Sendas de Kobayashi Issa

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Kobayashi Issa, Hoja de viaje, selección, versiones y prólogo de Orlando González Esteva, Pre-Textos, Valencia, 2003, 128 pp.


La presencia de la poesía japonesa en la poesía occidental data de principio del siglo XX. En inglés la encontramos en Ezra Pound y los imaginistas, y en español en el mexicano José Juan Tablada. Luego, a través de las traducciones francesas, se percibe cierto orientalismo, más o menos estetizante o humorístico, en diversos poetas de nuestra lengua, pero el nombre decisivo, tanto por sus versiones y ensayos como por la presencia en su propia obra, es el de Octavio Paz. A él se le debe la primera traducción a una lengua occidental de Sendas de Oku de Matsuo Basho. En España, en las últimas décadas, ha habido un cierto cultivo de la traducción de poesía china y japonesa, llevada a cabo, generalmente, por estudiosos. Los resultados han sido disímiles, no por el desconocimiento de las lenguas sino porque se olvida que lo que se traduce es poesía, es decir, algo que fue hecho por poetas, o mejor dicho: algo que, por su altura expresiva, hizo poetas a sus autores. La existencia del original (japonés) no garantiza la felicidad del trasvase. A veces intuimos que el poema anda por ahí o que debe de ser bueno en su lengua, otras no entendemos por qué tal renombrado poeta puede serlo por tan malos poemas. Pero es fácil caer en la cuenta: sólo un poeta puede traducir poesía, aunque nada está garantizado. No digo que un traductor que no haya escrito poesía no pueda serlo: pero tiene que demostrarlo, así sea traduciendo. En nuestro país se traduce en la actualidad a muchos poetas ingleses, alemanes, italianos y franceses, pero gran parte de esas traducciones están demasiado lejos de la calidad de los originales. No, la traducción de poesía no la puede hacer cualquier persona culta que conozca el idioma. Tampoco se debe traducir en falsos versos lo que en el original son versos y estrofas concretos pertenecientes a una tradición determinada. Traducir es una tarea que conlleva oficio literario e inspiración.
     Esta antología de la poesía de Issa, llevada a cabo por el poeta cubano Orlando González Esteva (1952), se salva de los errores mencionados, a pesar de hazber sido realizada a partir de versiones de lengua inglesa, especialmente las de R. H. Blyth y Robert Hass. González Esteva es autor de varios libros en los que el rigor se alía a la gracia, y la profundidad a la ligereza. Ha cultivado las formas tradicionales con competencia y felicidad, convencido de que el poema se abre, sobre todo, hacia adentro. Nada mejor para traducir a Issa (1763-1827), poeta de una gran capacidad de observación, oscilante entre la celebración y la elegía —tal como lo presenta González Esteva en su bello e inteligente prólogo— y, siempre o casi siempre, sencillo. La sencillez: no aquello que se agota y enseguida nos aburre sino lo que colinda con la transparencia, esa que nos permite acercarnos y, finalmente, sucumbir en su inagotable y misteriosa presencia.
     Algunas de estas versiones nos recuerdan la seguidilla, no sólo por su estrofa sino también por los resultados. En otras, sentimos el misterio de la tradición japonesa: el salto entre el primer verso (o el primero y segundo) y el último, sumiéndonos en un rápido descoloque que, a veces, se abre a un concierto inesperado. La seguidilla o la canción de tipo tradicional tienden a redondear el mundo que expresan, a dejarlo dicho, mientras que la poesía japonesa se complace en lo no dicho, en una contemplación no resuelta.

     ¿Gente? Muy poca.
     Aquí cae una hoja,
     allá cae otra.

Orlando González Esteva nos pone en alerta ante la economía límite de estos versos, cuya anécdota, en ocasiones, desafía nuestra atención. De hecho, podemos leer varios haikús seguidos sin tropezar en nada, y, distraídos, volver sobre uno de ellos y caer, de pronto, en la cuenta. Acabo de hacer la experiencia y me detengo en este haikú que había leído varias veces sin éxito:

     Ah, qué frescura.
     Anda, de charco en charco,
     la media luna.

El mundo de Issa está hecho de compasión, de equilibrio entre lo grande y lo pequeño, o dicho de otra manera: en su poesía, las magnitudes están siempre cambiando: la montaña se hace grano de arena, el mosquito o la niebla, poderosos y centrales. Obra de solitario, no lo es a la manera occidental, alma caída en un mundo que nos enajena porque señala la separación como culpa. Issa sabe que está tan solo como el resto de las criaturas, pero forma parte de lo Uno, como ellas mismas. Mi soledad, parece decirnos, no es piedra de escándalo. Se da en él una percepción analógica que trasciende los límites del sujeto: la naturaleza habla mejor que el hombre. Issa es admirable en muchas ocasiones al retomar uno de los temas clásicos de la poesía japonesa: el silencio unificador, positivo, que envuelve al hombre y a las cosas, o bien cuando expresa el sentimiento de igualdad y perplejidad entre el hombre y el mundo animal:

     Solos los dos,
     frente a frente, mirándonos,
     el sapo y yo.

Leer a Kobayashi Issa en estas notables versiones del poeta González Esteva nos enseña, entre otras muchas cosas, a disminuir el tamaño de nuestra propia imagen, envanecida y torturada por su desmesura. Ese empequeñecimiento no es pobreza, porque a cambio aparece el mundo, ese gran desterrado de tanta poesía actual. Leer a Issa es un ejercicio de humildad y una lección de ligereza: el yo pierde peso y lo gana la poesía. ~

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(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)


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