revista, su director reflexiona: “La fidelidad a la poesía –se sabe– suele originar resistencias. El choque con la estolidez burocrática es casi universal y tarde o temprano se hace presente. Pero el compromiso con la poesía es más fuerte. Si por un lado se cierra una puerta, otra se abre. Así sucedió siempre.” Y así ha sucedido desde hace cinco años en que esta nueva etapa del proyecto se ha venido cumpliendo con puntualidad. Llega así a su entrega número veinte, dedicada al escritor argentino Juan José Saer, quien falleció recientemente. Número especial de homenaje al notable narrador pero también al irremplazable contemporáneo y amigo que se ausenta. Es gratificante comprobar que, más allá de las instituciones y sus burocracias, son los individuos los que sacan adelante las realizaciones de la cultura.
Si la sola existencia de la poesía me parece, a ratos, irreal, la permanencia durante tantos años de una publicación dedicada exclusivamente a ella me resulta francamente un fenómeno de fe. Fe desde los que leen y fe desde los que escriben. Fe desde los que traducen y fe desde los que editan. Fe de los que buscan y fe de los que encuentran. Pero, por favor, no se me malinterprete. No uso aquí esta palabra –fe– en su sentido religioso, sino en el más laico y original. La fe como un atributo de la perseverancia y de la pertenencia, la fe en su sentido casi literal: fidelidad.
Eso es lo que creo que merece celebrarse: la fidelidad de un puñado de personas, encabezadas por el poeta Hugo Gola, a un proyecto y a un largo y accidentado camino. Largo camino que, sin embargo, revela un dibujo desde la perspectiva. Esa imagen del dibujo es también el sentido del camino. ~