Al principio de Las muertas hay una advertencia: “algunos de los acontecimientos que aquí se relatan”, dice, “son reales, todos los personajes son imaginarios”. “Los acontecimientos” son el caso de las Poquianchis, uno de los más memorables en la historia criminal de México. Descubrir los datos no fue cosa fácil, porque sobre las mentiras que la prensa dijo y las verdades que olvidó decir se podría escribir otro libro más escandaloso que el que se escribió. El expediente legal del juicio tiene más de mil hojas, tamaño oficio, escritas por las dos caras a renglón seguido. Algunas de las declarantes tienen hasta cuatro nombres de pila –A, alias B o C, también conocida como D–, otras se presentan con tres pares de apellidos; en cambio, nadie pudo recordar el nombre de una de las muertas. Leí los periódicos y parte del expediente, pero no entrevisté a ninguno de los protagonistas.
Un suceso semejante al ataque a la panadería que ocurre en el primer capítulo del libro aparece en las actas, lo mismo que el pasaje del segundo en el que las hermanas le piden al amante de una de ellas que las lleve, en su coche, a dejar un cadáver en la carretera. De las relaciones entre los modelos reales de Serafina y Simón Corona, no aparece en el expediente más que la siguiente frase: “vivía con ella a veces y a veces no, porque ella tenía un carácter muy difícil”.
Ocurrió en la realidad que fue aprobada una ley que prohibió la prostitución en Guanajuato y que las hermanas González Valenzuela se mudaron con sus mujeres a Lagos, en donde ya desde antes habían abierto un cabaret; también ocurrió que ese último burdel fue clausurado a fines de 1963 a consecuencia de un incidente en el que perdió la vida el hijo de una de las hermanas. Aparece en las actas que las hermanas regresaron de noche, en coches de alquiler, al estado de Guanajuato y que vivieron durante varios meses con veintitantas mujeres en uno de los burdeles que había sido clausurado y cuyas puertas estaban selladas. En las declaraciones dice que el capitán Águila Negra hizo este viaje sentado junto a la ventanilla del primer coche, con la gorra puesta, “por si había alguna dificultad con la policía”, dice también que iba apretujando a las mujeres que viajaron con él. Las González Valenzuela –las Baladro de la realidad– trataron durante mucho tiempo, por medio de coyotes y de licenciados, de conseguir una licencia para abrir un negocio en Jalisco, en donde es permitida la prostitución, pero no lograron su intento.
La muerte de Blanca –y su nombre– está en las declaraciones: una mujer, el cadáver más antiguo, tuvo hemiplejía, trataron de curarla aplicándole plantas calientes hasta que la mataron y cuando vieron que se estaba muriendo trataron de revivirla dándole a beber Coca-Cola. Las mismas que trataron de curarla la enterraron sin que las otras mujeres de la casa se dieran cuenta de lo que había pasado. La vida de Blanca, su carácter y los dientes de oro, son ficción. Dice en las actas que dos mujeres murieron al caer de un segundo piso durante un pleito, que otra murió “a chancletazos” que le dieron sus compañeras, y que otras fueron muertas a tiros cuando trataban de escapar. También aparecen en las actas los zopilotes, que fue imposible ahuyentar. Casi todo lo demás que aparece en el libro es ficción. ~