Vicente Rojo en Barcelona

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Del 20 de septiembre al 3 de noviembre, la sala de arte Artur Ramon de Barcelona presenta una nueva exposición de Vicente Rojo, el gran pintor mexicano. La muestra, titulada Escenarios: 35 x 35 x 35, está compuesta por 35 gouaches de igual formato y tamaño, ordenados en siete pequeñas series, cada una de cuatro cuadros, excepto la primera, integrada por once.
     Nacido en Barcelona en 1932, desde su llegada a México en 1949 Rojo asume progresivamente su mexicanidad, integrándose muy pronto y de manera plena en la vida artística y cultural del país. En la actualidad, es considerado miembro esencial de la generación de pintores mexicanos que rompieron con la tradición de los grandes muralistas (Orozco, Rivera y Siqueiros), y su obra, junto a la de José Luis Cuevas, Alberto Gironella, Francisco Toledo o Gunther Gerszo, está en la base de la renovación de la plástica mexicana moderna.
     Aunque la obra artística de Rojo ha ido alcanzando en los últimos años en España el justo reconocimiento del público y de la crítica, apenas se conoce en nuestro país la enorme relevancia que su figura ha tenido en la cultura mexicana de las cuatro últimas décadas. Desde una extraordinaria pluralidad de actividades que van de la pintura, el grabado y la escultura al diseño gráfico, la edición y la tipografía, Rojo ha sido, con proverbial discreción, impulsor en México de numerosas empresas culturales. Director artístico, ya en los años cincuenta, de revistas y suplementos tan importantes como Artes de México o México en la Cultura —al que no se dudó en calificar como "el mejor suplemento cultural de América Latina"—, ha sido también el responsable del diseño gráfico de revistas tan emblemáticas en México y en todo el ámbito hispánico como Plural o Vuelta, de un periódico tan presente en la vida política y cultural de México como La Jornada, así como de muchas cubiertas de libros de las mejores editoriales de esa nación; sin olvidar que él mismo fue cofundador en 1960 de la editorial Era, de la que desde entonces es miembro del consejo editorial y director artístico. Hay además en la pintura de Rojo, como en la de otros grandes creadores de nuestro tiempo, un constante y extraordinario diálogo con la poesía que se remonta casi a los orígenes de su obra y que continúa vivo en la actualidad. Fruto de ese diálogo son los libros realizados en colaboración con poetas como Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Álvaro Mutis, David Huerta o Alberto Blanco y, entre nosotros, con José-Miguel Ullán y Andrés Sánchez Robayna. De esa presencia de Vicente Rojo en la cultura mexicana de la segunda mitad del siglo xx —que difícilmente se podría resumir aquí con justicia— dan perfecta cuenta las palabras que hace unos años le dedicó el escritor Carlos Monsiváis: "Hoy, en el variado panorama del diseño gráfico, de la industria editorial y de la difusión cultural, Vicente Rojo ocupa un sitio especial.

Es el precursor, y es el continuador y es el renovador. El gusto esencial, el tacto y el rigor en la aplicación del estilo, son características personales que él ha convertido en aportaciones a nuestro desarrollo cultural".

Desde 1965, la pintura de Rojo se ha construido a partir de un trabajo seriado. El pintor parte en cada serie de un esquema plástico determinado, de una estructura cerrada —y sin embargo "abierta a todo lo imprevisto"— en la que trabaja y profundiza y a la que intenta arrancar desde su voluntario ascetismo toda su expresividad. La serie en la que Rojo está inmerso desde 1989 se titula Escenarios, nace inmediatamente después de México bajo la lluvia, y abarca casi toda la década de los ochenta; Antonio Saura la calificó como "uno de los conjuntos más extraordinarios del arte iberoamericano". En distintas ocasiones, haciendo referencia a esta forma de trabajo seriado, Vicente Rojo ha señalado que su pintura es "un trabajo en rotación". Esa concepción, aunque formulada por el autor hace años, puede ser muy reveladora también hoy para el espectador que visite la exposición recientemente inaugurada en Barcelona: "Me pongo a trabajar enfrente de quince telas. En realidad yo proyecto y pinto al mismo tiempo, así que cada exposición es, en definitiva, casi un solo cuadro […] no siempre las formas llegan a los cuadros que empezaron, a veces aparecen en otros cuadros, van girando. Casi siempre mi trabajo es así, en rotación". Si en exposiciones anteriores la visión de extrañas ciudades laberínticas se le ofrecía al espectador desde arriba, desde el aire, ahora el pintor entra y nos deja entrar en ellos. Las formas de aquellas arquitecturas —pirámides, columnas, monumentos— no conforman ahora "ciudades", sino que se aíslan en el cuadro, se hacen accesibles y adquieren un mayor protagonismo. Los escenarios se han hecho íntimos; siete breves "jardines" —interiores, de piedra, secretos, urbanos, junto al mar…— en cuyo ámbito Rojo se abre de nuevo al misterio de la pintura, de su instante incendiado y de su metamorfosis. Las formas estáticas, firmes y definidas, de estos cuadros, muchas de ellas asociadas al número cuatro (cuadrículas, formas cúbicas), como el propio formato de los cuadros y el número de cuadros de cada serie, contrastan con las formas dominadas por la línea curva: columnas, cilindros, conos, formas circulares y, sobre todo, esferas. ¿Cuál es la verdad íntima de esta geometría? Juan García Ponce supo expresarlo hace años con clarividencia: "La más profunda intención de la pintura de Vicente Rojo es la revelación de la materia como un elemento vivo, eternamente cambiante, en transformación perpetua, siempre nuevo, otro y el mismo en todo momento, a través de la sensibilidad del creador". –

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