¡Que se mueran los intelectuales! de Armando González Torres

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A partir del ascenso de ideologías que confrontaban el ideario de la Ilustración, denunciándolo como un programa reaccionario y burgués, la batalla entre los abogados iluministas y sus detractores ha constituido una constante del debate intelectual. Más que una eventual escaramuza, se libra una pugna entre quienes arguyen que los principios de la Razón occidental aún fungen como un oriente en continuo movimiento —recordemos la tesis de Jürgen Habermas de la modernidad como un proyecto inalcanzado— y los críticos del proyecto, sea por motivos ideológicos —el marxismo y sus derivados— o bien por discusión filosófica —las variopintas actitudes de la posmodernidad.
     En ¡Que se mueran los intelectuales!, González Torres brinda su personal defensa de los ideales ilustrados y la crítica de las mistificaciones del pensamiento mediante cinco apartados en los que el autor se presenta como un pesimista tolerante que defiende los valores de los clásicos, menos porque atienda a una axiología “humanista” y más por la personal apropiación que el lector puede efectuar de las andanzas de los personajes memorables —memorables porque sus peripecias y derroteros vitales nos instruyen y alertan sobre los peligros de la existencia—, un poco en la veta explorada por Fernando Savater.
     En las primeras dos secciones, González Torres defiende la lectura precisamente por sus elementos intrínsecos de reflexión y de conocimiento de uno mismo; una cualidad ética. Cierto que el origen de varios de los ensayos perifrásticos fue la reseña y por ello acaso resuenen ecos de la pugna entre modernos y posmodernos, pero el volumen, más que incidir en un escenario donde el combate luce concluido, nos alerta con precisión sobre la amenaza de la estupidez y de uno de sus rostros más frecuentes: la impostura.
     Defensa del libre albedrío, del raciocinio y de la vocación literaria, ¡Que se mueran los intelectuales! traza un boceto de los peligros que aquejan la cultura, en especial la vinculada al saber humanístico. Con todo, una atenta revisión nos muestra un desequilibrio compositivo. El volumen buscó ser una suerte de breviario en torno a actitudes intelectuales, al modo de De los libros al poder de Gabriel Zaid; no obstante, un lector exigente puede reprochar que las secciones que en rigor deberían ser más abstractas y reflexivas, por abordar temas generales y actualmente controvertidos (la validez de los clásicos, la situación de la lectura en una época dominada por otros medios de comunicación), son justamente las que menos permiten conocer el pensamiento del autor. Nos enteramos, claro, de que lee a Bloom, a Steiner, a Christopher Lasch, pero, salvo detalles, las opiniones sobre el porvenir de la lectura, la necesidad de los clásicos o la impugnación de los mandarines nihilistas parecen vicarias: mero escolio al libro examinado.
     Lo mejor del volumen no es que trace un mapa de los focos rojos donde se embosca a la razón occidental, sino su trabajo de descripción de la vida intelectual y el papel que juega en la sociedad. Como si fuera una especie de gozne, la sección “Retratos ejemplares”, semblanzas de escritores que han confrontado las creencias de la sociedad de su época y cuyas ideas han defendido con su actitud, permite el tránsito hacia las dos partes finales del libro y sin duda las que le otorgan una validez más allá de la reunión de crónicas periodísticas. “Bestias negras” reflexiona sobre temas que a menudo soslayamos en la discusión contemporánea, y sin embargo son determinantes: la bohemia y su desaparición, la petrificación de la contracultura, la busca de la felicidad y del placer como objetivo vital. Es, con todo, “El arte de la envidia”, una sección compuesta por ensayos escritos en clave irónica, el mejor punto del libro. Con elegancia que revela al lector de Julio Torri y con sapiencia de observador de los salones palaciegos —y las cantinas, ya que González Torres brinda su compañía y conversación a tertulias diversas—, el autor concede ensayos ejemplares por su calidad escritural, a la vez que retratos y registros que describen la vida literaria. Y si evoco nombres, títulos, es porque en la obra de González Torres se percibe una genealogía: Torri, Paz, Zaid, José de la Colina, Enrique Serna.
     Elogio de la tolerancia, admonición de los peligros de la sinrazón, risa socrática sobre los hábitos y costumbres en la vida literaria mexicana, además de la vocación literaria, ¡Que se mueran los intelectuales! es un libro híbrido, mezcla de filosofía, sociología y ensayo literario, que recuerda, en una época de valores convulsos donde pardos gatos se confunden con las sombras, que las decisiones son personales y que a menudo la lucha con el demonio se libra en el interior de uno mismo. Un elegante y erudito espejo donde contemplar nuestras actitudes. –

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(Minatitlán, Veracruz, 1965) es poeta, narrador, ensayista, editor, traductor, crítico literario y periodista cultural.


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