Puede ser. Es probable que la debacle electoral que sufrió el Partido Demócrata en las elecciones parciales del 4 de noviembre se haya debido, en gran parte, a factores fuera del alcance del presidente Obama. Ha sido una constante que la abstención en las parlamentarias sea mucho más alta que en las elecciones presidenciales. En 2014 la abstención fue altísima: la tasa nacional promedio de votantes fue de apenas 33.9%, y en distritos azules, fundamentales para los demócratas, como Nueva York, el porcentaje de votantes fue de apenas 28.8. Es cierto también que en las elecciones parciales, la base dura de los partidos sale a votar, a costa de los moderados y centristas, descontentos o dudosos, que se quedan en su casa.
Los votantes republicanos radicales —hombres, blancos y mayores— acudieron a las urnas. Los jóvenes, las minorías y las mujeres, que apoyan a los demócratas votaron en menor número. Es verdad, asimismo, que después de seis años el partido en el poder pierde votos tan solo como resultado natural del desgaste que implica gobernar.
Es cierto también, que los republicanos no tuvieron empacho en rediseñar las fronteras de los distritos electorales en los estados donde obtuvieron mayorías en los congresos en 2010, de tal forma que es casi imposible que en esos distritos pierdan sus candidatos. Por lo demás, la vieja guardia republicana recuperó el control sobre el partido, dejó en el camino a candidatos impresentables e invirtió millones de dólares en una campaña con una sola estrategia, simple pero efectiva: oponerse a lo que el presidente propone y culparlo por todos los problemas del país.
En un clima de polarización política sin precedentes, muchos compraron el mensaje republicano. Oculto en el trasfondo hay, por supuesto, un racismo latente o abierto que sigue encontrando eco entre los muchos que no han podido digerir que un negro ocupe la Casa Blanca y lo han castigado por ello en las urnas. Todo esto explica mayormente por qué, a pesar del repunte de la economía y de la baja en el desempleo, Barack Obama reprobó el referéndum implícito de su gobierno el 4 de noviembre.
Pero nada parece explicar el misterio del descontento con Obama que permea aún a la base dura de los votantes demócratas. Hasta que se analiza de cerca la relación de la Casa Blanca con esos sectores. Nada ejemplifica mejor los errores que ha cometido Obama y que alejaron de las urnas a sus seguidores que sus actitudes y políticas frente a los inmigrantes hispanos.
En un artículo reciente, Noam Scheiber*, recorre las entretelas de la relación entre las organizaciones hispanas y la Casa Blanca. Lo que sucedió nada más en 2014 deja al descubierto las causas de la abstención de los votantes hispanos en noviembre. En marzo, cuando cualquier posibilidad de una reforma migratoria fue rechazada por los representantes republicanos, los latinos pidieron al presidente que protegiera a los inmigrantes ilegales de la deportación a través de una orden ejecutiva.
Obama se negó —en ese terreno “no tenía autoridad para actuar él solo”, dijo—. Cuando Janet Murguía, la presidenta del Consejo Nacional La Raza, rechazó su posición y lo calificó con toda justicia, dado el número de ilegales deportados en su gobierno, de ser el “deporter-in-chief”, Obama reunió a las organizaciones hispanas y regañó a sus representantes por horas, sin escucharlos.
La relación se deterioró sin remedio: pocos líderes hispanos siguieron dispuestos a apoyarlo incondicionalmente. Todos sabían que la negativa de Obama a firmar una orden ejecutiva era nada más una maniobra electorera para no perder votos entre los que se oponen a una reforma migratoria. Una táctica no solo torpe, sino equivocada, porque el presidente no ganó ningún voto y perdió el de los hispanos.
Después del niño ahogado, y para tapar el pozo del costo en votos cruciales perdidos que podría pagar el candidato demócrata en 2016, Obama ha proclamado que siempre sí: si tiene la autoridad para firmar una orden ejecutiva que proteja a los inmigrantes indocumentados. ¿A alguien le sorprende la abstención de los hispanos?
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.