Cuando el príncipe Harry, tercero en la línea de sucesión al trono del Reino Unido, apareció vestido y con una muy llamativa esvástica nazi a la usanza de los afrikancorps de Rommel, la opinión pública inglesa entró en estado de shock. Me parece ligeramente comprensible: después de todo, más de cuatrocientos mil británicos fallecieron en el conflicto de mediados del siglo XX, que incluyó el asesinato de seis millones de judíos a manos de hombres uniformados como el sonriente príncipe inglés. En efecto, el pelirrojo playboy no parece un digno sucesor de la casa real del valiente Jorge VI, aquel que caminaba entre las ruinas de Londres mientras los aviones alemanes sobrevolaban la capital inglesa.
Pero hay que poner todo en su digna proporción y comprender al pobre muchacho. Después de todo, Harry es nieto del príncipe Felipe, el mismo que, en 1986, advirtió a un grupo de muchachos ingleses que estudiaban en China que, de permanecer mucho tiempo en el Oriente, corrían el riesgo de regresar a casa con “ojos de alcancía”. Por si el abuelo fuera poco, Harry seguramente habrá sido testigo de los desmanes de su tía Sarah Ferguson, la duquesa de York, que gustaba de tomar el sol en Francia con los senos descubiertos mientras, casada con el tío Andrés de Windsor, chupaba los dedos de los pies del tejano Steve Wyatt. Aunque, para escándalos, pocos como los protagonizados por los padres del despistado en cuestión. La malograda princesa Diana se dedicó a sufrir de manera interminable durante los años en que estuvo casada con Carlos, príncipe de Gales. Hundida en el dolor, la princesa se dio tiempo para coquetear con el vendedor de autos James Gilbey y enamorarse perdidamente del capitán James Hewitt. ¿Y qué decir del mismísimo príncipe de Gales, la figura masculina de mayor peso en la vida de Harry? Éste es un hombre mejor conocido por sus acuarelas, su afición a la caza y su perenne infatuación con una mujer casada. Cuando Harry tenía apenas unos años de edad, Carlos de Gales habría de sufrir la madre de todas las humillaciones, cuando la prensa británica dio a conocer una cinta en la que, durante una conversación telefónica con su amante Camilla Parker-Bowles, el príncipe confesaba su ardiente deseo de reencarnar en “tampón” para vivir dentro de la susodicha señora. Tremenda sorpresa, imagino, se habría llevado el señor Parker-Bowles de haberse cumplido el principesco deseo.
Con todo esto, al ver las fotos de “Harry el nazi”, uno no puede más que preguntarse, al más puro estilo inglés: Is it any wonder? –
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.