Elogio (de Cuco Sánchez) y desprecio (de la vida)

Algo le hace falta a Cuco Sánchez para volverse una leyenda, será que no explotó su propio personaje, que no tuvo novela personal sino solo existencial, que se escondió detrás de su repertorio.
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Ver a Cuco Sánchez, pero desde el ahora, desde otra perspectiva es imposible; quién sabe si se parezca a él mismo. Antes era un compositor introspectivo, con un repertorio en el que el mariachi era el testigo del hundimiento del intérprete en la tristeza; la tristeza que es como el remolino que se abre en el centro de uno mismo por el cual uno desciende y conoce una tragedia. Pero que no dure mucho, tres minutos a lo más porque si no, no es negocio en la sinfonola. Antes era el compositor que se interpretaba a sí mismo, acompañado solo de una guitarra y de su jactancia, y la canción ranchera era el medio, un género que había sido algo escenográfico en los años 30, pero que comenzaba a ser una expresión existencial, un género que tuvo que construirse para no ser rebasado pues apenas sirvió para contener tragedias individuales como la de Lucha Reyes, ¡por poco y se rompe!, pero en el caso de este compositor, más bien: nihilismo, desprecio por el sufrimiento, aunque a veces casi llega a la desesperación, solo que se detiene antes, como ante un abismo, lo contempla, se da cuenta de que le faltan las palabras, se retrae, un repertorio lleno de puntos suspensivos.

En retrospectiva, algo le hace falta a Cuco Sánchez para volverse una leyenda, será que no explotó su propio personaje, que no tuvo novela personal sino solo existencial, que se escondió detrás de su repertorio. Su repertorio, un largo monólogo, ideas que se pasean encerradas en la cárcel de las estrofas, estrofas en las que florecen flores que parecen salidas del mundo de la tradición popular. Como Cuco Sánchez nació en pleno campo, cerca de Altamira, Tamaulipas, durante la Revolución –su padre era pagador del Ejército Constitucionalista, y su madre, soldadera– llevó siempre la añoranza de ese periodo, de los cantares frente a las fogatas, una noche de campamento, lo que hace que sus letras estén tan impregnadas de una idea de mundo solo concebible en este contexto: la tradición oral, la idea de la vida como un camino sin rumbo, los refranes como grandes verdades, la desposesión como gran certeza. Anda por la vida como el viento que corre alrededor de este mundo, anda entre muchos placeres, pero no es suyo ninguno. La voz que habla por las canciones de Cuco Sánchez es la del trovador que va por los caminos, que extrae sus convicciones de su trashumar. Algunos nada más lo presentían, pero otros sí sabían que este compositor grabó su disco de blues, Cuco Sánchez Blues, que lo acompañó entonces el conjunto de Fernando Z. Maldonado, que no es propiamente blues sino algo cercano a la balada. Despierta muchas expectativas, porque qué interesante que fuera un Muddy Waters con sombrero de charro, una especie de lamento pero no que evocara a los algodoneros negros, sino a nuestros campesinos, y no, no hay eso en este disco; sin embargo, hay espacio para meditar sobre este tema.

Por un lado, que Cuco eligiera cantar acompañado solo de una guitarra (como los viejos bluseros), que su gran lamento sea una lenta canción en cuatro cuartos, Arrieros somos, y que también se haya decidido a grabar canciones de los Beatles en español con arreglos muy parecidos a los de su disco de blues. Quizá entonces faltaba un público que le exigiera seguir por ese camino, pero no deja de revolotear esa palabra… blues, en la portada de su disco, en su sentimiento de profunda tristeza. Pero no quiero extralimitarlo. Su mundo es otro, y mis meditaciones, el mío. Mejor entremos a su escenografía, el mundo de La Cucaracha, la cinta en donde aparece con María Félix y Dolores del Rio, el mundo de La escondida, novela de Miguel N. Lira, dirigida por Roberto Gavaldón. Este director le dijo a Cuco: “Escuché unas coplas cantadas por un campesino: De plata ha de ser la cama, de oro las cabeceras, ¿por qué no le haces un arreglo para ponerla en alguna escena?” Que la canción tuviera un lugar distinguido fue idea de José Revueltas, guionista de la cinta. Solo que Cuco Sánchez se decidió por hacer de piedra su cama, donde duermen los que no tienen rumbo o los personajes como José Revueltas. Y la interpretación del compositor, notable, como lo fue siempre. Grabó sus canciones por una idea de la marca Columbia, que decidió que sus compositores interpretaran sus propias obras. Fue el caso de José Alfredo Jiménez, quien también creó un estilo de cantar. Cuco se decidió por una sola guitarra, por una interpretación más ensimismada aunque intensa.

El escritor colombiano Daniel Samper Pizano escribió con razón: “Nos enseñó a llorar en voz baja”. Presiento, al escucharlo, que el estilo de Chavela Vargas le debe mucho a Cuco Sánchez, por lo menos en sus inicios. Lo saben quienes iban a escucharlos, en las noches, por los sitios de la ciudad, de la colonia Roma, de la Zona Rosa. Por otra parte, quién sabe qué caminos transitaban los filósofos de entonces, los que trataron de explicar la identidad nacional (cuando este tema era una preocupación), pero si estudiaron la Historia, tal como Caso, Ramos o Paz, o bien manifestaciones de la alta cultura (Uranga con López Velarde), también lo debieron de haber hecho con la canción popular. Pienso que habría salido un gran texto de las inferencias en la obra de Cuco, de sus componentes estilísticos, de su visión de la vida, la visión obsesiva del amor, su paso de lo universal (el mundo, ese gran puerto donde unos llegan y otros se van) a lo particular (ahora me toca a mí marchar). Ah, y ese espectacular desdoblamiento que es Fallaste, corazón, en donde se habla a sí mismo dirigiéndose a su corazón, seguro que daría para un capítulo sobre el desgarramiento del ser.

Pero ya he andado mucho por las ramas de la interpretación, así que me gustaría recordar un elogio. Cuando planeaba una edición de las canciones de Agustín Lara, Martí Soler, el gran editor, me dijo: “Le hablé a Margit Frenk, a ver si quiere escribir un texto sobre Lara considerado como poeta, y me dijo que no, que no le gusta nada, pero que si un día hacemos algo sobre Cuco Sánchez, de él sí le gustaría opinar porque lo considera un gran poeta”. Me imagino que el influjo sobre una de las grandes conocedoras de la poesía en español se debe a la capacidad poética, de síntesis y de apego a la tradición. Esa capacidad de tomar un sentimiento, una historia de amor, comprimirla para que quepa en una estrofa, pero conservando toda su fuerza. Y esa particular intensidad que tienen los finales de las canciones rancheras, ese desprecio por la vida, tan teatral como efectivo. Qué lástima que los ensayos no puedan concluir como una canción ranchera, pues nada me gustaría tanto como terminar uno diciendo: te vas, pues anda, vete, que la tristeza te lleve igual que a mí.

 

 

Cuco Sánchez (Altamira, Tamaulipas, 3 de mayo de 1921 – Ciudad de México, 5 de octubre del 2000)

 

 

 

 

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Es ensayista y editor, fue becario del Centro Mexicano de Escritores. Es autor de los libros Apague la luz... y escuche (1999) y XEW. 70 años en el aire (2000).


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