VERNE EN DIECIOCHO LETRAS
Abogado
Julio Verne no tuvo más formación científica que su curiosidad. En plena edad de oro de las ciencias, devoraba todas las publicaciones que trajeran noticias de hallazgos e inventos. Conservó esta costumbre hasta sus últimos días.
Cuando nació en Nantes, en 1828, su madre —de una familia de trabajadores portuarios— lo vislumbró capitán de un barco. Pero su padre, un escritor aficionado, decidió que viajase a París para estudiar Derecho. Mientras preparaba allí sus exámenes finales, el futuro abogado conoció al famoso novelista Alejandro Dumas. Muchos sospechan que Verne llegó a trabajar bajo la órdenes de Dumas padre como “negro” literario. Otros aseguran que este encuentro fue determinante para que se volcara a la literatura. El propio novelista afirmó cierta vez que el Derecho no era de su agrado porque había heredado la “imaginación Allotte”, es decir, la fantasía y el espíritu viajero de su rama materna.
Barco
Una anécdota se repite en las antiguas biografías: a los once años, Verne se fugó de su hogar para embarcarse en un ultramarino pero su padre lo detuvo a tiempo y lo castigó. La anécdota —hoy se sabe— es pura fabulación de Mme Margarite Allotte de la Füye, su primera biógrafa, pariente cercana de su madre. La famosa “imaginación Allotte”, hubiese murmurado acaso el propio Verne.
Siempre al decir de Mme de la Füye, el pequeño Jules manifestó a su padre que “de ahora en más no viajaré más que en sueños”. Haya pronunciado o no esta frase, Verne no cumplió con su promesa y, siendo adulto, emprendió numerosos cruceros en yate y en buque por el mundo. “El mar, la música y la libertad” fueron sus tres pasiones. En el nombre del barco del capitán Hatteras, el Forward (o sea, Adelante), es donde mejor se sintetiza el “espíritu Verne”, o al menos el de sus héroes siempre activos.
Carrera
En el libro Le Tour de Jules Verne, Ghislain de Diesbach divide su carrera literaria en tres etapas:
a) De 1863 (se edita Cinco semanas en globo) hasta 1885. Esta etapa incluye lo mejor de su obra, con novelas magistrales como Viaje al centro de la tierra, Los hijos del capitán Grant, De la tierra a la luna, Matías Sandorf, Veinte mil leguas de viaje submarino o La vuelta al mundo en ochenta días.
b) De 1886 a 1905, año de su muerte. “Golpeado en su vida íntima por un drama misterioso, Verne ya no es el brillante escritor que fue”. Su talento decae pero su producción sigue siendo abundante y cada tanto arroja grandes novelas: Los hermanos Kip o El castillo de los Cárpatos. Esta segunda etapa se caracteriza por las reescrituras. Verne revisita su propia obra, pergeñando segundas partes que en muchos casos no había previsto al escribir las primeras. Asimismo imagina continuaciones para libros ajenos: Seconde patrie es la segunda parte del Robinson Suisse de Rudolph Myss; Le sphinx des glaces retoma las Aventuras de Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe.
c) La tercera etapa es póstuma, pero no por ello menos importante. Son sus herederos, sobre todo su hijo, quienes dan a conocer los numerosos textos inéditos, como La Chasse au méteore y Los naúfragos del Jonathan.
Desencanto
Si se comparan las primeras novelas con las últimas, resulta que el escritor optimista ha dado paso, hacia fines del siglo XIX, a un hombre desencantado. El Verne de los libros más famosos es entusiasta y liberal, cree en la bondad humana y en el bienestar ecuánime del progreso científico. Es de un “optimismo lúcido”, sostiene Diesbach, y no ingenuo, lo que le impide embarcarse —o embarcar a sus héroes— en aventuras desastrosas.
Pero en los últimos veinte años de su vida, encerrado en su “torre de Amiens” (ciudad que prefirió al bullicio de París), Verne se ha vuelto, cree Diesbach, “un filósofo amargo cuyo pesimismo se acerca en cierto aspecto al de Nietzsche”. Llama la atención una carta de 1892, dirigida a su hermana: “No me muevo de Amiens y soy uno de los pocos franceses que no ha visto aún la Torre Eiffel”.
Estados Unidos e Inglaterra
Es inversamente proporcional: cuanto más elogia Verne a los Estados Unidos, más critica a Gran Bretaña. En sus primeras novelas hay una sensación ambivalente de admiración y distancia crítica. A partir de La vuelta al mundo… (1873), la admiración y la fe del literato humanista van a parar a los Estados Unidos.
Si algo emparenta a Verne con Tocqueville es su idealización de la Nueva Inglaterra. Si algo lo emparenta al Conrad de Nostromo es cómo denuncia los excesos del colonialismo británico. “Los ingleses se sienten siempre en su casa, aun cuando se los envía a miles de leguas de su país”, escribe en Hector Servadac. Publicado en 1877, el libro es un vigoroso ataque al “egoísmo inglés”, representado por el Peñón de Gibraltar. Diez años más tarde, Verne retomará el tema de Gibraltar en un texto breve, casi panfletario, que se titula Gil Braltar y narra el ataque de una banda de simios a una guarnición británica. Para derrotar a los animales, el capitán trama un ardid: camuflado dentro de la piel de un simio muerto en las escaramuzas, toma el liderazgo de la tropa enemiga y encabeza una retirada. “Inglaterra, siempre práctica, decidió a partir de entonces enviar a sus generales más feos, para que los monos [sic] siguieran equivocándose”.
Foucault
Michel Foucault dedicó un estudio a Verne, aparecido en 1966 en la revista L’Arc. Sostiene que la mayoría de sus novelas oponen un héroe a un sabio. El sabio, casi siempre monomaníaco, encarna el mal o lo permite “sin querer o sin saber”. A los sabios de Verne siempre “les falta algo” (uno tiene, por ejemplo, un brazo artificial), y de allí se desprende un principio general: “el saber y el defecto están relacionados” en una ley proporcional, ya que “menos se equivoca el sabio, más perverso es; más positivo es, más se equivoca”. Frente al sabio, el héroe positivo encarna “la ignorancia”. Y las obras de Verne parecen responder a las siguientes necesidades: impedir que “el mundo se detenga bajo el efecto de un equilibrio que sería mortal”; encontrar fuentes de energía; descubrir; explorar; “escapar a la monotonía del reino humano”. En otras palabras, dice Foucault, “se trata de luchar contra la entropía”.
Hijo
Todos los días, de cinco a once de la mañana, escribía Verne aplicadamente. Su producción llegó a ser de dos novelas y medio por año, cuando su editor “solamente” le aceptaba dos. Al morir Verne, su hijo Michel encontró un puñado de novelas inéditas. Durante años nadie dudó de Verne hijo, cada vez que anunciaba otra obra ignota de su padre. En los últimos años, tras un estudio de Piero Gondolo della Riva, se pudo establecer que al menos dos novelas (La Agencia Thompson & Co y La asombrosa aventura de la misión Barsac) fueron casi totalmente fabricadas por Michel. En otros casos el mismo Michel intervino decisivamente alterando el plan original de Jules, como en El secreto de Wilhelm Storitz, cuya acción transportó de finales del siglo xix a mediados del XVIII. Hace unos cinco años, Gallimard publicó en Francia los textos originales de Verne —cedidos por su nieto—, con prólogo de Olivier Dumas.
Ideología
¿Anarquista? ¿Antisemita? ¿Conservador? El debate en torno a la verdadera ideología de Verne sigue abierto. En Jules Verne écrivain, Daniel Compère afirma que su ideario político se encuentra condensado en las aguafuertes del capitán Nemo, donde aparecen retratados Lincoln, Washington, John Brown, el héroe polaco Kozciusko y el “defensor de Irlanda” O’Connell.
Según Compère, Verne fue un “idealista romántico”, ni anarquista ni conservador. Puede ubicárselo como parcialmente partidario del conde Claude Henri de Saint-Simon, sobre todo cuando funda —en la tradición utopista— sociedades y ciudades enteras donde la convivencia es armónica: France-Ville, Coal City, Antekirtta, etcétera. Un reconocido saintsimonista como el fotógrafo Nadar fue su íntimo amigo y aparece homenajeado en De la tierra a la luna, bajo el traslúcido anagrama de Ardan.
Keyserling
Aunque Verne nunca retrató a los alemanes con demasiado cariño, fue en ese país donde primero fue considerado como algo más que un “autor para jovencitos”. Hacia 1930, el filósofo Hermann de Keyserling lo ponderaba como uno de los escritores que “más influyeron en el pensamiento alemán de los últimos años”. Por la misma época, el francés Raymond Roussel sostenía en una carta a su amigo Eugène Leiris (padre de Michel Leiris) que Verne “es el más grande genio literario de todos los siglos” y que “es monstruoso hacer leer sus novelas a los niños, del mismo modo que hacerles aprender las fábulas de La Fontaine, tan profundas que incluso pocos adultos consiguen apreciarlas”.
A pesar del entusiasmo de escritores como Michel Butor o J.M.G. Le Clézio (para quien los viajes extraordinarios son la Iliada y la Odisea de estos tiempos), la obra verniana pervive relativamente al margen de la tradición canónica francesa. Un ejemplo palpable: la colección de La Pleiade, algo así como la “biblioteca panteón” de Francia, incluye a Julien Green, Albert Cohen, Jean Giraudoux o Jules Renard, pero no a Verne.
Luna
Julio Verne escribe en 1864 un detallado artículo sobre su admirado Edgar A. Poe. Allí lamenta que para narrar “las aventuras de un cierto Hans Pfaal que partió a la luna”, el autor no se hubiese documentado lo suficiente. Todo lo contrario hará él un año más tarde, puesto a escribir De la tierra a la luna. Su método consiste en —palabras suyas— “abundantes apuntes tomados de toda suerte de libros, periódicos, revistas o reportes científicos”. Para esta novela, lo mismo que para Autour de la lune (1869), Verne se vale de un estudio de Camille Flammarion (La pluralité des mondes habités, 1862) y de la ayuda de su primo Henri Garcet, profesor de matemáticas especiales en París.
Misoginia
Todas los biógrafos describen a Verne como un misógino empedernido. ¿Por qué hay tan pocas mujeres en sus libros?, le preguntó un periodista inglés. Respuesta: “El amor es una pasión tan absorbente que deja muy poco lugar para otra cosa en el corazón de un hombre. Mis héroes necesitan todas sus facultades, toda su energía, y la presencia en su entorno de una mujer encantadora impediría la realización de sus gigantescos proyectos”.
Pese a las frecuentes loas al celibato que se encuentran en sus páginas, Verne se casó en 1856 con una joven viuda de 26 años, Honorine Devianne, madre de dos niñas de uno y tres años. Cuenta Diesbach que en la boda (“por distracción o como broma”) el novio llevaba “guantes negros”. Se ha dicho que Verne abandonó a su esposa encinta para viajar a Noruega con su amigo Hignard y que sólo regresó para el parto de su hijo Michel, el 4 de agosto de 1861. Los últimos trabajos desmienten esta historia y ubican el famoso viaje un año más tarde. Lo cierto es que Verne emprendió por entonces numerosos cruceros y que nunca lo acompañó Honorine sino, la mayoría de las veces, su hermano Paul. “Ah, si tú y yo fuésemos libres, ¡qué vida!”, le escribe a su hermano en una carta, a la vuelta de uno de estos viajes.
El problema de la vida sentimental de Verne es un enigma que muy pocos biógrafos se han atrevido a tocar. En su libro, De la Füye indica que hacia 1886 el novelista “lucha contra una profunda tristeza” y que “fuera de su casa es feliz; en su casa enmudece y se encierra en una angustia secreta”. La fecha es llamativa porque en marzo de ese año ha muerto su editor, PierreJules Hetzel. Algunas de las más recientes obras sobre Verne (como la de Marcel Moré) insinúan una relación homosexual con Hetzel, que antes de editor fue escritor y llegó a publicar bajo el seudónimo de P. J. Stahl. “Hace mucho que no frotamos nuestras epidermis, uno contra el otro”, dice una carta escrita por el novelista a su editor.
El mismo año, 1886, ocurre un episodio que no todos los biógrafos atinan a explicar del mismo modo. Un sobrino de Verne, Gastón, le dispara y acierta una bala en una pierna. La versión oficial del hecho es que Gastón ha sido víctima de una “fiebre cerebral”. Se lo interna en un asilo. Sabemos por Mme de la Füye que en los meses siguientes Verne se dedicó a quemar papeles personales, especialmente muchas cartas.
Profeta
A grandes rasgos, hay dos modos extremos de juzgar a Verne: como una suerte de profeta visionario que anticipó el futuro (se ha llegado a publicar un libro que lo compara con Nostradamus) o como un hombre de su tiempo que analizó como pocos las líneas que trazaba el presente, imaginando desarrollos y advirtiendo problemas. Casi todas las indagaciones serias sobre su obra, provengan del campo literario o científico, concluyen esto último. El mito de “novelista profeta” tuvo su esplendor en los años cincuenta y sesenta, en el lapso que va desde el cincuentenario de su muerte hasta la misión Apollo XI. A este mito contribuyó también un libro publicado en 1936 y la divulgación de un apotegma (“Todo lo que un hombre es capaz de imaginar, otros hombres serán capaces de realizarlo”) supuestamente incluido en una carta del novelista a su padre; una carta que Daniel Compère y otros investigadores aseguran que Verne jamás escribió.
Diversos trabajos aparecidos en las últimas dos décadas han relativizado el rol de “inventor” de Verne. Bajo esta óptica, su obra es menos una predicción que una veloz e inteligente aplicación de los tanteos pioneros en diversos ámbitos. El Nautilus (1869) refleja los primeros proyectos de máquinas submarinas que datan de 1802 y se desarrollaron entre 1850 y 1860. Las proyecciones de Orafnik (1892) se basan en el kinetoscopio, inventado en 1890. El Albatros de Robur (1886) hunde sus raíces en el helicóptero pionero de Ponton d’Amécourt, de 1863. Y cuando Verne escribe entre 1860 y 1863 su novela París en el siglo XX (rechazada en vida por Hetzel y dada a conocer recién en 1994), existen ya el proyecto de tren subterráneo (1855), el “pantelégrafo” de Caselli (1859) y los “gaz-cabs” de Etienne Lenoir (1859-61).
Robida
Si H. G. Wells es el verdadero padre de la ciencia ficción y la literatura de anticipación, el escritor y dibujante francés Albert Robida (1848-1926) verdaderamente merecería el título de abuelo del género, mucho más que Verne.
¿Verne se inspiró directamente en los libros de Robida y otros autores de la época como André Laurie o Louis Bousenard? Un relato de Verne, “La journée d’un écrivain américain en 2889”, presenta enormes semejanzas con los dos libros más famosos de Robida: El siglo veinte (1883) y La guerra en el siglo veinte (1887). Los libros de Robida desbordan de humor e imaginación. En El siglo veinte, la gente viaja en aeronaves-ómnibus que vuelan “a la altura reglamentaria de 250 metros”. Hay casas de doce pisos al borde del Sena. El antiguo bosque de Boulogne se ha cubierto de fábricas y ciudades obreras. La última locomotora dejó de funcionar en 1915 y está expuesta en el Museo de Cluny “con todas las reliquias de la Edad Media”. Los viejos clásicos de la literatura se leen abreviados en las escuelas (“literatura concentrada”, escribe Robida) y los resúmenes dicen: “HOMERO, autor griego. GENERO: prosa épica. SEÑALES PARTICULARES: ciego”. Las mujeres se vuelcan a la política y al periodismo; hasta se ven duelos de espada femeninos. Los Estados Unidos envían “legiones de predicadores” con el fin de “catequizar Inglaterra y convertirla al mormonismo”. Como Italia ha sido vendida para hacer allí un enorme Parque Europeo, en Uruguay se funda la República Italiana de la Nueva Roma, que muy pronto entra en guerra con el Imperio Argentino y “necesita dinero para continuar con el sitio de Buenos-Ayres [sic]… qué caros son los sitios”. Más sombrío, La guerra en el siglo veinte anticipa aspectos de la Primera Guerra Mundial: no sólo los escuadrones aéreos sino las armas químicas, ya que los militares operan codo a codo con “ingenieros químicos” y lanzan “bombas asfixiantes” y “bombas con microbios”.
Siglo XXIX
Ningún texto de Verne se aventura tanto en el futuro como “La journée d’un journaliste américain en 2890”, un relato escrito en 1888 a pedido de la revista norteamericana The Forum. Los hombres del siglo XXIX, escribe Verne, viven en “ciudades modernas con largas vías de cien metros, con altas casas de trescientos metros de alto donde la temperatura es siempre igual, y bajo un cielo surcado por miles de aero-cars y aero-ómnibus”. Las grandes metrópolis llegan a albergar diez millones de habitantes. Universal-City es “la capital actual de los Estados Unidos de las dos Américas”. La gente cruza el Atlántico a través de tubos neumáticos de alta velocidad (lo mismo ha imaginado Robida un par de años atrás) y el mundo tiene tres grandes potencias: Rusia, Estados Unidos y Francia, más la “amenaza” de la China, país en el que se intenta restringir la natalidad. En cuanto a Inglaterra, ha perdido todas sus posesiones (¡excepto Gibraltar!) para convertirse en una colonia norteamericana.
Teoría científica
Escribe Jean Chesneaux en su libro Jules Verne, une lecture politique que lo esencial de muchos viajes extraordinarios descansa sobre la idea de una teoría científica: el capitán Hatteras quiere verificar la existencia de un mar libre en las regiones polares árticas; en Viaje al centro de la tierra se trata de examinar la validez de la “teoría del fuego central”; en La estrella del sur el objetivo es demostrar la posibilidad de la síntesis en laboratorio del diamante. La ciencia, omnipresente en la obra verniana, es como una piedra de toque que ofrece posibilidades. Y de todas las ciencias, la favorita de Verne era sin duda la geografía, al punto que llegó a completar una Geografía ilustrada de Francia en dos volúmenes.
Universo
El subtítulo de los viajes extraordinarios habla de “mundos conocidos y desconocidos”. La obra de Verne presenta un universo en expansión, donde todas las fronteras parecen flexibles, donde la aventura se ampara en las nociones de futuro e infinito. “Esta historia no es fantástica, es sólo novelesca”, escribe en su prólogo a El castillo de los Cárpatos. “Somos de una época en la que todo ocurre; casi podríamos decir que todo ha ocurrido ya”. Las novelas de Verne hacen viajar a sus lectores a la luna, al espacio, al fondo del océano o al centro del planeta, pero sobre todo agotan la geografía terrestre: la India (La casa a vapor), la China (Las tribulaciones de un chino en China), Oceanía (Mistress Branican), África Central (Cinco semanas en globo), Rusia y Europa del Este (Miguel Strogoff).
Hay varias obras de Verne ambientadas en América Latina, entre ellas El faro del fin del mundo con su travesía al Cabo de Hornos, La Jandanga, Le Superbe Orénoque o En Magallanie. Su primera obra de ficción publicada se llama Los primeros navíos de la marina mexicana y data de 1851; un año después escribe Martín Paz, historia que transcurre en Perú y narra el amor imposible entre el hijo de un indio y una española.
Versos
Los poemas que Verne compuso en su juventud, rescatados siglo y medio después por Christian Robin, son en su mayoría poemas de amor, aunque también hay curiosos sonetos dedicados al cancán, al hospital, a la medicina homeopática y a los barcos a vapor. Difícil reconocer al Verne novelista salvo en algunos versos aislados de este último soneto: “Ahora el vapor está a la orden del día/ todo funciona con su ayuda, ¿es un bien para el mundo?/ para elegir bien en esta tierra donde todo abunda/ hace falta apurarse, mientras se viaja”.
Zola
Mientras que Emile Zola quería hacer algo científico con la literatura, el proyecto de Verne —hacer literatura a partir de la ciencia— dibuja casi el movimiento contrario. No únicamente esto enfrentó a ambos novelistas. Cuando estalló el caso Dreyfus, Zola enseguida tomó partido por su defensa y escribió el famoso Yo acuso, mientras que Verne adoptó una rabiosa postura “antidreyfus”. Ni uno ni otro alcanzaron a ver el final del caso, cuando Alfred Dreyfus fue perdonado por la Cour de Cassation. Zola falleció cuatro años antes, en 1902; Verne murió en marzo de 1905, en su refugio de Amiens. –