Lo efímero de la música: a un tiempo su encanto y su perturbación. La más abstracta y —acaso— pura de las expresiones artísticas, aquella que se ejecuta y traza sobre otra falacia —el tiempo— y cuya tangibilidad apenas se puede retratar por un disco compacto, por un osciloscopio. Música. Apartado de la política cultural oficial de nuestros tiempos que ha sido castigado como ninguno otro. Mínima compensación, podría exclamar alguien, al trato privilegiado que recibió durante la administración anterior.
En este panorama ha surgido en años recientes Instrumenta, honrosa excepción que confirma hoy por hoy una triste y desalentadora regla del quehacer musical en México. Perfectible todavía, este proyecto cuenta ya con una serie de características que lo vuelven peculiar y deseable en momentos en los que dichos rasgos brillan por su ausencia: profesionales y especialistas verdaderos en cada uno de sus apartados (desde aquel que se refiere a la conceptualización, hasta el de su ejecución y supervisión mismas); una serie de ideas claras, nobles, útiles y articuladas que se reproducen y conforman una imagen mayor, más ambiciosa, que a su vez se retroalimenta y equilibra; un auténtico compromiso con la música (generación y perfeccionamiento de instrumentistas, compositores y directores "de alto rendimiento"), y no con la inmediatez del flashazo concertístico o de la —mucho muy esporádica— contratación de una estrella.
Difícil de catalogar, Instrumenta es un proyecto anual, fundamentalmente pedagógico, que cuenta con tres vertientes: una escuela veraniega de perfeccionamiento musical, con alumnos y maestros de elite venidos de todo el mundo; un concurso internacional de dirección orquestal —el "Eduardo Mata"— y un concurso iberoamericano de composición —el "Rodolfo Halffter"—, estos dos últimos apartados con un jurado internacional (que no descuida la presencia mexicana) de primer orden. Así las cosas, el maridaje de todo esto genera clases magistrales individuales y de conjuntos con verdaderas figuras protagónicas de cada instrumento, series de conciertos con alumnos y maestros —por separado o en estimulante convivencia—, procuración y comisiones de obras por ser interpretadas durante el verano, impulso a jóvenes directores y directoras orquestales. Así de simple y coherente, de complejo y ambicioso.
Unos cuantos días pasados en la ciudad de Oaxaca, nueva y definitiva sede de este proyecto, durante el más reciente agosto, me permitieron constatar que Instrumenta ha logrado varias cosas que no parecían posibles en nuestros malogrados tiempos: 1) articular un mecanismo/proyecto inteligente que, a su vez, consta de una serie de piezas/proyectos inteligentes; 2) lograr un avituallamiento de recursos privados y públicos para algo que no desemboca en el mero relumbrón —con visita de la pareja presidencial incluida— o en un artículo de la revista Caras; 3) salir de la capital y buscar un nicho en el interior de la República (primero Puebla y ahora Oaxaca); 4) entender lo obvio, aplicar el menos común de los sentidos (el sentido común), y así asumir que, sin la formación de intérpretes de gran calidad, de compositores y de públicos, el fenómeno sonoro cabal no existe: apostar al futuro, y no a un ineludiblemente transitorio presente; 5) abrirse al extranjero, tomar de él lo necesario, lo mejor (tanto en la plantilla académica, cuanto en la matrícula).
Ya se ha dicho que resta mucho por hacer y perfeccionar en Instrumenta; sin embargo, lo visto hace unos meses en Oaxaca —en espacios que iban del precioso e impecablemente restaurado Teatro "Macedonio Alcalá", al Museo de Arte Contemporáneo, pasando por el Templo de Santa Lucía del Camino, entre otros sitios (hubo incluso un corredor sonoro callejero en el que, a través de altavoces, se escuchaba música compuesta por participantes)— es capaz de hacer renacer en uno las esperanzas musicales. Saber que en un momento preciso dan clases y tocan en una ciudad mexicana trombonistas como Christian Lindberg, contrabajistas como Stefano Scodanibbio o violinistas como Jorge Rissi resulta, hoy por hoy, inverosímil. Creer que, durante esas semanas de agosto, Oaxaca se convirtió en la capital académica musical de América Latina y que acogió a alumnos de múltiples nacionalidades, no es fácil. Pero es cierto.
Qué queda por hacer, por depurar. Varias cosas. En primer lugar incorporar Instrumenta verdaderamente a la ciudad (en general se veía poco público, mayoritariamente conformado por alumnos, maestros y turistas), integrarla y hacerla parte de lo que acontece: crear público en ella, de ella, incrementar sustancialmente la difusión. En ese sentido, los conciertos (algunos de ellos, al menos) podrían probablemente tener un perfil más didáctico y de difusión (sin que ello implique la reducción de la sanamente vasta cuota de música contemporánea que le es habitual). Y ya que se habla de los conciertos, no estaría de más trabajar con mayor profundidad y equilibrio las cuotas de maestros y de alumnos en su cartelera (evitando desequilibrios), así como en el propio número de eventos musicales para el público (entre los cuales, por qué no, podrían incluirse algunas de las lecciones magistrales). También valdría la pena reconsiderar si la voz y la enseñanza de la música vocal no deberían estar también presentes.
Instrumenta es hoy un "garbanzo de a libra" en nuestro país. Es una semilla independiente (fundamentalmente concebida, generada y sufragada desde la iniciativa privada) que parece haber germinado y que está por dar sus primeros frutos. Sólo necesita un poco de tierra (Oaxaca puede y debe dársela), de agua (privada y limpia, por favor) y de sol (inteligencia y capacidad). Y, claro, del pesticida que sanamente la mantiene alejada de las plagas burocráticas que tan fácilmente podrían devorarla.~
(ciudad de México, 1964) es promotor y crítico musical. Ha sido director artístico de la Compañía Nacional de Ópera de México, de la Casa del Lago y del Festival Internacional Cervantino.