Un jardín, cinco noches (y otros poemas), de Tedi López Mills

Un jardín, cinco noches (y otros poemas)

Tedi López Mills

Ditoria

Ciudad de México, 2005,

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El recientemente desaparecido crítico y poeta Saúl Yurkievich apuntaba que para lograr llevar a la página “ese agitado cúmulo de interferencias e intersecciones aleatorias, ese dinámico colmo de variables simultaneidades que es la realidad” se requería “una palabra antitética, alusiva, sinuosa, laberíntica, pasional, metafórica, plurívoca”. Ni más ni menos. Sin duda la búsqueda de esa inquietante coincidencia entre la realidad y una escritura literaria ha sido el núcleo —a veces evidente, a veces secreto— de la mejor parte de la poesía moderna.

Creo que esa conciencia está presente en el más reciente libro de Tedi López Mills, el cual se recorre con la atenta lentitud de un acertijo. Los interrogantes (los implícitos y los explícitos de la tipografía) son con frecuencia la conclusión provocativa del poema. No hay, sin embargo, voluntad de ciframiento; más bien la hay de extrema precisión. Acaso reflexiones que pasan por el blanco de lo inmediato: un jardín, una mascota ausente, las horas del insomnio.

Los catorce poemas de este volumen (realizado, hay que señalarlo, con el notable oficio editorial de los artistas de Ditoria) se arraigan apaciblemente cada uno a temas y lugares específicos. Son, de hecho, paisajes. Paisajes de un espacio físico pero también de un espacio mental. Lecturas del paisaje bajo la “luz mental” que los explora. El espacio abstracto de estos ámbitos lo aporta el particular zigzagueo o desdoblamiento fonético de los vocablos y su espesura conceptual: “Castra mente, callada mente, / casi cálculo, casi cosa / que colinda conmigo / cascando quieta / la quebrada cal / cada cuándo / por costumbre / ¿Qué cambia?”

Lo que cambia posiblemente es el modo. Algo en todo esto recuerda los teoremas cubistas: un objeto es también una idea, un objeto depende de una idea a través de cierta percepción. La percepción aquí es altamente analítica y parece desmontar los objetos que recorre. Lo habitual, lo inmediato, incluso el propio pensamiento se ve explorado por la retícula de una percepción metódicamente cavilosa.

El título de Un jardín, cinco noches (y otros poemas) no podía ser más pertinente para definir este conjunto de textos. Efectivamente, aunque hay en él diversos temas y técnicas puestas en juego, su punto de partida o, más aún, su centro tentativo es un jardín. La autora describe este jardín con un profundo detalle, puesto que “el que vi al principio / es el que sigo viendo, / el que emplazo entonces, / breve, sentimental, un jardín lírico”. Se trata de un lugar a la vez cultivado y subjetivo, un lugar labrado por “líneas y alas que visiblemente / enunciaban horas de síntesis / entre una muerte y un nacimiento”. Pero ese lugar está alumbrado por dos luces. Por un lado la generosa luz solar y por el otro “… la luz que yo pongo aquí: / luz de la mente se llama y ninguna / lastima tanto sin dar nada a cambio / salvo la falsa claridad de haber sentido”. El lugar, al parecer, es una encrucijada entre un paisaje exterior y la mente, entre la luz solar y la mental. ¿De qué naturaleza puede ser entonces dicho espacio? El poema lo afronta: “¿Mi jardín? De esa estirpe: / embustero y paradójico aun / en sus partes más duras, / su flanco de granito, / su senda de lascas negras, / su banca de mármol / donde me siento —acto de memoria— / para recabar otra cronología de pausas”.

Así, este clarividente poema va cerrando círculos que él mismo planteó desde su comienzo, con una ejemplar limpidez de recursos y la misma voz sobria y reflexiva: “Lo sé: mi yo moldeado / hasta la insensatez / de un afecto naturalista / convierte a mi jardín / en un retiro de símbolos”. La clave está, por cierto, advertida desde el primer epígrafe del libro: No hay más jardines que los que llevamos dentro (Octavio Paz).~

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